lunes, 22 de octubre de 2012

La fe como respuesta

Por Fray Nelson Medina tomado de www.fraynelson.com

La revelación abre el diálogo
Dios no nos trata como objetos inanimados; Dios nos habla y con su palabra abre el diálogo.
La respuesta de parte del hombre es la fe. La iniciativa es de Dios; la respuesta es nuestra.
El diálogo de la revelación tiene su culminación en Jesucristo: él es la Palabra que Dios Padre nos dirige y él es nuestro embajador y nuestra súplica viva en los cielos.



La fe no es una apuesta en el vacío
En la Biblia la fe no es propiamente ciega. "Vio y creyó", dice el evangelio de Juan. Creer no es suponer cosas que no existen ni imaginar cosas que deseamos.
Creer es rendirse ante la evidencia de amor que nos brota de las experiencias de revelación. Vemos que es así especialmente en los Evangelios.
La fe, entonces, no se demuestra con razones pero tampoco es irracional. Nace de experiencias de revelación que han tenido seres humanos. En ese sentido no se puede contradecir pero tampoco imponer.

La fe como peregrinación
Creer es abrir el propio mundo a unas posibilidades y unos horizontes que antes no existían.
La fe nos pone en camino, como le sucedió a Abraham, a quien llamamos nuestro padre en la fe, y como vemos continuamente en la Biblia.
El camino de la fe no es principalmente exterior (lugares) sino interior (transformación). Sin embargo, sabemos que cuando somos distintos obramos distinto.

La fe como confianza y obediencia
En el camino de la fe no vamos a oscuras, adivinando, ni tampoco en plena luz, sino como en penumbra. Para cainar así necesitamos confianza y obediencia.
La obediencia de la fe a la palabra revelada es un acto que honra profundamente a Aquel que se ha revelado.
Aunque la fe trae caminos y horizontes muy hermosos, la Palabra nos advierte que no se trata de un camino fácil. A veces la obediencia de la fe supone esfuerzo e incluso sacrificio.

La fe como fuerza para vivir
La fe, en cuanto confianza, se convierte en una fuerza muy grande, sobre todo porque nos abre los ojos al designio de amor que preside nuestra vida.
La fe es una fuerza también porque nos permite conocernos a nosotros mismos, un poco como Dios nos conoce, con lo cual es posible vencer muchas de las tribulaciones, obstáculos y miedos que traban el camino.
La fe manifiesta su fuerza interior en quienes han luchado por dar testimonio en circunstancias muy difíciles. Este es sobre todo el ejemplo elocuente de los mártires.

La fe como criterio de vida
Esta es la gran diferencia con la magia: en la magia se busca poder para nuestras manos; en la fe verdadera se busca que nosotros quedemos en las manos de Dios.
La fe no es un adorno ni tampoco una fuerza ciega: es un modo de participar vitalmente de la voluntad, el amor y el poder de Dios. Por eso la fe es el criterio de vida más importante para el que cree.
La fe nos guía iluminando nuestro entendimiento para reconocer quiénes hemos sido, cómo hemos sido liberados, qué significamos para Dios y qué promesas nos ha hecho para el futuro.

La fe como principio de comunión
Así como la revelación está dirigida al Pueblo de Dios, al cual construye en virtud de la acción del Espíritu Santo, así también la fe que nace de esta revelación es el principio interior de unidad en ese mismo Pueblo de Dios.
La fe nos une de dos maneras: destruyendo las tinieblas del pecado y la ignorancia, que nos separan a unos de otros, y mostrando la unidad del designio de amor y salvación de Dios, que nos llama a un destino común en él.
La fe manifiesta su fuerza unificante especialmente cuando es celebrada. En la liturgia, que es expresión y fuente de fe, la comunidad de creyentes se reconoce a sí misma y es edificada por la acción de la Palabra y del Espíritu.

La fe como luz para una revelación más profunda
Aunque a veces se oponen "creer" y "pensar", hay que decir que sin un ejercicio de pensamiento nadie podría saber qué cree en realidad. En este sentido, pensar ayuda a creer mejor.
Por otra parte, es verdad que sin una participación en las experiencias revelatorias no es posible captar el núcleo vital de la revelación. Puede decirse que sin fe los enunciados de la revelación carecen de un contenido real.
Por esto la fe es indispensable para comprender en su profundidad y audacia la revelación. La fe no sólo nos abre a lo revelado sino a las realidades anunciadas y contenidas en la misma revelación.

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