sábado, 27 de octubre de 2007

Reflexiones de Jean Guitton acerca del universo

¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Qué sucedió al principio de los tiempos y dio origen a todo lo que hoy existe, a esos árboles, a esas flores, a esos transeúntes que andan por la calle? ¿Qué fuerza ha dotado al universo de todo lo que existe?...


Los objetos más familiares pueden conducirnos hacia los enigmas más inquietantes. Por ejemplo, esta llave de hierro que está sobre mi escritorio, delante de mí. Si pudiera reconstruir la historia de sus átomos, ¿hasta dónde tendría que remontarme?... El metal de mi llave es tan antiguo como la misma Tierra, cuya edad es hoy estimada en cuatro mil quinientos millones de años. ¿Significa esto el fin de nuestra investigación? Intuyo que no. Seguramente es posible remontarse aún más al pasado para encontrar el origen de la llave... Este pequeño trozo de metal contiene toda la historia del universo, una historia que comenzó hace miles de millones de años, antes de la formación del sistema solar...

El cerrajero que fabricó la llave no sabía que la materia que martillaba había nacido en el torbellino ardiente de una nube de hidrógeno primordial. Debemos remontarnos hasta el origen del propio universo, para encontrarnos así a quince mil millones (o veinte mil millones) de años atrás. ¿Qué pasó en ese momento? La física moderna nos dice que el universo nació de una gigantesca explosión que provocó la expansión de la materia. Todavía hoy podemos observarla; por ejemplo, en las galaxias. Esas nubes constituidas por centenares de miles de millones de estrellas, continúan alejándose unas de otras por el empuje de esa explosión inicial...

A partir de ese momento, durante millones de años, el universo será anegado por radiaciones y por un turbulento plasma de gas. Al cabo de unos cien millones de años, en medio de inmensos torbellinos de gas, se forman las primeras estrellas. En su seno se van a fusionar los átomos de hidrógeno y de helio para dar origen a los elementos pesados, que acabarán apareciendo mucho más tarde, miles de millones de años después.

Estudiemos ahora la historia de la Tierra. Hace unos 5.000 millones de años que existe. Después de mil millones de años de existencia, no había en ella más que inmensos desiertos de lava fundida que vomitaban sin interrupción columnas de vapor y de gas a varios kilómetros de altura. Poco a poco, esas nubes oscuras se acumularon y formaron la primera atmósfera de la Tierra con gas carbónico, amoníaco, óxido de carbono, nitrógeno e hidrógeno.

Pasaron millones de años. Lentamente, el calor comenzó a decaer, la Tierra se fue apagando. En ese momento la lava tenía forma de una pasta, tibia aún, sobre la que ya se podía nadar. El primer continente acababa de nacer. Es entonces cuando ocurrió un acontecimiento capital: las nubes, que giraban en el cielo, se condensaron y la primera lluvia del mundo comenzó a caer. Durará siglos. El agua invadió casi todo el planeta, rompió todas las depresiones hasta que formó el océano primitivo. Durante centenares de miles de años, olas gigantescas golpearán las rocas.

La Tierra, el cielo y las aguas, estaban todavía vacíos. Sin embargo, las moléculas primitivas eran constantemente agitadas por las monstruosas tormentas, que se desencadenaban, quebrantadas incansablemente por la formidable radiación ultravioleta del sol. En este estadio, surgió lo que parecía un milagro. En el corazón de este caos, se juntaron y se combinaron algunas moléculas para formar progresivamente estructuras estables, reflejo de un orden. Ahora una veintena de aminoácidos existía en los océanos: Eran los primeros ladrillos de la materia viva.

Y podemos preguntarnos: ¿Quién elaboró los planos de la primera molécula de ADN, portadora del mensaje inicial, que permitió reproducirse a la primera célula viva? La aventura de la vida está ordenada por un principio organizador Superior, sin duda alguna.

Dice Jean Guitton: La vida es la historia de un orden cada vez más elevado y general. Porque, a medida que el universo vuelve a su estado de equilibrio, se las arregla, a pesar de todo, para crear estructuras cada vez más complejas... Ilya Prigogine, premio Nóbel de Química, declaró un día: “Lo asombroso es que cada molécula “sabe” lo que harán las otras moléculas simultáneamente y a distancias macroscópicas. Nuestros experimentos muestran que las moléculas se comunican. Todo el mundo acepta esta propiedad en los sistemas vivos, pero es, por lo menos, inesperada en los sistemas inertes.

Por eso, Francis Crick, premio Nóbel de Biología por el descubrimiento del ADN, dice: Un hombre honesto, que estuviera provisto de todo el saber que hoy está a nuestro alcance, debería afirmar que el origen de la vida parece actualmente provenir del milagro, tantas condiciones es preciso reunir para establecerla.

Y el mismo Jean Guitton dice: El universo es un vasto pensamiento. En cada partícula, átomo, molécula o célula de materia, vive y obra, a espalda de todos, una omnipresencia. Esto quiere decir que, en efecto, el universo tiene un eje, o mejor, un sentido. Este sentido profundo se encuentra en su interior, bajo la forma de una causa trascendente... Si veo un progreso constante de la materia hacia estados más ordenados; si hay una evolución de las especies, todo me lleva a pensar que en el fondo mismo del universo, hay una causa de la armonía de las causas, una inteligencia. La presencia de esta inteligencia en el corazón mismo de la materia, me aparta para siempre de la concepción de un universo que habría aparecido por azar, que habría producido la vida por azar y la inteligencia también por azar...

Tomemos un caso concreto: una célula viva está compuesta de una veintena de aminoácidos, que forman una cadena compacta. La función de estos aminoácidos depende, a su vez, de alrededor de 2.000 encimas específicas. Siguiendo el razonamiento, los biólogos han decidido que la probabilidad de que un millar de encimas diferentes se unan ordenadamente para formar una célula viva (a lo largo de una evolución de varios miles de millones de años) es del orden de uno entre 10 1.000, que es tanto como decir que la probabilidad es nula.

Otro ejemplo, para que la unión de nucleótidos conduzca por azar a la elaboración de una molécula de ARN utilizable, es necesario que la naturaleza multiplique a tientas los ensayos durante al me-nos 1015 años, es decir, un tiempo cien mil veces más largo que la edad total de nuestro universo...

Concluyo, diciendo que, al observar la pasmosa complejidad de la vida, el universo es inteligente, es decir, una inteligencia trascendente ordenó (en el mismo instante de la Creación) la materia que ha dado origen a la vida.

Todos los detalles del universo han sido cuidadosamente previstos. Si cambiáramos cualquiera de estos detalles, todo desaparecería. Si aumentáramos apenas en un uno por ciento la intensidad de la fuerza nuclear, que controla la cohesión del núcleo atómico, suprimiríamos cualquier posibilidad de que los núcleos de hidrógeno permanecieran libres. Estos se combinarían con otros protones y neutrones para formar núcleos pesados. Y al no existir el hidrógeno, no podría combinarse con los átomos de oxígeno para producir el agua indispensable para el nacimiento de la vida. Por el contrario, si disminuimos ligeramente esa fuerza nuclear, la función de los núcleos de hidrógeno se hace entonces imposible. Sin función nuclear, no hay soles, no hay fuentes de energía, no hay vida. Lo mismo pasa con la fuerza electromagnética. Si la aumentáramos muy ligeramente, intensificaríamos la relación entre el electrón y el núcleo; entonces, no serían ya posibles las reacciones químicas que resultan de la transferencia de electrones a otros núcleos. Una gran cantidad de elementos no podrían formarse y en un universo así, las moléculas de ADN no tendrían ninguna posibilidad de aparecer.

En cuanto a la fuerza de la gravedad, si hubiera sido apenas un poco más débil en el momento de la formación del universo, las primitivas nubes de hidrógeno nunca habrían podido condensarse y alcanzar el umbral crítico de la fusión nuclear, y las estrellas nunca se habrían encendido. Por el contrario, una gravedad más fuerte habría conducido a un verdadero desbocamiento de reacciones nucleares, y las estrellas se habrían abrazado furiosamente y habrían muerto tan deprisa que la vida no habría tenido tiempo de desarrollarse.

En resumen, cualesquiera que sean los parámetros considerados, la conclusión es siempre la misma: si se modifica su valor, por poco que sea, suprimimos cualquier posibilidad de eclosión de la vida. Por eso, las constantes fundamentales, que han permitido la aparición de la vida, parecen, pues, ajustadas con una precisión maravillosa... Todo esto no hace sino confirmar mi convicción: ni las galaxias ni sus miles de millones de estrellas, ni los planetas y las formas de vida que albergan, son un accidente o una simple fluctuación del azar. No hemos aparecido, así como así, un buen día cualquiera, porque un par de dados cósmicos hayan caído bien. Dejemos eso para quienes no quieren afrontar la verdad de las cifras... La probabilidad matemática de que el universo haya sido engendrado por azar es prácticamente nula.

1 comentario:

Mirko Díaz dijo...

Jean Guitton un gran filosofo cristiano, gracias por colgar este texto...