Por Gerardo, mi hermano
Mi nana Nelly era única, e inigualable; mi nana era una mujer sencilla, libre, feliz. Siempre tenía gente alrededor, aunque a veces estaba sola. Ella no se daba cuenta de que a veces estaba sola, por que cuando mi mamá le preguntaba “¿como has estado amá?” (Así le decía: amá) ella respondía: estamos bien mijita, chalito y yo.
Cuando éramos niños siempre íbamos a verla; nos consentía mucho, nos consentía todo, nos daba todo, aunque se quedara sin nada, y eso no le importaba, nunca exigía nada, no condicionaba nada, no pedía nada; no nos regañaba, nos hablaba. Y era por eso que le teníamos ese gran cariño, ese gran respeto, el respeto que se le tiene a una persona buena. En su casa era una algarabía, chamacos corriendo, otros gritando, cantando, bailando, y veces también, peleando (Pero, ¿que hermanos no se pelean?).
Vivió muchos años, como noventa o cien, pal caso es igual, eran muchos. A nosotros siempre nos llamaba en diminutivo, yo, era Gerardito. Conoció a mis hijas, las mayores, y le daba mucho gusto siempre que se las llevábamos, aunque fueron pocas veces. No recuerdo cuando murió, ni de que, yo creo que de vieja, se murió de vivir, digo yo. (“¿De que se murió? se murió de vivir” ¿o es que todos nos tenemos que morir de algo?) Cuando la gente vive la vida como si fuera su último día, se puede morir cuando sea, donde sea, de lo que sea; así fue ella.
Yo quiero ser como ella, quiero vivir hasta el día en que me muera, que absurdo, y que simple. Cuando me acuerdo de ella le digo: nana, no debes nada, no pagas nada, nana tú ya viviste, nana, estás en paz. Por eso yo siempre digo que mi nana Nelly era única, e inigualable…
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