Por Fray Nelson Medina O.P. http://www.fraynelson.com/
Santiago 2,19 dice: "¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan."
Los demonios también creen que hay un Dios... Entonces uno se pregunta: pues si ellos saben que Dios existe y si saben que Dios es poderoso ¿Por qué eso no les aprovecha? ¿Donde está la falla? ¿En donde está el problema? Saben que existe un Dios y saben que ese Dios es bueno, ¿Entonces por qué no les sirve? ¿Por qué eso no produce vida en ellos?
Porque ellos lo saben pero no lo admiten. Saben que Dios está allá lejos, Dios allá es bueno, Dios allá es santo, Dios allá es fuerte, Dios allá es poderoso. La fe verdadera es Dios acá, Dios aquí. No es saber cosas sobre Dios sino admitir con asombro que ese Dios tiene que ver conmigo. Tener fe es algo como esto: "Creo que Dios puede perdonarme todo, creo que Dios puede consagrarme, creo que Dios puede hacer de mí un gran santo". Porque creer que hay santos en el mundo, no es creer gran cosa, en cambio, creer que Dios me puede hacer santo, eso sí es Fe, creo que Dios puede perdonarme, creo que Dios puede transformarme, creo que puede iluminarme, creo que puede enviarme, creo que puede santificarme. ¡Claro y por supuesto! esa es la Fe que mueve montañas, esa es la Fe que cambia la vida.
Los disfraces para no creer
Uno disfraza la falta de fe de muchas maneras, porque es muy vergonzoso no tener fe, sobre todo es vergonzoso no tener fe cuando se supone que uno debería tenerla.
Uno de los disfraces más comunes es poner pretextos cuando me hablan de alguien bueno, de algún santo, con ejemplos de una gran vida de Fe. Pero como esos ejemplos me deslumbran, como eso me sobrepasa, entonces decimos: "es que hay gente que tiene madera para ello". Lo atribuimos al temperamento, lo atribuimos a la educación, lo atribuimos a los estudios que ha hecho o a los estudios que yo no he podido hacer. "Es que él estaba educado para ser virtuoso" decimos. Es decir, atribuimos la bondad heroica que encontramos en los santos a su historia. Y como mi historia no ha sido tan buena, entonces yo no tengo que ser exigido, o lo que es lo mismo, pensamos que hay personas que están destinadas a ser buenas y hay personas que estamos destinadas a ser mediocres o ser malas. Y nos justificamos diciendo: "Mi pasado no da para eso, mi vida no da para mas, mi cultura no da para ser santo; que haya gente penitente por allá en países lejanos, puede ser, pero ¿aquí en medio de todo este alboroto, en medio del ajetreo de la vida moderna?" ...Ese es un disfraz.
Creer que las personas son ajenas a Dios, es un disfraz muy triste, porque precisamente lo que Dios quiere mostrar contigo es, que aunque tus circunstancias no ayudan, aunque tu cultura, tu pasado o tu preparación no ayudan, El sí puede, El puede hacerlo, porque para El no es imposible... ¡El puede hacerlo! Es decir, la fe no es la consecuencia de tu pasado, la fe es una ruptura de la gracia en tu historia. Precisamente lo maravilloso que trae la fe a tu vida, es que tú no dabas para eso y sin embargo Dios lo hace, tú no tenías para eso y sin embargo Dios lo hace. ¡Quitémonos el disfraz!, no estamos predestinados para fracasar, ninguno de nosotros es el fruto necesario, irrevocable de una historia o de un pasado. Precisamente, tu historia es el brinco maravilloso que trae la gracia a tu vida.
Otro disfraz es: “Yo si me lo merecía pero ya me equivoqué, ya pequé y ya no lo merezco”. Es el disfraz con el que Satanás mintió a Judas Iscariote para llevarlo a la desesperación. Lo vistió con ese disfraz: "tu tuviste tu oportunidad y la perdiste." El disfraz que nos quiere poner el demonio es: "mira ya lo perdiste todo, ya lo embarraste, ya no hay nada que hacer, esto ya se acabó". El demonio quiere vestirnos con el ropaje de la locura y de la desesperación para que nosotros sintamos que: "yo tuve la esperanza, yo hubiera podido ser, en otras circunstancias yo hubiera sido".
"Yo hubiera sido" que es la frase que a veces repite el demonio día y noche en nuestra mente "yo hubiera podido ser…" "pero mira que te has vuelto un andrajo", "mira como pisoteaste todo" "mira como destruiste tu oportunidad" "mira como malgastaste tu vida" "mira como rompiste tu vocación" "mira que no hiciste nada que valiera la pena". El lenguaje del demonio es "tu hubieras podido ser" pero el lenguaje de Dios es "tu puedes ser".
Sin embargo, los santos, han encontrado una estrategia maravillosa para defenderse, porque en últimas todo lo que dice el enemigo es "mira que no te mereces" pero ahí empieza la oración de los santos: ¡claro que no me lo merezco! si me lo mereciera no sería gracia. Pero es gracia. Mi salvación es gracia y por eso muchos santos mueren invocando la Sangre de Cristo. No apelan a nada más; ni a sus virtudes, ni a sus milagros, ni a sus conocimientos, ni a sus apostolados, ni tampoco se enloquecen pensando en sus pecados, en sus caídas, en sus imperfecciones o en sus errores. Libres como una paloma del espíritu, vuelan cantando al cielo "Sangre de Cristo" y esa es nuestra respuesta, esa es nuestra solución, eso es lo que nosotros tenemos para defendernos de los ataques a la fe para librarnos de los disfraces que nos impiden creer en la Providencia Divina.
Como conclusión hemos de decir que:
La fe no es saber que Dios es poderoso, sino saber que tiene poder en mí.
La fe no es saber que Dios es bueno, sino saber que Dios ha sido bueno conmigo.
La fe no es reconocer que Dios es santo, sino reconocer a Dios capaz de santificarme.
Esa es la fe y una fe así es la que resulta superior a los ataques del demonio, superior al viento helado del mundo que se burla cuando creemos, superior a las seducciones pegajosas de la carne. Esa es la fe que nos rescata del demonio, del mundo y de la carne. La fe que es capaz de admitir un Dios que se mete con mi vida, un Dios al que reconozco poderoso y al que le otorgo poder en mí, un Dios al que reconozco bondadoso y cuya bondad canto en mi existencia, un Dios al que reconozco santo y lo reconozco capaz de santificarme. De manera que la fe es el puente maravilloso, es el puente por el cual le doy la oportunidad al Señor, por el que me abro a Dios para que El haga su obra a su tamaño.
Santiago 2,19 dice: "¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan."
Los demonios también creen que hay un Dios... Entonces uno se pregunta: pues si ellos saben que Dios existe y si saben que Dios es poderoso ¿Por qué eso no les aprovecha? ¿Donde está la falla? ¿En donde está el problema? Saben que existe un Dios y saben que ese Dios es bueno, ¿Entonces por qué no les sirve? ¿Por qué eso no produce vida en ellos?
Porque ellos lo saben pero no lo admiten. Saben que Dios está allá lejos, Dios allá es bueno, Dios allá es santo, Dios allá es fuerte, Dios allá es poderoso. La fe verdadera es Dios acá, Dios aquí. No es saber cosas sobre Dios sino admitir con asombro que ese Dios tiene que ver conmigo. Tener fe es algo como esto: "Creo que Dios puede perdonarme todo, creo que Dios puede consagrarme, creo que Dios puede hacer de mí un gran santo". Porque creer que hay santos en el mundo, no es creer gran cosa, en cambio, creer que Dios me puede hacer santo, eso sí es Fe, creo que Dios puede perdonarme, creo que Dios puede transformarme, creo que puede iluminarme, creo que puede enviarme, creo que puede santificarme. ¡Claro y por supuesto! esa es la Fe que mueve montañas, esa es la Fe que cambia la vida.
Los disfraces para no creer
Uno disfraza la falta de fe de muchas maneras, porque es muy vergonzoso no tener fe, sobre todo es vergonzoso no tener fe cuando se supone que uno debería tenerla.
Uno de los disfraces más comunes es poner pretextos cuando me hablan de alguien bueno, de algún santo, con ejemplos de una gran vida de Fe. Pero como esos ejemplos me deslumbran, como eso me sobrepasa, entonces decimos: "es que hay gente que tiene madera para ello". Lo atribuimos al temperamento, lo atribuimos a la educación, lo atribuimos a los estudios que ha hecho o a los estudios que yo no he podido hacer. "Es que él estaba educado para ser virtuoso" decimos. Es decir, atribuimos la bondad heroica que encontramos en los santos a su historia. Y como mi historia no ha sido tan buena, entonces yo no tengo que ser exigido, o lo que es lo mismo, pensamos que hay personas que están destinadas a ser buenas y hay personas que estamos destinadas a ser mediocres o ser malas. Y nos justificamos diciendo: "Mi pasado no da para eso, mi vida no da para mas, mi cultura no da para ser santo; que haya gente penitente por allá en países lejanos, puede ser, pero ¿aquí en medio de todo este alboroto, en medio del ajetreo de la vida moderna?" ...Ese es un disfraz.
Creer que las personas son ajenas a Dios, es un disfraz muy triste, porque precisamente lo que Dios quiere mostrar contigo es, que aunque tus circunstancias no ayudan, aunque tu cultura, tu pasado o tu preparación no ayudan, El sí puede, El puede hacerlo, porque para El no es imposible... ¡El puede hacerlo! Es decir, la fe no es la consecuencia de tu pasado, la fe es una ruptura de la gracia en tu historia. Precisamente lo maravilloso que trae la fe a tu vida, es que tú no dabas para eso y sin embargo Dios lo hace, tú no tenías para eso y sin embargo Dios lo hace. ¡Quitémonos el disfraz!, no estamos predestinados para fracasar, ninguno de nosotros es el fruto necesario, irrevocable de una historia o de un pasado. Precisamente, tu historia es el brinco maravilloso que trae la gracia a tu vida.
Otro disfraz es: “Yo si me lo merecía pero ya me equivoqué, ya pequé y ya no lo merezco”. Es el disfraz con el que Satanás mintió a Judas Iscariote para llevarlo a la desesperación. Lo vistió con ese disfraz: "tu tuviste tu oportunidad y la perdiste." El disfraz que nos quiere poner el demonio es: "mira ya lo perdiste todo, ya lo embarraste, ya no hay nada que hacer, esto ya se acabó". El demonio quiere vestirnos con el ropaje de la locura y de la desesperación para que nosotros sintamos que: "yo tuve la esperanza, yo hubiera podido ser, en otras circunstancias yo hubiera sido".
"Yo hubiera sido" que es la frase que a veces repite el demonio día y noche en nuestra mente "yo hubiera podido ser…" "pero mira que te has vuelto un andrajo", "mira como pisoteaste todo" "mira como destruiste tu oportunidad" "mira como malgastaste tu vida" "mira como rompiste tu vocación" "mira que no hiciste nada que valiera la pena". El lenguaje del demonio es "tu hubieras podido ser" pero el lenguaje de Dios es "tu puedes ser".
Sin embargo, los santos, han encontrado una estrategia maravillosa para defenderse, porque en últimas todo lo que dice el enemigo es "mira que no te mereces" pero ahí empieza la oración de los santos: ¡claro que no me lo merezco! si me lo mereciera no sería gracia. Pero es gracia. Mi salvación es gracia y por eso muchos santos mueren invocando la Sangre de Cristo. No apelan a nada más; ni a sus virtudes, ni a sus milagros, ni a sus conocimientos, ni a sus apostolados, ni tampoco se enloquecen pensando en sus pecados, en sus caídas, en sus imperfecciones o en sus errores. Libres como una paloma del espíritu, vuelan cantando al cielo "Sangre de Cristo" y esa es nuestra respuesta, esa es nuestra solución, eso es lo que nosotros tenemos para defendernos de los ataques a la fe para librarnos de los disfraces que nos impiden creer en la Providencia Divina.
Como conclusión hemos de decir que:
La fe no es saber que Dios es poderoso, sino saber que tiene poder en mí.
La fe no es saber que Dios es bueno, sino saber que Dios ha sido bueno conmigo.
La fe no es reconocer que Dios es santo, sino reconocer a Dios capaz de santificarme.
Esa es la fe y una fe así es la que resulta superior a los ataques del demonio, superior al viento helado del mundo que se burla cuando creemos, superior a las seducciones pegajosas de la carne. Esa es la fe que nos rescata del demonio, del mundo y de la carne. La fe que es capaz de admitir un Dios que se mete con mi vida, un Dios al que reconozco poderoso y al que le otorgo poder en mí, un Dios al que reconozco bondadoso y cuya bondad canto en mi existencia, un Dios al que reconozco santo y lo reconozco capaz de santificarme. De manera que la fe es el puente maravilloso, es el puente por el cual le doy la oportunidad al Señor, por el que me abro a Dios para que El haga su obra a su tamaño.
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