domingo, 30 de septiembre de 2007

Oración contemplativa y su diferencia con la Nueva Era

Fuente: http://www.vidahumana.org/

En este tipo de oración el alma no razona acerca de Dios, sino que se queda a solas con Dios en silencio. Se entra en una comunión de amor con el Dios Uno y Trino. Y es una comunión que no puede lograrse a base de técnicas, ni puede lograrse con esfuerzo ni a voluntad, pues la Contemplación es un don de Dios y, como todo don de Dios, es dado par El a quién quiere, cómo quiere y cuándo quiere. Eso sí: hay que desearla y buscarla, sabiendo que el recibirla depende sólo de Dios.

En la "meditación" del Misticismo Pagano la persona busca llegar mediante un vacío interior a la conciencia de la propia divinización. Este estado de conciencia en el que quien medita trata de llegar a la divinización de sí mismo, es muy distinto al abandono de sí que hace el cristiano en la oración contemplativa, en la cual el alma se abre y se entrega a Dios que habita en el interior del hombre, que es "templo vivo del Espíritu Santo" (1Corintios 3,16). También es diferente de la llamada meditación cristiana en la cual se contempla mentalmente un pasaje de la Escritura o una verdad de nuestra fe, para tratar de ver qué me dice Dios a través de ese pasaje o de esa verdad, y para tratar de descubrir Su Voluntad para mí.

Por lo tanto, las experiencias místicas provocadas a través de la meditación pagana oriental nada tienen que ver con el estado de unión con el Dios Uno y Trino: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo de la Contemplación Cristiana, en la cual el Dios Vivo y Verdadero va haciendo en el alma del orante su trabajo de alfarero para ir moldeándola según Su Voluntad (Cf. Jeremías.18, 1-6).

Lo decisivo para el cristiano es vivir plenamente las exigencias de su fe y sus implicaciones ascéticas, a imitación de Jesucristo. "Dios, que ha creado al hombre -escribe el Dr. Álvaro del Portillo-, se le ha ido manifestando de diversos modos hasta que, una vez llegada la plenitud de los tiempos, sobrevino la encarnación de Jesucristo, el Verbo Divino, enviado por el Padre para darnos a conocer todo aquello que Dios ha querido comunicarnos y hacernos participar de la misma vida divina. Este rasgo -este progresivo acercamiento de Dios al hombre, esta gratuita apertura al hombre de la intimidad divina- caracteriza de modo propio y singular la religión proclamada por Jesucristo, y la distingue radicalmente de cualquier otra: el cristianismo, efectivamente, no es una búsqueda de Dios por el hombre, sino un descenso de la vida divina hasta el nivel del hombre.

Es Dios quien se manifiesta, se descubre, se revela, quien busca a los hombres, para infundir en ellos su misma vida. Punto de partida de la fe cristiana es, por tanto, la aceptación, la recepción llena de fe (obediencia de la fe) de aquello que Dios ha dado: sólo después; una vez recibido y aceptado libremente el don de Dios, surge la necesidad de una respuesta por parte de la criatura. La religión cristiana es pues, una irrupción de Dios en la vida del hombre: olvidar este hecho supondría reducir la vida del cristiano a una especie de humanismo religioso -a la búsqueda puramente racional de un, Dios lejano, para que se nos muestre propicio- o, en el plano de las relaciones con los demás hombres, a un mero sociologismo o a un moralismo antropológico, sin más horizonte que la ética de los valores".

La vida de fe en el cristianismo supone la colaboración del hombre. Pero, sobre todo, es obra de Dios, del Dios personal, Uno y Trino, trascendente al hombre a la vez que inhabitante en él. Por eso, es posible la conversión instantánea sin preparación previa alguna: lo cual es imposible tanto en el yoga como en el zen.

Piénsese, por ejemplo, en la conversión de San Pablo, la de Alfonso de -Ratisbona en el siglo IXX la de André Frossard en nuestros días.

En la contemplación cristiana, la unión con el Padre de los cielos no tiene parangón en el plano horizontal, subjetivo, antropocéntrico, en el que se mueve el zen. Y es que la contemplación cristiana no se agita en el mundo interior cerrado del yo, sino que se abre a Dios, a nuestro Padre y centro de nuestra vida íntima, que es, con palabras de Paul Claudel, Quelqu'un qui soit en moit plus moi-meme que moi (Alguien en mi más yo mismo que yo). Resuena el eco profundo del intimior intimo meo de San Agustín, quien llama así a Dios "más íntimo" a mi mismo que "mi propia intimidad" o, si se prefiere, que "mi misma intimidad".

La vida del cristiano en cuanto tal se apoya en el soporte objetivo de la filiación divina, en su participación de la naturaleza divina, en su condición de hijo -con frecuencia pródigo- de Dios, inserto en Cristo, el Hijo de Dios. El cristiano no participa de la esencia divina por naturaleza, efecto de una concepción panteística, anuladora de lo individual, sino por gracia santificante. La vida y mística cristianas son esencialmente vida y mística de fe y de gracia. De ahí que la práctica ascético-mística quede en segundo plano, pues a Dios no se llega a base de esfuerzos, de concentración, de recursos psicotécnicos, como la iluminación búdica y zenista.

Aunque no prescinda de ellos, el cristiano sabe que más que elevarse él hasta Dios, es Dios quien se adelanta, se le manifiesta y se comunica con él. Dios está en un plano distinto. El hombre debe saltar, pero sabe que sólo podrá ascender al plano sobrenatural, divino, si Dios, desde arriba y desde dentro de él mismo, lo toma y eleva.

La filiación divina, realidad objetiva, se convierte en el plano subjetivo, personal, en la contemplación y amor filial a nuestro Padre Dios, que serán definitivos y totalmente beatificantes en el más allá de la muerte, para el alma de cada bienaventurado antes de la Parusía o venida gloriosa del Señor y, después de ella, también para el cuerpo resucitado. Se salva o se condena cada persona, no un alma o un yo profundo vivificadores de un sin número de cuerpos a lo largo de sus sucesivas reencarnaciones. La contemplación cristiana, por emplear una fórmula no rara en las Actas de los mártires, debe ser continua die noctugue -de día y de noche- de modo que todos los estratos y sectores de nuestra personalidad están transidos de luz y amor divinos. Por esta razón "el cristiano, condenado a muerte, da gracias" y, con la gratitud, a veces se siente inundado por un pozo -en ocasiones desbordante- incluso en el momento mismo del martirio.

San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos indica la tarea y destino puesto por Dios a sus elegidos: "ser conformes, conformados, a la imagen de su Hijo", Jesucristo (Romanos 8,29). Esta conformación se realizará incluso en cuanto al cuerpo. Pues en la Parusía "Cristo transfigurará nuestro cuerpo conformado a su cuerpo de gloria" (Filipenses 3,20), o glorioso, resucitado. Jesucristo no sólo es nuestro "modelo" (alguien distinto a quien miramos en orden a reproducir en nosotros su forma de pensar, reaccionar y ser) al estilo de Buda para los budistas.

Tampoco se limita a influir en nuestra vida desde fuera, en cuanto causa eficiente, al modo de Krisna según las creencias de sus devotos. Jesucristo es, además, y debe ser nuestro "molde", dentro del cual es preciso vaciarse, fundirse, para alcanzar la perfección humana y cristiana. De ese modo, se hará realidad la afirmación paulina: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gálatas 2,20). No cabe duda que las manos de la Madre de El y nuestra, la Virgen, facilitan muchísimo al cristiano el acierto en su transformación en quien -en cuanto hombre- se parece sólo a ella.

Siempre, pero quizás en nuestro tiempo más que nunca, se impone redescubrir y vivificar los tesoros del cristianismo, tal vez olvidados a causa de la fascinación del mítico progreso científico-técnico, y por el despotismo de la imagen y de lo sensorial.

Por ello es especialmente desconcertante para los fieles católicos el inexplicable entusiasmo con el que ciertos sacerdotes, religiosas y personas dedicadas a la enseñanza de la fe han abrazado las técnicas de meditación no-cristiana. Frecuentemente importadas del oriente, formas de ascetismo históricamente muy alejadas de la espiritualidad cristiana se practican en retiros, ejercicios espirituales, talleres, celebraciones litúrgicas y cursos de catequesis para niños.
Estas prácticas han nacido indiscutiblemente como disciplinas espirituales o actos religiosos en el seno de religiones tradicionales (como en el caso del zen el tai chi y las múltiples modalidades del yoga) o en sectas o nuevos movimientos religiosos (como en el caso de la meditación trascendental y la meditación dinámica).

A veces se intenta "cristianizar" las formas, como sucedió, por ejemplo, con el centering prayer y el focusing, pero el resultado es siempre una forma híbrida que exhibe poco fundamento evangélico. Por más que se insista en su valor exclusivo de métodos, sin contenidos contrarios al cristianismo, las técnicas en si no dejan de representar serios inconvenientes para el cristiano:

En su contexto propio, las posturas y los ejercicios vienen determinados por su específico fin religioso: son, en sí, pasos que orientan al practicante hacia un absoluto impersonal. Aun cuando se realicen en ambiente cristiano, el sentido intrínseco de los gestos permanece intacto.

Las formas de meditación no-cristiana son, en realidad, prácticas de concentración profunda y no de oración. A través de los ejercicios de relajamiento y la repetición de una mantra (palabra sagrada) se procura sumirse en la profundidad del propio yo en búsqueda del absoluto anónimo. La meditación cristiana es esencialmente diferente en cuanto apertura y relación con Alguien que nos interpreta en un diálogo personal y amoroso.

Estas técnicas normalmente requieren que el practicante apague su mundo sentimental, imaginativo y racional para perderse en el silencio de la nada. A veces se pretende un estado alterado de conciencia que priva temporalmente al sujeto del uso pleno de su libertad. La oración cristiana, al contrario, exige la participación de toda la persona de manera activa, consciente y voluntaria. La oración de Jesucristo en Getsemaní (Cf. Lucas 22, 39-44) es un ejemplo del papel tan fundamental que tienen las emociones y la propia problemática existencial en la oración. La meditación cristiana, lejos de ser una fuga de la realidad, nos enseña a encontrar su sentido pleno.

En el fondo, una oración que prescinde de la Palabra de Dios y de la vida y el ejemplo de Jesucristo, una oración que no es diálogo con el Amado y compromiso en la caridad tiene poco lugar en la vida de un cristiano. A propósito de estas observaciones y otras que se deben hacer en torno al tema de la meditación no-cristiana, es muy recomendable una lectura detenida de la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe: Algunas orientaciones sobre la meditación cristiana (18 de octubre de 1988).

Por último, hay que resaltar el hecho de que los promotores de la espiritualidad de la Nueva Era suelen afirmar su absoluta compatibilidad con la doctrina y la fe de los católicos. Eso podría ser en algún caso por ignorancia o por superficialidad. Pero en general, por lo menos en México, probablemente nace de un estudio de mercado: siendo el pueblo mexicano mayoritariamente católico se procura no herir la sensibilidad religiosa de los clientes potenciales. No es raro que organizaciones como la Gran Fraternidad Universal y programas como el Control Mental Silva, por nombrar algunos, se revistan de un vocabulario muy "cristiano" y presenten sus contenidos como el complemento ideal del catolicismo, y que, sin embargo, lleven a sus adeptos hacia el panteísmo y la negación de la esencia del cristianismo.

En su libro, Cruzando el umbral de la esperanza, el Papa Juan Pablo II dice:

"No debemos engañarnos pensando que ese movimiento (el New Age) pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar Su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano."

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