miércoles, 3 de octubre de 2007

Conocí al padre Pío

Me llamo José Miguel Cenoz. Soy padre capuchino. Tengo 77 años. Actualmente, vivo retirado en Alsasua (Navarra), pero fui durante más de 30 años misionero en 26 países de todo el mundo. Desde China y Japón, hasta EEUU. Desde la placidez de mi convento navarro, cuando echo la vista atrás, doy gracias al Señor por haberme llamado a seguirle, por haber podido predicar su nombre por toda la tierra y, sobre todo, por haberme concedido la inmensa gracia de haber conocido y olido al Padre Pío, al que hoy Juan Pablo II canoniza. Porque no sólo conocí, sino que olí el perfume celestial que exhalaba. Y no en una, sino en dos ocasiones que nunca olvidaré.


La primera fue el 13 de julio de 1966. Recuerdo perfectamente que el superior del convento donde vivía el Padre Pío me concedió el privilegio de saludarle en su celda. Y cuando iba, por el claustro, hacia la habitación del santo comencé a sentir un aroma tan especial que me quedé sorprendido. Cuando se lo comenté al superior, me dijo: «Es el perfume celestial que emana del Padre Pío». Unos años después, volví a sentir ese olor. Era 1971 y el Padre Pío ya había muerto. Mi hermano misionero y yo quisimos visitar su tumba. Celebramos misa, oramos ante sus restos y fuimos a visitar los lugares del santo. Mientras los recorríamos, comencé a sentir el perfume de la primera vez.

Le di un codazo a mi hermano y le pregunté: «¿No hueles nada?». «Huelo un perfume muy fuerte y muy especial que nunca había olido». «Es la segunda vez que me ocurre», le contesté mientras ambos tratábamos de llenar nuestros pulmones con aquel olor misterioso, como de cielo. No puedo describirlo bien, pero se quedó grabado para siempre en mi pituitaria. Por buscarle algún parecido, quizás tirase un poquitín al aroma de las violetas. Por cierto, no soy el único que lo percibió. Recuerdo a un cura filipino que, al leer la vida del Padre Pío, sintió el perfume y entró en los capuchinos.

De mis encuentros con el Padre Pío conservo su perfume en la mente y varias fotografías que le hice mientras celebraba la eucaristía con una flamante cámara que me regalaron en EEUU. Recuerdo que me coloqué en el primer banco de la iglesia. Eran las cinco de la mañana y la plaza contigua al templo ya estaba llena de devotos del santo. Cuando abrieron las puertas, las mujeres corrían como locas para coger el mejor sitio. Tanto es así que me tiraron al suelo. Me levanté y me subí a una tribuna, desde donde pude hacerle fotos (estaba prohibido) sin flash durante la consagración.

Se celebraba en latín, claro está (como se hacía en aquella época), con una unción especial, sobre todo durante la consagración, el momento de la eucaristía en el que el Padre Pío parecía transformarse. Caía en éxtasis y se levantaba del suelo, un fenómeno que se conoce como levitación. Entraba en el misterio de Dios, conocía las realidades divinas y ese amor le transportaba a otro mundo. Tanto el éxtasis como la levitación son fenómenos muy especiales. Es la alta mística.

También tuve el privilegio de poder visitarle en su celda. Y digo privilegio porque hay que tener en cuenta que el acceso al santo era muy restringido. Tanto es así que a los propios capuchinos nos estaba prohibido visitarle sin un permiso especial del superior general de la orden, que lo concedía a cuentagotas. Camino de su celda sentí por vez primera aquel olor tan especial, como ya conté. Ante la puerta estaba un joven hermano que no me quería dejar entrar. Volví a utilizar la mediación del superior del convento y entré. Era una celda espartana. Con una cama, una mesa, un reclinatorio y un armario. El Padre Pío estaba en la cama, descansando, porque los estigmas le producían un dolor terrible. Desprendía un aura especial. Me preguntó quién era y de dónde venía. Me bendijo a mí y a 200 pequeños crucifijos que llevaba y que, a mi vuelta a Estados Unidos, devoraron los fieles de mi parroquia como si fuesen el mejor regalo del mundo.

Lo encontré bien. Incluso diría que robusto. Y eso que sólo se alimentaba una vez al día e ingería 400 calorías. Con una sonrisa amable y simpática siempre en su rostro. Y eso que tenía un carácter vivaracho y hasta se enfadaba.

Otro de los momentos que recordaré toda mi vida fue cuando le besé las manos con las vendas que tapaban sus llagas. Sentía como si estuviese besando las propias llagas de Cristo. ¡Me habían contado tantas cosas de ellas! Me habían dicho que manaban un vaso de sangre al día y que los médicos habían hecho todo lo humanamente posible para que dejasen de supurar, pero que no lo habían conseguido. Y que durante los 50 años que las tuvo nunca se le infectaron. Eso sí, le dolían. Cada vez que posaba los pies, sufría horrores. Por eso, cuando yo le vi, le transportaban por los brazos dos capuchinos jóvenes o utilizaba silla de ruedas. Una vez le preguntaron si le dolían las llagas y él contestó: «¿Pensáis que están aquí de adorno?».

Me contaron que cuando las recibió tenía 31 años. Estaba en el coro orando en solitario y, de pronto, los hermanos oyeron un grito horrible. Cuando llegaron al coro lo encontraron bañado en un charco de sangre. Fue entonces cuando el Señor le infundió los estigmas en las manos, en los pies y en el costado. Decían que la llaga del costado tenía forma de cruz.

El Padre Pío vio la figura luminosa de un hombre y, a continuación, cinco dardos de fuego le atravesaron en los mismos lugares de las llagas de Cristo. El capuchino comenzó a sentir dolores en las manos, los pies y el costado. Poco a poco, en la palma de la mano izquierda comenzó a hacerse visible un círculo rojo que aparecía y desaparecía, según contaba él mismo y los hermanos de la congregación que vivían con él.

Ocho años después, los dolores y los círculos se transformaron en heridas visibles que no se cerrarían hasta el día antes de su muerte, el 23 de septiembre de 1968. Me consta por nuestros superiores que le trataron numerosos médicos y todos coincidieron en su diagnóstico: «Fenómeno inexplicable». Aunque también es cierto que, durante la época en la que fue perseguido por el Vaticano, eminentes médicos, como el mismísimo Agostino Gemelli, fundador del Policlínico donde se operó el Papa, calificó al santo de «un psicópata que se autolesiona, un estafador».

Otro momento de gracia inenarrable para mí fue el poder confesarme con él. El Padre Pío pasaba unas 15 horas en el confesionario, porque sabía que la gente esperaba hasta 15 ó 20 días para poder contarle a él sus pecados y oír de su boca la penitencia. Y eso que el confesionario es como una tortura. Yo pasé una vez 12 horas seguidas en él y terminé molido, porque allí no se oye nada bonito.

Gracias a mis contactos en el convento, me colaron entre los que se iban a confesar y viví allí unos instantes en los que me parecía estar tocando el misterio. Se palpaba, se tocaba algo espiritual e invisible pero, por sus efectos, tangible. Todos mis sentidos estaban despiertos y absortos en contemplar y vivir aquella celebración. Cuando me tocó el turno, me acerqué al santo casi con temblor. Me confesé en latín.

Recuerdo que me dijo: «Ora mucho». Salí de allí flotando y esa vivencia jamás la olvidaré. Salí como transportado a otra realidad. Porque el Padre Pío fue un auténtico apóstol del confesionario. Dicen que, en 50 años, se arrodillaron a sus pies millón y medio de penitentes. Todos salían de allí convertidos y al que no iba de buena fe lo descubría.

Yo también me había acercado a su confesionario con cierta prevención, porque decían que el Padre Pío tenía el don de penetrar las conciencias, es decir de descubrir el interior de tu alma. Recuerdo que, una vez, encontré en EEUU a un americano que, durante su estancia en Italia en la Segunda Guerra Mundial, consiguió confesarse con él. Y me contaba que el Padre Pío, después de darle la absolución, le dijo: «Un día serás sacerdote». Cuando yo lo conocí era un sacerdote capuchino. La profecía se cumplió.

Esa misma profecía se la había hecho antes al entonces cardenal Montini, arzobispo de Milán. Y esta vez con intermediario y testigo, el comandante Galetti, al que el fraile capuchino dijo un día: «Vete a Milán y dile a Montini que será el sucesor de Juan XXIII». En el confesionario leía los corazones y las conciencias. A más de un penitente le dijo sin conocerle: «Vete, vienes aquí sólo por curiosidad. No profanes el sacramento del Señor». A otros, les recordaba los pecados que omitían por vergüenza.

El santo leía en las conciencias y, además, tenía el don de la bilocación. Nunca salió físicamente de los alrededores de su convento, pero estuvo atendiendo a bien morir al cardenal Barbieri, en Montevideo, la capital de Uruguay.

El Padre Pío profesó siempre una ejemplar y total obediencia a los siete papas León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo V que conoció a lo largo de su vida. Y eso que sufrió profundas incomprensiones y hasta persecuciones por parte de algunos de ellos. Pío XI mandó que lo confinasen en su convento de 1931 a 1933, sin poder recibir visitas ni hablar con nadie. Ni siquiera los frailes podíamos acercarnos a él. Ya en tiempos de Juan XXIII, volvió a sufrir el acoso de los inquisidores del Santo Oficio, que incluso nombraron al obispo de Manfredonia para que le vigilase y rindiese cuentas a Roma de todos sus actos.

Pero el obispo tenía una amante y el Padre Pío lo descubrió sin que nadie se lo dijese, con lo cual el prelado le juró odio eterno y trató de involucrarle en todo tipo de pecados y delitos. Le acusó, por ejemplo, de acostarse con las mujeres a las que dirigía espiritualmente. Al final, Roma destituyó al obispo y le redujo al estado laical por haber trascendido a la opinión pública la vida licenciosa y disoluta que llevaba.

De 1958 a 1959, el Padre Pío vuelve a caer en desgracia ante Roma. Esta vez por cuestiones económicas. Un espabilado banquero italiano, Giufre, había conseguido los capitales de muchas organizaciones de Iglesia, incluida la Santa Sede, ofreciéndoles pingües beneficios. Cuando el banco quebró, El Vaticano, para hacer frente al escándalo, presionó al Padre Pío para que le cediese el dinero líquido que, ya entonces, entraba a espuertas en su monasterio. Ante la negativa del santo, la Curia romana intentó convertirle en un proscrito y llegó a ponerle micrófonos en su habitación y en el confesionario para grabar todas sus conversaciones.

El enviado de la Curia vaticana, Carlo Maccari, preparó un informe demoledor contra el capuchino y lo depositó en la mesa del Papa: «En el fraile reina el demonio de la impureza», «sus estigmas son fruto de la histeria o consecuencia de agentes químicos», «su vida es sensualismo místico», «seduce a las mujeres, compra a periodistas para que hablen bien de él, se procura perfumes costosos y hábitos de lujo, exige comida especial».

Juan XXIII se lo cree y permite que la Curia le persiga y le suspenda en su ministerio. Sólo al final de su vida reconoce que «es un buen religioso» y se encomienda a sus oraciones. Pablo VI lo rehabilita, le concede plena libertad y dice de él: «Celebra la misa humildemente, confiesa de la mañana a la noche, hombre de oración, hombre de sufrimiento y, aunque es difícil de entender, representante de los estigmas de nuestro señor Jesucristo».

No sé si podré ir a su canonización, porque ya soy mayor. Pero le voy a pedir un milagro. Uno más de los muchos que hizo y hace. Porque son miles los milagros atribuidos al Padre Pío. El propio Karol Wojtyla, entonces arzobispo de Cracovia, le escribió una carta contándole que Wanda Poltawska, una señora amiga suya, madre de cuatro hijos y que había estado confinada en los campos nazis, estaba enferma de cáncer. Y le pidió que rezara por ella. Dicen que, al terminar de leer la carta, dijo: «A éste no se le puede decir que no». A los pocos días, la mujer quedó inexplicablemente curada. En 1967, la propia Wanda va a San Giovanni para asistir a una misa del Padre Pío. Al terminar la celebración, éste se dirige con paso decidido hacia ella, le sonríe, le acaricia la cabeza y, mirándola a los ojos, le dice: «Ya estás bien, ¿verdad?».

En la noche del 20 de junio de 2000, Matteo Pío Colella, un niño de 7 años, ingresaba en la unidad de cuidados intensivos del hospital Casa de Alivio, a causa de una meningitis fulminante. Los médicos le desahucian. Esa misma noche, su madre participa en una vigilia de oración, junto a varios frailes capuchinos, al término de la cual el niño mejora repentinamente. Al despertar, Matteo asegura que ha visto a un anciano con barba blanca y vestido marrón que le prometió que se iba a curar. Era, seguro, el Padre Pío. Este milagro, reconocido oficialmente por la Iglesia, le ha abierto las puertas de la santidad a un hombre que ya en vida fue aclamado como santo.

El día de su elevación a la gloria de Bernini yo también le voy a pedir un milagro: que cambie el corazón de una prima carnal que, hace muchos años, se hizo de los Testigos de Jehová, que es lo más horrible que le puede suceder a una persona. Hace algún tiempo que está leyendo la vida del Padre Pío. Y la verdad es que la lee con fruición. Ésa es buena señal. Por eso, el día de su canonización le voy a pedir que remate la faena y que mi prima vuelva pronto a la fe católica. Con eso me conformo.
Con eso y con que, cuando llegue mi hora, me acoja en el seno del Padre, para gozar eternamente de aquel perfume celestial. Algo de lo que estoy seguro, porque el Padre Pío dejó escrito: «Cuando muera pediré al Señor que me haga descansar a las puertas del Paraíso y no entraré hasta que no haya entrado el último de mis hijos espirituales».

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Gilberto que gran alimentacion al alma haces con estos relatos que nos regalas. El Santo Padre Pio tambien ha tocado mi corazon, lo amo!!!
Dios bendiga tu nueva vida, te lei en la pagina de fraynelson mi fuente espiritual tambien
Patricia

Gilberto Palomares dijo...

Muchas gracias Patricia. Indudablemente un gran santo de nuestros días.

Dios te bendiga

Anónimo dijo...

Cuanto me hubiese gustado haber leído esto en el mismo 2007 fue un año muy difícil para mí, pero el Señor no me olvido. Gracias por mostrarme más al Padre Pio desde ayer me he convertido en una más fiel devota después de conocer sus milagros y su vida. Lo he declarado mi confesor y mi intercesor ante Dios, Jesus nuestro Señor.

Anónimo dijo...

Muchas gracias por este maravilloso momento. Hermosas memorias, acerca de un verdadero santo.
Mis cordiales saludos..

Anónimo dijo...

A travez de la intercesion de padre pio, DIos nos ha dado su favor, ademas, su vida nos ha inspirado para amar con todo el corazon a jesucristo y amar sus heridas, yo soy feliz leyendo todo acerca de padre pio, se que el ora por todos nosotros en el cielo y que su sufrimiento ahora es plena alegria en la eterna presencia de Dios, Jesucristo, el espiritu santo, la santisima virgen maria y toda la asamblea de los santos. padre pio es inspiracion en mi vidaaxas

Anónimo dijo...

A travez de la intercesion de padre pio, DIos nos ha dado su favor, ademas, su vida nos ha inspirado para amar con todo el corazon a jesucristo y amar sus heridas, yo soy feliz leyendo todo acerca de padre pio, se que el ora por todos nosotros en el cielo y que su sufrimiento ahora es plena alegria en la eterna presencia de Dios, Jesucristo, el espiritu santo, la santisima virgen maria y toda la asamblea de los santos. padre pio es inspiracion en mi vidaaxas

Anónimo dijo...

yo tambien sentí el perfume maravilooso y fresco del padre pío. Por ese tiempo andaba muy triste porque me habían diagnosticado un cáncer y despupes de operada seguia en tratamiento, pero tenia metástasis. Un dia entro a una habitación donde estaba mi hijo menor en la computadora, y cuando giro para salir de ahí, me inunda un perfume muy intenso y muy hermoso. En ese momento no pdia comprender de donde venia. Más tarde mi madre y mi tia me explicaron, que era el anuncio de que concedió el milagro. Y efectivamente, en le siguiente chequeo médico, estaba curada. GRACIAS PADRE PÍO por aquel milagro y por uno más que tuvo lugar el 5 de junio de 2012. Estoy convencida de que son mensajes muy profundos...

Anónimo dijo...

Cada vez que veo en la red comentarios y testimonios del P.PIO mi querido intercesor siento una gran alegría.Conocí al P.Pio por una revista.Por su intercesión he tenido verdaderos milagros.Hace 35 años fuí por primera vez a San Giovanni Rotondo y pude estar en su austera celda, tocar sus sandalias, su cama etc,tambien aspirar su maravilloso perfume.Gracias PADRE por darnos tan gran intercesor que junto con MARIA nos llevan a Tí.

Anónimo dijo...

Anoche lei un libro que cuenta la vida del padre PIO y me quede impresionada de tanta bondad, hoy encontré este blog y no les puedo explicar la sensación que sentí al leer esto. Desde hoy me hago fiel devota del Padre Pio. Graciaass