sábado, 6 de octubre de 2007

Emprender una nueva vida

Después que uno reconoce y proclama que Jesús es El Señor de nuestras vidas, después de que ha habido una conversión sincera en el corazón, que hemos buscado nacer de nuevo, nacer de lo alto como Nicodemo; hay que emprender la vida nueva. San Pablo en su carta a los romanos nos hace una muy sabia invitación:

“Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios.” (Romanos 6,11-13)


Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba
No podría ser de otra manera ya que ahora tenemos conocimiento de su misterio de Amor y Dios mismo nos hace partícipes de Su sabiduría. Leemos lo siguiente en el nuevo testamento:

“Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.” (1 Corintios 2,9-10)

Es decir Dios nos ha dado un corazón nuevo que exige una nueva vida, haciendo así cumplir lo que ya anunciaba el profeta Ezequiel y que Dios mantiene fiel a su promesa hasta nuestros días:

“Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios. En cuanto a aquellos cuyo corazón va en pos de sus monstruos y abominaciones, yo haré recaer su conducta sobre su cabeza, oráculo del Señor Yahvé.” (Ezequiel 11,19-21)

Nos referimos pues a que Dios es el que ha obrado esta conversión en nuestros corazones a través de su hijo Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo. Esa es la buena nueva, esa es la buena noticia: que Cristo mismo ha convertido nuestras vidas. San Pablo nos describe muy bien este proceso:

“En otro tiempo también nosotros éramos necios y desobedientes. Estábamos descarriados y éramos esclavos de todo género de pasiones y placeres. Vivíamos en la malicia y en la envidia. Éramos detestables y nos odiábamos unos a otros. Pero cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo” (Tito 3,5)

Cómo emprender esa nueva vida

Primeramente debemos unirnos de corazón y participar con su Pueblo Santo, que es la Iglesia… Su Iglesia. Ya que:

“Cristo es cabeza y salvador de la Iglesia, la cual es su cuerpo” (Efesios 5,23)

Esa iglesia que tanto necesita de gente que la ame como Jesús la ama

“Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Efesios 5,25)

Reuniéndonos y congregándonos con otros que comparten la misma fe

“Así, pues, los que recibieron su mensaje fueron bautizados, y aquel día se unieron a la Iglesia unas tres mil personas. Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el compartir del pan y en la oración” (Hechos 2,41-42)

Es de hecho necesario asistir al templo a celebrar al Dios en quien creemos

“La casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad...” (1 Timoteo 3,15)

Una segunda recomendación es no dejarse confundir por abundancia de milagros o mucha palabrería, al contrario deberíamos vivir la fe con prudencia y humildad. San Pedro nos lo dice muy claro:
“Ante todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular de nadie” (2 Pedro 1,20)

Por eso debe ser el mismo Cristo quien reine en nuestras vidas para no desviarnos. Jesús nos lo dice de la siguiente manera:

“Si alguien les dice a ustedes: '¡Miren, aquí está el Cristo!' o '¡Allí está!', no lo crean. Porque surgirán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes señales y milagros para engañar, de ser posible, aun a los elegidos. Fíjense que se lo he dicho a ustedes de antemano” (Mateo 24,23-25)

De lo que estamos hablando es de no suplantar la verdadera doctrina con falsas ideas. San Juan nos lo recuerda:

“Queridos hermanos, no crean a cualquiera que pretenda estar inspirado por el Espíritu, sino sométanlo a prueba para ver si es de Dios, porque han salido por el mundo muchos falsos profetas. En esto pueden discernir quién tiene el Espíritu de Dios: todo profeta que reconoce que Jesucristo ha venido en cuerpo humano, es de Dios” (1 Juan 4,1-2)

Es pues urgente que oremos y hagamos entrega diaria al Señor para saber discernir porque para nuestra humanidad no es fácil

“En el pueblo judío hubo falsos profetas, y también entre ustedes habrá falsos maestros que encubiertamente introducirán herejías destructivas, al extremo de negar al mismo Señor que los rescató. Esto les traerá una pronta destrucción” (2 Pedro 2,1)

Como tercer y último punto de esta reflexión es: Mantener una nueva vida en Cristo tal como San pablo nos lo exhorta a seguir la recta vida cristiana:

“Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él. Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca.

No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escrita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección.

Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Colosenses 3, 1-17)

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