Por Fray Nelson Medina www.fraynelson.com
Sabemos que toda la Ley de los Profetas se resume en ese mandamiento único y bello a la vez: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo”, ahí está todo. No con ánimo de complicar lo que Dios hizo simple, sino de entender lo que quiere Él de nosotros, vale la pena que nos preguntemos, qué hay en este mandamiento. Hacer con humildad, con discreción, pero también con profundidad, preguntas a la Escritura, es como una manera de aprovechar sus quehaceres, resumir su alimento.
Preguntas como de niño; primera: ¿Suelo amar a Dios con todo mi corazón? Y si todo mi amor está en amar a Dios, entonces ¿con qué amor amaré al prójimo? Ya le di todo el corazón a Dios. Esa pregunta es la típica pregunta de niño, pero no deja de afrontar una realidad profunda. ¿Cómo puedo estar dedicado a Dios, y al mismo tiempo dedicado a las otras personas? Y hay una pregunta perecida a esta, ¿amar a Dios es amar el bien, la luz, la verdad, la belleza, la santidad, la grandeza, el poder, a aquel que me hace bien?
Muchas veces todas estas cosas, cuando vamos a amar al prójimo, existen, pero todas al revés; entonces amar al prójimo suele no tener como mucho de luz; hay prójimos como en tinieblas, y hay prójimos que no parecen tener mucho ni de bien, ni de verdad, ni de belleza, y por si esto fuera poco, mientras que de Dios recibimos bienes, del prójimo recibimos muchas cosas, algunos bienes y algunos males, y a veces, sobre todo cuando uno, de acuerdo a este mandamiento, el prójimo es del que se acuerda que no ha recibido muchos bienes, sino algunos o muchos males.
Segunda pregunta del niño: ¿Cómo puede Dios pretender que estuvieran tan unidos esos dos amores? Porque Él nos manda, prácticamente en una sola orden, que unamos dos amores que son tan distintos; amar al prójimo parece muchas veces una tarea, un ejercicio penoso, ¿cómo se unen estos dos amores? ¿En qué corazón caben estos dos amores? O sea que ya tenemos dos preguntas.
Cualquier niño de Primera Comunión, después de una debida preparación, sabe esto; pero probablemente ese mismo niño, debido al amor de Dios, entra a una Orden de religiosos, estudia la teología, se devana los sesos, y luego de sesenta o setenta años, muere santamente sin todavía acabar de entender lo que dijo Jesús. Esta no es una historia imaginaria, Santo Tomás de Aquino, le llegó una pregunta, la primera, la fundamental, y preguntó el niño Tomasito: “¿Y qué es Dios?”, y con esa pregunta primera le fue llevando Dios; Y con esa pregunta, años, décadas, muchísimas horas, tal vez cientos de horas de estudio, muchas horas de oración, y se murió y no tenía toda la respuesta.
Y es que las respuestas, con estas enseñanzas debidas, no es que uno las tenga, sino que ellas lo tienen a uno; no es que uno agarre a Dios, sino que mientras uno esta tratando de agarrarlo, Él lo abraza a uno, y cuando uno se da cuenta, está agarrado por Dios. Eso pasa como aquella definición de noviazgo: un hombre que quiere conquistar a una mujer, hasta que ella lo atrapa, es algo como lo que sucede aquí, mientras uno esta ocupado tratando de agarrar el océano, ya se hundió, ya se ahogó; fue el océano el que me agarró a mí, fue él el que me atrapó.
Por eso Jesús toma en serio la respuesta que tiene que dar, porque toma en serio la pregunta del hombre; tal vez la intención del hombre no era la mejor, tal vez había hipocresía, tal vez hay hipocresía en muchos teólogos, pero Jesús toma en serio una pregunta que está bien hecha, esto es un consuelo para nosotros, porque muchas veces uno cree, que si no cumple con todos los requisitos del formulario, Dios no le va a responder nada.
Jesús tenía que saber, primero, que el Evangelista, desde luego, primero que nosotros, debíamos saber que este letrado tenía que aparecer como justo; uno se puede imaginar que era un viejito hipócrita, que había estudiado mucho y seguramente algunos de sus discípulos estaban ahí muy cerca de Jesús, y tal vez unos detrás de Jesús; entonces este letrado quería parecer como justo, delante, entre otras cosas, de sus discípulos. Pues llega a preguntar: “¿Qué tengo que hacer para llegar a la vida eterna? (véase San Lucas 10,25), y Jesús le dice: “¿Qué está escrito en la Escritura? ¿Qué lees en ella?” (Véase San Lucas 10,26), y lo primero que aprende el letrado es esto, le devolvía la “Primera Comunión”, es como si le hubiera dicho en términos de él, un gran teólogo, una gran pregunta.
Y luego pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?” (Véase San Lucas 10,29). Jesús tuvo que darse cuenta que era una pregunta hecha más por razones humanas, que por cualquier otra cosa. Pero Jesús es menos exigente de lo que pensamos, porque sí Él vino a sanar nuestras enfermedades, y nuestras enfermedades no son sólo nuestros egos, ese tener que guardar una imagen ante uno mismo, también esa vanidad, ese respeto humano, esa también es una enfermedad. Jesús sabe que la pregunta del letrado está hecha con un corazón envidioso, un corazón vanidoso, pero como en el caso de Ezequiel, Jesús dijo que había venido no a condenar, sino a salvar, entonces Jesús viene a salvar a todos. Dice entonces esta parábola y la respuesta del letrado es que el que se portó como prójimo fue el que practicó la misericordia con él.
Esta palabra: misericordia, nos ayudará a responder nuestras preguntas de niño.
La segunda pregunta era: ¿cómo hago para amar a un Dios bueno, infinito, grande, y un prójimo tan limitado tan mala clase a veces, tan complicado tan difícil de querer? La palabra que une esos dos amores, el amor que une esos dos amores, es el mismo amor que unió la naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo en una sola persona: el amor de misericordia.
Pero si nosotros pensamos en el amor en términos de pura admiración, que es el amor con el que uno se enamora, ese amor no va a servir para pegar estos dos amores tan distantes, porque precisamente el prójimo, cuando es difícil de amar, es cuando no le veo nada de admirable, sino al contrario, de reprensible es que le veo. Entonces si uno tiene en la cabeza el amor de admiración, no hay manera de pegar esos dos amores, porque siempre debo sentir que admiro y admiro más a Dios, y me va a fastidiar más y más el prójimo, y entre eso voy a intentar refugiarme más y más con Dios, y cuando ya sienta que estoy allá con Dios, El me preguntará: ¿Y tu prójimo? Entonces uno va a sentir como un pajarito que lo tiran del nido caliente, "¡otra vez el prójimo¡" O sea que eso no tiene solución por ese lado. La clave está en la palabra misericordia.
Y para descifrar esa clave esta lo que nos enseña La Carta de San Juan: “Es que Dios nos amó primero” (véase 1 San Juan 4,10). Fijémonos bien lo que nos dice San Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amo primero”; esa expresión, “consiste”, nos está diciendo que es como la esencia, lo central, y el que habla así es porque seguramente sabe lo que está diciendo.
¿Qué esta negando el Apóstol San Juan? ¿Lo que él dice que no?, “No en que nosotros hayamos amado primero a Dios”; ¿Qué tipo de amor es el que está negando ahí? El de admiración por supuesto; el amor que proviene de la especulación filosófica, o de la simple admiración a partir de la naturaleza, o del ejercicio intelectual de decir: "el más grande, el más grande". Ese tipo de amor que surge de ahí, no es el que me va a servir para el prójimo. Esto es gravísimo porque es lo que nos anuncia precisamente el cristianismo al neoplatonismo, y hay mucho neoplatonismo hoy en día; sobre todo las almas contemplativas tienden al neoplatonismo sin darse cuenta, tienden a ello, es una tendencia que hay ahí en la inteligencia y en amor humano.
¿Cuál es la diferencia? Que el amor neoplatónico consiste en la continua admiración del ser de Dios: “¡cómo es de grande, cómo es de grande, es el único es el bello es el verdadero!”; el ejercicio propio del neoplatonismo es ése, me desprendo de toda la gente, y me vuelo a contemplar al Único. ¿Y el prójimo? Es cuando San Juan dice: “No en que nosotros hayamos amado a Dios”. Quiere decir que por ese camino no se va a ninguna parte ya que el que quiera entrar en la escuela del amor, debe permanecer en una certeza y esa es: “El Me amo primero”.
Entonces el amor empieza en que Él nos amó, y nos amó con amor de misericordia, porque ¿qué debía admirar Dios en nosotros?, nada. ¿Cuándo entonces nos despediremos de ese amor de merecimientos? ¿Cuándo le dejaremos? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que ese no es el camino de la vida cristiana? Eso sirve para otras cosas, no es que no sirva, eso sirve para ser científico, sirve para ser filósofo, sirve para ser artista, para muchas cosas, pero para la vida eterna, no sirve.
Lo único que sirve para la vida eterna es la certeza de que me amó por misericordia, Él no tenía que crearme, lo ha hecho por amor; no tenía que salvarme, lo ha hecho por misericordia; sólo desde ahí, sólo desde esa certeza de esa misericordia, yo me regalo a ese amor, y regalado desde ahí, con ese amor amo a mi prójimo; o sea que en el fondo, “amarás a tu prójimo” no es, “saca de donde sobre amor para tu prójimo, probablemente batalles, pero saca amor para tu prójimo”, No.
Al contrario, el mandamiento es: no detengas la corriente del amor, no detengas la corriente de la misericordia, y por eso cuando dice: “Amarás al Señor con todo tu corazón” es: regálate, déjate invadir de ese amor y de ese hito, que te amó primero, que te amó por misericordia, que te ha hecho libre, abre el corazón, regálate a ese amor; ese es el primer sentido. Y luego viene el segundo: Ya que estas lleno de amor, deja que el amor corra porque el viento es libre, déjalo que ame también a los otros, no detengas a tu Dios, para que Él te siga iluminando, para que Él te siga colmando, puesto que Él nunca se detiene.
¿Nunca has hecho el ejercicio de amar? Déjalo que corra, y así no tendremos porque temer amar a Dios con todo el corazón y tener amor para amar al prójimo. Amo a Dios con todo mi corazón le he abierto puertas y ventanas que entre y haga todo lo que quiera, y una vez que habita en mí es Él propiamente quien ama al prójimo a través de mí, claro con un acto que es también mío.
Y eso explica porque dos amores que parecen tan distintos pueden darse en un corazón, y el primer corazón en que esto sucedió de modo inminente y santísimo fue precisamente en el Corazón de Jesús.
A Él, nuestro Maestro y Salvador, sea la alabanza y la gloria por los siglos infinitos.
Copiado de: http://fraynelson.com/homilias.html.
Sabemos que toda la Ley de los Profetas se resume en ese mandamiento único y bello a la vez: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo”, ahí está todo. No con ánimo de complicar lo que Dios hizo simple, sino de entender lo que quiere Él de nosotros, vale la pena que nos preguntemos, qué hay en este mandamiento. Hacer con humildad, con discreción, pero también con profundidad, preguntas a la Escritura, es como una manera de aprovechar sus quehaceres, resumir su alimento.
Preguntas como de niño; primera: ¿Suelo amar a Dios con todo mi corazón? Y si todo mi amor está en amar a Dios, entonces ¿con qué amor amaré al prójimo? Ya le di todo el corazón a Dios. Esa pregunta es la típica pregunta de niño, pero no deja de afrontar una realidad profunda. ¿Cómo puedo estar dedicado a Dios, y al mismo tiempo dedicado a las otras personas? Y hay una pregunta perecida a esta, ¿amar a Dios es amar el bien, la luz, la verdad, la belleza, la santidad, la grandeza, el poder, a aquel que me hace bien?
Muchas veces todas estas cosas, cuando vamos a amar al prójimo, existen, pero todas al revés; entonces amar al prójimo suele no tener como mucho de luz; hay prójimos como en tinieblas, y hay prójimos que no parecen tener mucho ni de bien, ni de verdad, ni de belleza, y por si esto fuera poco, mientras que de Dios recibimos bienes, del prójimo recibimos muchas cosas, algunos bienes y algunos males, y a veces, sobre todo cuando uno, de acuerdo a este mandamiento, el prójimo es del que se acuerda que no ha recibido muchos bienes, sino algunos o muchos males.
Segunda pregunta del niño: ¿Cómo puede Dios pretender que estuvieran tan unidos esos dos amores? Porque Él nos manda, prácticamente en una sola orden, que unamos dos amores que son tan distintos; amar al prójimo parece muchas veces una tarea, un ejercicio penoso, ¿cómo se unen estos dos amores? ¿En qué corazón caben estos dos amores? O sea que ya tenemos dos preguntas.
Cualquier niño de Primera Comunión, después de una debida preparación, sabe esto; pero probablemente ese mismo niño, debido al amor de Dios, entra a una Orden de religiosos, estudia la teología, se devana los sesos, y luego de sesenta o setenta años, muere santamente sin todavía acabar de entender lo que dijo Jesús. Esta no es una historia imaginaria, Santo Tomás de Aquino, le llegó una pregunta, la primera, la fundamental, y preguntó el niño Tomasito: “¿Y qué es Dios?”, y con esa pregunta primera le fue llevando Dios; Y con esa pregunta, años, décadas, muchísimas horas, tal vez cientos de horas de estudio, muchas horas de oración, y se murió y no tenía toda la respuesta.
Y es que las respuestas, con estas enseñanzas debidas, no es que uno las tenga, sino que ellas lo tienen a uno; no es que uno agarre a Dios, sino que mientras uno esta tratando de agarrarlo, Él lo abraza a uno, y cuando uno se da cuenta, está agarrado por Dios. Eso pasa como aquella definición de noviazgo: un hombre que quiere conquistar a una mujer, hasta que ella lo atrapa, es algo como lo que sucede aquí, mientras uno esta ocupado tratando de agarrar el océano, ya se hundió, ya se ahogó; fue el océano el que me agarró a mí, fue él el que me atrapó.
Por eso Jesús toma en serio la respuesta que tiene que dar, porque toma en serio la pregunta del hombre; tal vez la intención del hombre no era la mejor, tal vez había hipocresía, tal vez hay hipocresía en muchos teólogos, pero Jesús toma en serio una pregunta que está bien hecha, esto es un consuelo para nosotros, porque muchas veces uno cree, que si no cumple con todos los requisitos del formulario, Dios no le va a responder nada.
Jesús tenía que saber, primero, que el Evangelista, desde luego, primero que nosotros, debíamos saber que este letrado tenía que aparecer como justo; uno se puede imaginar que era un viejito hipócrita, que había estudiado mucho y seguramente algunos de sus discípulos estaban ahí muy cerca de Jesús, y tal vez unos detrás de Jesús; entonces este letrado quería parecer como justo, delante, entre otras cosas, de sus discípulos. Pues llega a preguntar: “¿Qué tengo que hacer para llegar a la vida eterna? (véase San Lucas 10,25), y Jesús le dice: “¿Qué está escrito en la Escritura? ¿Qué lees en ella?” (Véase San Lucas 10,26), y lo primero que aprende el letrado es esto, le devolvía la “Primera Comunión”, es como si le hubiera dicho en términos de él, un gran teólogo, una gran pregunta.
Y luego pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?” (Véase San Lucas 10,29). Jesús tuvo que darse cuenta que era una pregunta hecha más por razones humanas, que por cualquier otra cosa. Pero Jesús es menos exigente de lo que pensamos, porque sí Él vino a sanar nuestras enfermedades, y nuestras enfermedades no son sólo nuestros egos, ese tener que guardar una imagen ante uno mismo, también esa vanidad, ese respeto humano, esa también es una enfermedad. Jesús sabe que la pregunta del letrado está hecha con un corazón envidioso, un corazón vanidoso, pero como en el caso de Ezequiel, Jesús dijo que había venido no a condenar, sino a salvar, entonces Jesús viene a salvar a todos. Dice entonces esta parábola y la respuesta del letrado es que el que se portó como prójimo fue el que practicó la misericordia con él.
Esta palabra: misericordia, nos ayudará a responder nuestras preguntas de niño.
La segunda pregunta era: ¿cómo hago para amar a un Dios bueno, infinito, grande, y un prójimo tan limitado tan mala clase a veces, tan complicado tan difícil de querer? La palabra que une esos dos amores, el amor que une esos dos amores, es el mismo amor que unió la naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo en una sola persona: el amor de misericordia.
Pero si nosotros pensamos en el amor en términos de pura admiración, que es el amor con el que uno se enamora, ese amor no va a servir para pegar estos dos amores tan distantes, porque precisamente el prójimo, cuando es difícil de amar, es cuando no le veo nada de admirable, sino al contrario, de reprensible es que le veo. Entonces si uno tiene en la cabeza el amor de admiración, no hay manera de pegar esos dos amores, porque siempre debo sentir que admiro y admiro más a Dios, y me va a fastidiar más y más el prójimo, y entre eso voy a intentar refugiarme más y más con Dios, y cuando ya sienta que estoy allá con Dios, El me preguntará: ¿Y tu prójimo? Entonces uno va a sentir como un pajarito que lo tiran del nido caliente, "¡otra vez el prójimo¡" O sea que eso no tiene solución por ese lado. La clave está en la palabra misericordia.
Y para descifrar esa clave esta lo que nos enseña La Carta de San Juan: “Es que Dios nos amó primero” (véase 1 San Juan 4,10). Fijémonos bien lo que nos dice San Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amo primero”; esa expresión, “consiste”, nos está diciendo que es como la esencia, lo central, y el que habla así es porque seguramente sabe lo que está diciendo.
¿Qué esta negando el Apóstol San Juan? ¿Lo que él dice que no?, “No en que nosotros hayamos amado primero a Dios”; ¿Qué tipo de amor es el que está negando ahí? El de admiración por supuesto; el amor que proviene de la especulación filosófica, o de la simple admiración a partir de la naturaleza, o del ejercicio intelectual de decir: "el más grande, el más grande". Ese tipo de amor que surge de ahí, no es el que me va a servir para el prójimo. Esto es gravísimo porque es lo que nos anuncia precisamente el cristianismo al neoplatonismo, y hay mucho neoplatonismo hoy en día; sobre todo las almas contemplativas tienden al neoplatonismo sin darse cuenta, tienden a ello, es una tendencia que hay ahí en la inteligencia y en amor humano.
¿Cuál es la diferencia? Que el amor neoplatónico consiste en la continua admiración del ser de Dios: “¡cómo es de grande, cómo es de grande, es el único es el bello es el verdadero!”; el ejercicio propio del neoplatonismo es ése, me desprendo de toda la gente, y me vuelo a contemplar al Único. ¿Y el prójimo? Es cuando San Juan dice: “No en que nosotros hayamos amado a Dios”. Quiere decir que por ese camino no se va a ninguna parte ya que el que quiera entrar en la escuela del amor, debe permanecer en una certeza y esa es: “El Me amo primero”.
Entonces el amor empieza en que Él nos amó, y nos amó con amor de misericordia, porque ¿qué debía admirar Dios en nosotros?, nada. ¿Cuándo entonces nos despediremos de ese amor de merecimientos? ¿Cuándo le dejaremos? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que ese no es el camino de la vida cristiana? Eso sirve para otras cosas, no es que no sirva, eso sirve para ser científico, sirve para ser filósofo, sirve para ser artista, para muchas cosas, pero para la vida eterna, no sirve.
Lo único que sirve para la vida eterna es la certeza de que me amó por misericordia, Él no tenía que crearme, lo ha hecho por amor; no tenía que salvarme, lo ha hecho por misericordia; sólo desde ahí, sólo desde esa certeza de esa misericordia, yo me regalo a ese amor, y regalado desde ahí, con ese amor amo a mi prójimo; o sea que en el fondo, “amarás a tu prójimo” no es, “saca de donde sobre amor para tu prójimo, probablemente batalles, pero saca amor para tu prójimo”, No.
Al contrario, el mandamiento es: no detengas la corriente del amor, no detengas la corriente de la misericordia, y por eso cuando dice: “Amarás al Señor con todo tu corazón” es: regálate, déjate invadir de ese amor y de ese hito, que te amó primero, que te amó por misericordia, que te ha hecho libre, abre el corazón, regálate a ese amor; ese es el primer sentido. Y luego viene el segundo: Ya que estas lleno de amor, deja que el amor corra porque el viento es libre, déjalo que ame también a los otros, no detengas a tu Dios, para que Él te siga iluminando, para que Él te siga colmando, puesto que Él nunca se detiene.
¿Nunca has hecho el ejercicio de amar? Déjalo que corra, y así no tendremos porque temer amar a Dios con todo el corazón y tener amor para amar al prójimo. Amo a Dios con todo mi corazón le he abierto puertas y ventanas que entre y haga todo lo que quiera, y una vez que habita en mí es Él propiamente quien ama al prójimo a través de mí, claro con un acto que es también mío.
Y eso explica porque dos amores que parecen tan distintos pueden darse en un corazón, y el primer corazón en que esto sucedió de modo inminente y santísimo fue precisamente en el Corazón de Jesús.
A Él, nuestro Maestro y Salvador, sea la alabanza y la gloria por los siglos infinitos.
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