viernes, 19 de octubre de 2007

El incomparable (Éxodo 3,13-20)

Fuente: http://fraynelson.com/homilias.html

En este texto hay dos frases que son fundamentales. La primera, esa especie de objeción que pone Moisés. Cuando Dios le quiere encomendar esta misión, que no era pequeña, Moisés pone una objeción; y dice: "Yo iré a los israelitas. Si ellos me preguntan cómo se llama este Dios, ¿qué les respondo?". Esa objeción de Moisés es muy importante.


Y la otra frase a destacar, está unos versículos más adelante. Se supone que es lo que Moisés tiene que decirle al faraón: "Nosotros tenemos que hacer un viaje para hacer sacrificios a Dios, Nuestro Señor" (véase Éxodo 3,18).

Estas dos frases nos iluminan mucho lo que nos quiere decir esta lectura, porque nos ayudan a entender en qué situación, llamémosla espiritual, se encontraban los hebreos, y en qué situación espiritual se encontraban los egipcios.

La situación espiritual de los hebreos está retratada por la pregunta de Moisés: "¿Bueno, y si yo les digo que los voy a sacar de Egipto, y ellos me preguntan que cómo se llama ese Dios?". Y es que Dios nunca había dicho su nombre. Es muy interesante ver, por ejemplo, cómo en una ocasión, Dios se le aparece a Jacob, y no le dice: "Mira, yo me llamo Pepe, o me llamo Segismundo". Dios no se presenta diciendo su nombre, sino se presenta diciendo esto: "Soy el Dios de tus padres" (véase Génesis 46,3). La presentación de Dios siempre era esa: "Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" (véase Éxodo 3,15). Y así se le presentó, de hecho, Dios a Moisés. En otra parte del Éxodo nos dice también que se presenta Dios en la zarza a Moisés, y le dice: "Yo soy el Dios de tus padres". Eso es muy importante. Dios no decía su nombre.

Y es que Dios, ¿amaba poquito a Abraham? ¿Sería que quería tan poquito a Isaac que no le decía el nombre? ¿Sería que era un Dios tan poco cercano a Jacob que no le decía el nombre? ¡Si al contrario, lo que vemos es una dulce intimidad entre Dios y Abraham, entre Dios e Isaac!

El tema del nombre no es un tema que Dios ponga, es un tema que pone Moisés, y lo pone en la tierra de Egipto. Y esto es importante porque la tierra de Egipto estaba repleta de dioses. Cuando hay muchos dioses, es necesario saber los nombres. Entonces ellos tenían, que Ra, que Isis, que Osiris, etc.; tenían un poco de dioses. Así pues, la pregunta de Moisés nos está revelando que el pueblo hebreo ya estaba con una mentalidad idolátrica. El pueblo hebreo ya estaba en una situación tal, que necesitaba que le dijeran el nombre.

Pero ¿qué tiene de malo que Dios haya dicho el nombre? Supongamos que los testigos de Jehová tuvieran razón, y supongamos que el nombre Jehová fuera el gran nombre, como por fin saber que Dios se llama Ernesto, o que Dios se llama como se llame. ¿Qué es lo grave de eso? Que si Moisés llega donde ellos y les dice: "Oiga, que me manda Jehová". "¡Ah! ¡Bueno! Ya tenemos otro: Isis, Osiris, Ra, Jehová, ya tenemos otro...". Era un nombre más.

Por eso, lo que le dice Dios a Moisés, es muy importante. Realmente, no le responde. Dicen que hay más de ciento sesenta interpretaciones de ese versículo, "Dios dijo a Moisés: Soy el que soy" Desde la interpretación metafísica de Santo Tomás de Aquino, que interpreta esto como: "Deus est ipsum esse", es el ser en sí mismo, hasta otras, un poco más livianas, menos metafísicas, que dicen: "Mira, Dios realmente lo que le está diciendo es: "Yo soy el que soy", punto". "Lo que yo soy es asunto mío".

Lo que nosotros interpretamos en el contexto de este artículo es que Dios dice: "Mira, mi nombre no es para que lo pongas a competir con otros nombres". Como quien dice, "ahora un dios que se llama x, y, z mandó decir..., y toca hacerle caso". Lo que Dios le está diciendo es: "No me compares con nadie".

El tema de los nombres es un tema de comparaciones. Lo que le está diciendo con "Soy el que soy", se podría traducir con un elogio muy lindo que los musulmanes le hacen al que ellos llaman Alá. Ellos hablan del Incomparable. Lo que Dios le está diciendo es: "Mira, a mí no me vengas a comparar con nadie".

De manera que le respondió, y no le respondió. Porque le dijo: "Soy el que soy. Tú le dirás a los israelitas: "Yo soy" me envía a vosotros". Él es; simplemente eso: Él es. ¿Quién es? No sabemos quién es. No lo podemos encerrar, no lo podemos encapsular, no lo podemos envolver, no lo podemos comprender. Él es el Incomparable. "El Incomparable me ha enviado".

Yo creo que todo misionero, todo sacerdote, todo catequista, debe tener esa misma actitud. Todo papá debe tener esa misma actitud. Pero especialmente los predicadores del Evangelio deben, o debemos tener esa actitud: "Es el Incomparable el que me envía". Ahí está retratada la situación de los hebreos. ¡Cómo estaban de mal, que pretendían un nombre! Pretender un nombre es estado de mala salud.

Y el estado de los egipcios, desde luego, no era mejor. El estado de los egipcios era gravísimo. Dice Dios por medio de Moisés: "El Señor, Dios de los hebreos, nos ha encontrado". ¡Bonita traducción! Lo que Moisés le tiene que decir al faraón es eso. No es: "Nosotros hemos encontrado a Dios", que esa es la idolatría, cuando uno dice: "Salgo a buscar a Dios; yo salgo a hacer a Dios". En cambio, en nuestra fe es: "Dios me ha encontrado, Dios salió a buscarme". La Biblia entera es eso: "Dios salió a buscarme". Esa es la Biblia. Toda la Biblia es la historia de un Dios que sale a buscarnos.

Pero lo impresionante, para describir la situación de los egipcios, es lo que sigue: "Tenemos que ir a ofrecer culto a nuestro Dios", y de una vez dice Dios: "Pero el faraón no va a soportar eso". Eso, ¿qué quiere decir? El faraón, que supuestamente soportaba a todos los dioses, no soporta que se adore al Incomparable, porque el mismo faraón se consideraba un dios.

De manera que, todo el drama del Éxodo es ese: el drama de un hombre que se cree dios, que es el faraón, que se cree hijo de dioses, que se cree divino, y que opone su creencia en la divinidad y no en la revelación del verdadero Dios. Por eso vienen las plagas. El objetivo de las plagas es completamente pedagógico, es mostrar que el camino por el que el hombre pretende endiosarse, es un camino que se vuelve en contra del mismo hombre. Y esto necesitamos hoy aprenderlo más que nunca, porque el hombre se cree Dios.

Toda esa fantasía, a veces ridícula pero siempre satánica, de la Nueva Era es eso: es la pretensión de que a través de mi mente, a través de mis recursos, todo lo puedo. Con mi conocimiento, con mi concentración, con mi relajación, con mi meditación, me hago uno con el universo, saco el dios que llevo por dentro. Toda esa historia de divinización del hombre por el hombre, es la historia del faraón. Y por eso son necesarias las plagas, para mostrarle a ese hombre que se cree Dios, que no lo puede, que no lo es. Es una historia dramática, y uno no quisiera que las cosas fueran así.

Pero si miramos nuestra propia vida, ¿no es verdad que, muchas veces, hemos tenido que aprender que no somos dioses, cuando encontramos que lo que nosotros queríamos no se logra? Como le dijo Ezequiel a uno de esos reyes, tal vez a algún rey de Persia que se creía Dios: "Bueno, y ¿tú te vas a seguir llamando Dios, cuando estés delante de los que te van a apuñalear? Ahí también, ¿vas a decir,"soy Dios"?"(Ezequiel 28,9).

Y tú amigo lector, cuando las cosas se salen de tu mano, cuando se te acaban las fuerzas, cuando tus deseos no se cumplen, ¿vas a seguir diciendo, "soy Dios"?

1 comentario:

Elvis Preylis dijo...

Os felicito y bendigo Amigo predicador, es una buena reflexion para entender que dependemos del Dios verdadero y no de nuestras fuerzas.