Autor: Fray Nelson Medina
De repente pasa que un antiguo tema cobra inesperada actualidad. Hace unos años no mucha gente sentía gran interés por los ángeles. Eso ciertamente fue una cosa mala para la Iglesia Católica, porque en esto --como en tantos otros temas de teología, pastoral y espiritualidad-- pasó algo trágico: los católicos nos desentendimos del tema y otros lo tomaron para hacer de él todo un edificio de fábulas que finalmente constituye un amplio y farragoso capítulo de la llamada "New Age".
¿Por qué están de moda los ángeles? Porque el mundo no soportó ser sólo materia. Se suponía que la gran conclusión a la que debía conducirnos todo el rigor de la ciencia era ese: sólo hay materia (y energía); sólo unas leyes, azar, selección natural y mucho tiempo.
Del caldo primordial de una materia, que probablemente es eterna o es parte de un conjunto de universos que danzan ante los ojos de nadie, fue surgiendo por vía de darwinismo cósmico todo lo que vemos y disfrutamos, todo lo que tememos y padecemos, todo lo que soñamos y pensamos. ESE es el credo que tenía que haber salido de la ciencia pura, cuyas alabanzas no cesa de propagar la tecnología con toda su fuerza para llenarnos de armas o de placeres.
Pero algo falló. Un mundo así hace del hombre, de cada hombre, un eslabón ridículo y perfectamente prescindible de un proceso inexorable y anónimo. Nacido de la nada, apenas con la suficiente inteligencia para comprender su tragedia antes de hundirse para siempre en el olvido... ¿qué es eso? ¿Qué vida puede construirse así y qué sonrisa no parece locura en un mundo así?
Por eso hubo que buscar otra salida. Y como la soberbia racionalista no permitió al mundo reconocer que la respuesta era humillarse ante la grandeza del Creador, entonces nuestra sociedad occidental decidió que lo mejor era --otra vez-- mendigar a las filosofías orientales algún pedazo de esperanza, aunque ello implicara hacerle trampa a las aduanas de la misma razón que para otros asuntos había sido entronizada como "diosa".
Y el oriental de moda es decididamente el budismo. Tiene a su favor que ofrece una "nada decente". En cuanto es una "nada" resulta compatible con los resultados desoladores de la ciencia de los dos últimos siglos. Pero es una "nada decente" porque el resultado final no es el absurdo, sino la disolución. De ese modo, más que llegar a una "nada" uno puede soñar que se está disolviendo en el "todo", lo cual es más soportable. Es un buen compromiso entre la razón y el corazón, por decirlo de algún modo.
¿Budismo y ángeles?
Uno puede preguntar qué tiene que ver un ambiente budista, o por lo menos favorable al budismo, con la moda angelical.
Aunque no es obvio a primera vista, sí es posible mostrar un vínculo razonable. El mundo de los adoradores de la ciencia necesita un "puente" para saltar a la trascendencia espiritualista propia de las filosofías orientales. Ese puente brota del único lado posible: no de las pruebas de laboratorio sino de la subjetividad incontrolable de la mente. Así las experiencias "espirituales", que en este caso significa solamente "inmateriales"
Los ángeles, en este enfoque de la New Age, no son entonces seres creados por Dios, ni en realidad tienen mucho que ver con lo que enseña sobre ellos la Biblia en su conjunto. Son seres que sirven para llenar en nuestra imaginación el vacío que hay entre la materialidad y la inmaterialidad. Entre el cuerpo humano con todas sus limitaciones y esa disolución budista en la "nada decente", la "nada luminosa". Por eso, para los partidarios de la Nueva Era los ángeles en un tiempo anterior fueron seres humanos, o dicho de otro modo, son personas humanas que ahora se encuentran en estados avanzados de evolución espiritual.
Cristo, cabeza de los ángeles
Por extraño que pueda parecernos, todas estas ideas, aunque desde luego no con rótulo budista, vienen desde tiempos muy antiguos. Como ya alguien dijo, la Nueva Era tiene de todo menos de nueva.
Ya en tiempos del apóstol Pablo había quienes sentían el cosmos lleno de fuerzas espirituales y energías de diverso origen. Para ellos no se trataba de resolver el problema existencial del sentido de la vida ante un mundo racionalmente inhóspito para el hombre. Se trataba del esfuerzo de armar o conjugar de algún modo la multitud de temores personificados y de mitos redivivos en una escalera, una jerarquía que hiciera comprensible qué tiene poder sobre la vida humana.
Así comprendemos el impacto formidable de las palabras del apóstol cuando afirma sin ambages que Cristo es "cabeza" de los ángeles. No cabe, en efecto, afirmar la victoria de Cristo sobre el pecado, que ha tenido le máximo poder sobre la vida y drama de los hombres, sin reconocer su señorío sobre cualquier cosa, espíritu, fuerza o persona que pretenda incluir en nosotros.
Es así como, para afirmar la realidad de la redención personal, que es señorío de Cristo en nuestros corazones, hay que terminar afirmando su señorío cósmico, que es lo único que puede justificar su potestad para derribar a todo lo que pretenda enseñorearse de nuestras almas, por él adquiridas a precio de su misma Sangre.
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