martes, 16 de octubre de 2007

Orar con los salmos

Autor Fray Nelson Medina

Quisiera compartir con ustedes una pequeña reflexión sobre el Salmo, porque eso que hemos leído, es una maravillosa invitación, y es una gran enseñanza: "Alegraos justos con el Señor"


¡Qué impresionante es la Palabra de Dios! Son cinco palabras, pero en esos cinco vocablos hay una invitación que es maravillosa, y hay una enseñanza que es muy saludable. "Alegraos justos con el Señor" Todo el salmo 97 es un salmo muy hermoso, un salmo de alabanza: "El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables" (Salmo 97,1), un salmo para proclamar la majestad de Dios.
Vamos a dividir nuestra predicación en dos partes. Primero, un comentario sobre el provecho que traen los salmos como escuela de oración, algo breve, y después volveremos a esa frase, que hemos repetido leído: " Alegraos justos con el Señor" (Salmo 97,12).

Vamos pues con lo primero. A mí me parece que los salmos son la mejor escuela de oración. Dice el Apóstol San Pablo en la Carta a los Romanos que, "nosotros no sabemos orar, ni como conviene" (Romanos 8,26). Creo que esta es una realidad que muchos hemos experimentado: no saber qué palabras decirle a Dios.

Pero por otra parte, está bien claro, que la vida espiritual, ni nace, ni crece, ni fructifica, si no es con la oración. Además está muy claro, que sólo el Dios verdadero puede hacer verdaderas obras por nosotros; no es el Dios que yo me imagine, no es lo que yo me imagine de Dios, es lo que Dios ha mostrado de sí mismo, es el Dios verdadero, el que puede transformar mi vida.

Es muy fácil en la oración pasar del Dios verdadero a las fantasías de nuestra mente. Está la historia de aquella jovencita, que me decía que oraba todo el día, pero llevaba una vida espantosa, y en la familia no había quién se la aguantara, y era un desastre, realmente; "pero ella estaba en oración continua". Su oración consistía, sobre todo, en una conversación, en un decirle y decirle cosas a Dios, y Dios le respondía en términos muy parecidos a los de ella misma. Era un Dios que se parecía tanto a ella, que terminaba aprobándole todo lo que ella dijera.

Es muy fácil caer en un Dios de fantasía, no sólo en un Dios complaciente, a veces en un Dios rigorista, a veces en un Dios indiferente.

Pregunto: ¿Quién te dijo que Dios era tan indiferente como tú te lo imaginas? ¿Quién te dijo que Dios estaba tan lejos como tú a veces dices? ¿Quién te dijo que Dios era tan estricto como tú a veces lo piensas? O, ¿quién te dijo que a Dios le parece muy gracioso lo que tú haces? ¿Quién te dijo que a Dios le agradaba lo que tú crees que es su voluntad?"

Dios no es una idea, no es un muñeco de cera, no es un muñeco de plastilina para que nosotros lo hagamos como a nosotros nos parece. En Él reposa y de Él mana la fuente única de la vida, es Él quien da la vida, es Él quien nos forma a nosotros, no nosotros, los que tenemos que formarlo a Él.

Y por eso dice en algún lugar la Escritura: “¿Quién ha conocido la mente del Señor? ¿Quién ha sido su consejero?” (Romanos 11,34). Y San Pablo dice: “Nosotros no sabemos orar como conviene” (Romanos 8,26).

Por eso toda persona que quiera dar pasos serios en la oración, que quiera dejar de imaginarse a Dios, tiene que acercarse a lo que Dios ha dicho de sí mismo.
San Agustín tiene estas palabras: “Para que el hombre pudiera alabar dignamente a Dios, Dios se dignó alabarse a sí mismo en la Escritura”. Porque la Escritura, inspirada por el Espíritu de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, contiene alabanzas a Dios, pero las alabanzas que reconocen lo que Él quiere que nosotros sepamos de Él, y como Él quiere ser llamado.

Yo creo que no hay excusa para nuestra mediocridad. Hoy, las ediciones de la Biblia están en todas partes, y además, pues tenemos las hojitas que se reparten en la iglesia, y tenemos los amigos, y el Internet, y tenemos muchos caminos para recibir la Palabra de Dios. Hoy no hay disculpa alguna. ¿Qué nos impide?, respóndeme sólo eso, ¿qué nos impide tomar la Escritura, y repasar con los ojos, leer lo que allí se dice, ir tomando esas palabras, hacer grupo de oración con el Espíritu Santo? ¿Quién nos impide eso? Nadie nos lo impide.

Cuando yo llegué a la Comunidad, yo tuve un postulantado brevísimo, de menos de un mes; probablemente, eso fue lo que me faltó: más madurez en ese postulantado. Y luego llegamos al noviciado. En el noviciado, pues ya se inició la oración con la Liturgia de las Horas, el Breviario, ese libro que algunos de ustedes ya van conociendo, y van amando. Yo, que estaba acostumbrado a la oración espontánea, a la oración improvisada, a la oración que surge, así no más, del corazón, me sentí raro, semanas enteras en una oración así, con un libro, y siguiendo unos textos; me sentía raro, a veces me sentía postizo. Pero fue obra del Espíritu Santo, que no tuviera yo la terquedad de rechazar esa oración, sino que más bien, intentara acomodar mi corazón, sensibilizar mi corazón a esa oración.


: "Yo quiero ser de esos que hacen tu voluntad; yo quiero aceptarte, yo quiero que tú, Señor, seas mi Señor, y yo quiero que tú seas mi alegría".


Y fue también obra del Espíritu, que después comprendiera, que en realidad, Dios seguía haciendo conmigo lo mismo que había hecho cuando me llevó a un grupo de oración que se llamaba "Espíritu Santo", allá en el barrio, junto a mi familia. Cuando estuve en el grupo de oración "Espíritu Santo", la gente oraba, yo no sabía decir nada, no se me ocurría decir nada. Llegué allá, me senté en un rincón, me escondí detrás de un mueble a ver cómo eran de ridículos todos, a eso fui. Eso es una etapa inmadura que uno pasa. Pero después de esa etapa inmadura, yo me di cuenta de que el inmaduro era yo, como le pasa a uno con esto de aplaudir, y levantar manos, y todas esas cosas. Al principio yo creí, que todos estaban locos; después descubrí, que el único loco era yo.

Si yo no tenía alegría suficiente para aclamar a Dios, si no tenía júbilo suficiente para darle vítores a Dios, y para gozarme con Dios, el que tenía que estar mal de la cabeza era yo. Si yo no conocía esa alegría, el que estaba mal era yo, y los demás, seguramente, eran los que estaban bien.

Yo podía tener muchas otras cosas, podía tener estudios, podía tener conocimientos, y sobre todo, podía tener una soberbia que no se me ha quitado del todo, creo, una soberbia como tres tallas mayor que yo, lo cual es decir. Yo podía tener todo eso, pero tener sencillez de alma, y alegrarme, lo que dice el Salmo, alegría, yo no tenía; alegría, yo no la conocía. En cambio, toda esa gente “ridícula” de ese grupo, que no tenía lo que yo tenía, sí tenía lo que yo no tenía. Y yo descubrí, que el que estaba mal en la vida, era yo, el que no iba a ir a ninguna parte en la vida, era yo. Pero la historia está, en que yo me escondí por allá detrás de un mueble, a ver que dijeran sus oraciones, y después fui descubriendo, que en esas oraciones había algo hermoso.

Pues bien, volvamos a la historia del noviciado. Estaba allá en el noviciado de mi Comunidad, y entonces entran los Salmos, y me sentía extraño, me sentía postizo; todavía me pasa alguna vez. Yo no creo que yo sea un gran orante, ni mucho menos; bastante camino me hace falta. Pero, por lo menos entendí y he seguido entendiendo, que cuando uno ora con los Salmos, uno está haciendo grupo de oración como esa gente. Y esos textos, que un día nacieron de un corazón como el mío, vienen de Dios, y son una escuela maravillosa. Y después empecé a descubrir, que ahí había arrepentimiento, que era lo que necesitaba mi alma, y alabanza, como a mí nunca se me hubiera ocurrido, y unas acciones de gracias preciosas.

Fui descubriendo eso, y por tanto, he querido compartir con ustedes en esta primera parte de nuestra predicación, la belleza y la utilidad de los Salmos.
Ahora vamos con la segunda parte: “Alegraos justos con el Señor” dice el salmo 97, versículo 12. Alegrarse, alegría, justos, justicia, el Señor Dios... es extraña esta invitación a la alegría. Parece que la alegría ha huido para siempre de algunas vidas, parece un imposible en esta tierra. Lo que dice el salmo creo yo que es una alegría que a uno no se le había ocurrido. Uno había pensado en la alegría, por ejemplo, de ganarse una lotería, en la alegría de sentirse correspondido en el amor, en la alegría de culminar un proceso, digamos, académico, lograr un gran puesto, curarse. Esas son las alegrías que uno conoce, y las alegrías que uno espera.
Aquí se nos habla de una alegría con el Señor. ¿Qué será eso de alegrarse con el Señor? Llega a mi mente el Salmo dieciséis: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. Mi suerte está en tu mano. Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Salmo 16,5-6).

Descubrir que la porción de uno es el Señor; descubrir eso, sentir que Dios es para nosotros; vamos a decirlo todavía más particular: "Dios es para mí". Intenta en tu corazón decir esa expresión: "Dios es para mí". Intenta pensarlo así, "Dios es para mí".

Si sientes un rechazo en tu alma, quiere decir que este Salmo te va a hacer una gran sanación. Intenta decirlo; si se te bloquea la mente, queda la pantalla en blanco, se rompe la conexión, y se desconcentra, quiere decir que este Salmo, Salmo noventa y siete, te va a hacer mucho bien. Esa verdad es la verdad que le puede traer paz a su corazón, porque la salud no te va a durar todo el tiempo, ni los amigos, ni la suerte, ni una carrera que terminaste. Las alegrías de esta tierra vuelan.
Una Santa compara las alegrías de esta tierra con un río que no para, intentas agarrarlo, y se te va. Así son las alegrías de esta tierra. Claro que había un negrito, un costeño que decía: “Bueno, y lo bailado, ¿quién me lo quita? Lo rumbeado, ¿quién me lo quita?” Eso es cierto; tiene razón también el negrito: Lo bailado, nadie te lo quita.

Pero a la vista de las alegrías que se tuvieron y no se tienen, es más terrible la tristeza. La persona que tuvo más alegría es más triste, incluso que la que no la conoció. Y por eso, los rostros más tristes que yo haya visto en esta tierra, son todos de personas rumberas, todos.

“Lo bailado, ¿quién me lo quita?” Nadie te quita a ti lo bailado, pero precisamente, eso es lo grave, que ese recuerdo te persigue, y te hace amargo este momento. Ese es el recuerdo que hace que este momento sea insoportable para ti, porque no puedes producir más eso. Y lo mismo pasa con las otras alegrías de esta tierra.
Por eso, hay que decir la frase "Dios es para mí", una frase que lo pone loco de alegría. Si sientes que en tu cabeza todo estalla, explota cuando dices, "Dios es para mí", quiere decir que hemos tocado la fibra que es.

Algo parecido tiene que hacer uno con el corazón. Si tu dices la frase "Dios es para mí", y eso te da una risa nerviosa, rabia, angustia, desesperación, ridículo, sarcasmo, "lo que me faltaba", quiere decir que hemos tocado la tecla que es.
Si no puedes decir la frase "Dios es para mí", algo gravísimo ha pasado en tu vida, algo que hace que te sientas radicalmente ajeno al Señor Dios.
Pues yo te invito a que tomes el Salmo noventa y siete, tome este Salmo, tómelo como tratamiento una vez antes de cada comida: "El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables, justicia y derecho sostienen su trono" (Salmo 97,1-2).

Reza, lee despacio este Salmo, invocando al Señor, y diciéndole: "Señor, abre mi corazón, abre una grieta en mi alma"; o mejor dicho, "entra por las grietas de mi alma".

Porque una persona que no puede decir la frase "Dios es para mí", le pasa lo mismo que le sucede a las calles de muchas ciudades en algunos sectores. Como decía un taxista: "El problema no es que haya mucho hueco, sino que hay poquito pavimento". Así puede pasar con algunas personas: no es que tengan muchas grietas, sino que ya no tienen pared; es que se les deshizo la vida, se les desmoronó todo, se les acabó todo.

Pues uno tiene que rezar por la calle, y por la casa, y decir: "El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables, tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono, delante de Él avanza fuego" (Salmo 97,1-3).
¡Es tan hermoso ese salmo! ¡Tan hermoso! Enamórate de ese salmo, y proclama la majestad de Dios. Cuando después de decirlo varias veces, llegues a, "alegraos justos con el Señor" (Salmo 97,12), estoy seguro, que el Espíritu Santo te va a conceder el deseo intenso de hacer la voluntad de Dios. Pero ya no va a ser la voluntad externa de un tirano que se la impone, sino va a ser la voluntad del Médico, del Amigo, del Amor de mi alma.

Cuando a uno le dicen: "Haga la voluntad de Dios", hay corazones tan heridos, tan rebeldes que dicen: "Y yo, ¿por qué voy a hacer la voluntad de Dios? ¿Por qué? Yo voy a hacer mi propia voluntad". Eso puede decir mucha gente. Pero la persona que habla así, ¿qué diría ante el médico? Si el médico le dice, por ejemplo, “mire, usted tiene que tomarse esto, o su estado mental empeorará”. Al médico sí le hacemos caso; eso es hacer la voluntad del médico.

¿Por qué uno hace la voluntad del médico sin rezongar? Porque uno cree que el médico quiere el bien de uno; por eso uno hace la voluntad del médico. Si usted está en una ciudad extraña, como me pasó a mí, por ejemplo, en Budapest: yo me perdí en Budapest. También me perdí en Praga, pero la perdida en Praga fue peor: fui a dar por allá, en el barrio más terrible, e iba caminando, yo era un jovencito rollizo, iba caminando por el barrio más espantoso de Praga, pero porque me perdí. Y pues, yo no tenía fresco el checoeslovaco en ese momento; de manera que no hallaba cómo expresarme. Por allá me encontró un policía, no sé cómo supo que yo era extranjero, y me dio dos o tres señas que me sacaron de ese infierno.

Ahí yo hice la voluntad del policía sin rezongar. ¡Qué tal que yo le hubiera dicho: "No, déjeme, que yo me meto más en esta alcantarilla, déjeme"! ¿Por qué no dije eso? Porque yo creía que el policía quería mi bien.

Cuando uno se encuentra con Jesús, cuando uno se encuentra con el Señor, uno se encuentra con Alguien que quiere el bien de uno. Sentir el amor de Aquel que quiere el bien de uno, eso es lo que uno necesita, para uno decir: "Yo quiero ser de esos que hacen tu voluntad; yo quiero aceptarte, yo quiero que tú, Señor, seas mi Señor, y yo quiero que tú seas mi alegría".

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