Autor: Madre Angélica Fuente: www.ewtn.com
El concepto de lo perfecto, de lo inmaculadamente santo es irreal. Sólo tenemos que mirar los evangelios para ver cuán imperfectos eran los Apóstoles y los primeros cristianos. Hubo un momento en sus vidas en el que cambiaron. A este momento le llamamos "conversión", su encuentro con el Espíritu Santificante.
Para los apóstoles fue Pentecostés, para Pablo fue una luz resplandeciente en el camino a Damasco, para Cornelio fue la simple y llana presencia de Pedro. Sin embargo, la mayoría de los santos no tuvo experiencias dramáticas. Como hemos podido apreciar en la vida de Matt Talbot, fue el dolor, la decepción y la sensación de vacío las que lo hicieron cobijarse en los brazos de Dios. No importa lo que sucedió, los santos se decidieron en algún momento de su existencia, a seguir a Jesús. Un vacío profundo en sus almas comenzó a ser llenado, ya que encontraron la perla de gran valor. Todos ellos cambiaron sus vidas, algunos su estado en la vida, pero no se deshicieron de sus debilidades. Lucharon con más fuerza, vencieron más y crecieron, como Jesús, en gracia y sapiencia ante Dios y ante los hombres.
En el libro de los Hechos, vemos como el espíritu vacilante de Pedro se toma mucho tiempo para decidir el destino de los gentiles haciéndose con esto miserable él mismo y a los demás. El temperamento de Pablo se encendía rápidamente cuando discutía alguna cosa en las reuniones con los Apóstoles. Juan, a quien Jesús llamaba el hijo del trueno, tenía poca paciencia con aquellos que no seguían a Jesús.
En las vidas de todos los santos, encontramos las siguientes similitudes: Amor a Dios y al prójimo, determinación para seguir a Jesús y para levantarse de inmediato después de una caída, completa ruptura con el pecado grave, crecimiento en la virtud y la oración y, el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
Estas características están al alcance de todo ser humano y ellas no desaparecen las faltas o imperfecciones. En este punto, debemos hacer una distinción entre faltas y pecados. Una persona santa cumple los mandamientos y se ayuda de las disposiciones y capacidades que posee para que este cumplimiento sea un proceso de la imitación de Cristo, sea un proceso de santificación. Sin embargo, tiene también una serie de debilidades que lo hacen escoger, constantemente, entre él mismo y Dios. Es en este vaciarse personalmente que cada uno, al irse llenando de Jesús, se va haciendo santo.
La santidad es una "experiencia de crecimiento" y éste consiste en el incremento del conocimiento, amor, autocontrol y todas las demás virtudes imitables de Jesús. No tenemos que perder de vista la santidad mientras avanzamos en la vida, ya que la santidad significa que Jesús es para nosotros lo que ninguna otra cosa puede ser en el mundo. Este deseo de pertenecer enteramente a Dios no excluye amar al prójimo, ser compasivo, caritativo, paciente y amable. Nuestro deseo de pertenecer a Dios aumenta todas estas virtudes en nuestras almas, incrementa nuestro amor por el prójimo y nos hace cada vez más generosos.
Una madre de familia santa lo será en la medida que sea una amorosa esposa y madre, llena de compasión por su familia porque está llena de Jesús que es compasivo.
Un esposo y padre será santo en la medida que sea un hombre trabajador, honesto, preocupado por las cosas del hogar, con las ideas claras sobre su modelo que es el providente Jesús.
Ambos, esposo y esposa llegan a ser santos a medida que crece su amor por el Señor. El amor los hace verse a sí mismos y cambiar aquellas cosas que no son parte del ser como Jesús. Al hacer esto, la vida juntos es menos complicada, más llena de amor y entendimiento. Están unidos por el amor y la oración, por el perdón y el esfuerzo mutuos.
Los niños se hacen santos siendo obedientes, atentos, alegres y cariñosos. Estas cualidades se mantienen por la fuerza de la gracia y la oración.
Ser leal a los deberes propios del estado de vida y la gracia que recibimos constantemente no es tarea fácil. Nuestro temperamento, nuestras debilidades, la sociedad, el trabajo e incluso el clima pueden desviar nuestra atención. Vivir la vida espiritual, vivida dentro de un mundo que no es espiritual, y mantener los principios de Jesús sobre los principios del mundo, no es tarea fácil tampoco. La paradoja está en que si elegimos el mal sobre el bien, es un infierno total hasta llegar al infierno y eso es más difícil todavía.
El Cristianismo es un modo de vida, - una manera de pensar - una manera de actuar que es contraria a la manera del mundo. Esto hace que el cristiano se quede solo y esta soledad es la que lo desalienta en su esfuerzo por alcanzar la santidad. A pesar de ello, esta misma soledad es la que le permite confrontar a una multitud. El cristiano se vuelve una luz para alumbrar las mentes de aquellos que no disfrutan de la oscuridad - un fuego que calienta los corazones fríos.
Lucha como lucha todo hombre, trabaja, come, duerme, llora y ríe; pero el espíritu en el que cumple las necesidades humanas necesita y demanda de él que sea santo. No siempre toma la decisión correcta, pero aprende de sus errores. No corresponde a cada una de las gracias que recibe, pero acepta sus caídas con humildad y trata de ser como el Maestro. No consiente el pecado y sin embargo está consciente de su condición de pecador, ama a su prójimo lo suficiente como para corregirlo con amabilidad cuando su alma está en peligro.
Es libre de tener o no tener, ya que su verdadero tesoro es Jesús y las realidades invisibles. Puede poseer cosas con desprendimiento o ser un desposeído sin amargura.
Conoce a su padre lo suficiente como para confiar su pasado a Su misericordia. El Espíritu es un amigo que guía sus pasos y endereza los caminos torcidos. Su tiempo y sus talentos los dedica a imitar a Jesús en el día a día
El santo es la persona que ama a Jesús en un nivel personal - amarlo lo suficiente como para querer ser como Él en la vida cotidiana - lo ama lo suficiente como para asumir las características de Jesús. Como Él, cumplir amorosamente la Voluntad de Dios, sabiendo que de todas las cosas saldrá algo bueno porque es amado personalmente por tan grande Dios.
No nos dejemos confundir por los talentos y las misiones de otros santos. Seamos los santos que debemos ser. Para eso fuimos creados. No existen santos "grandes" o "pequeños", - sólo hombres y mujeres que lucharon y oraron para ser como Jesús - vivamos cumpliendo la Voluntad del Padre en cada momento donde sea que estemos sin importar lo que estemos haciendo.
Los santos son gente común con la compasión del Padre en sus almas, la humildad de Jesús en sus mentes y el amor del Espíritu en sus corazones. Cuando estas bellas cualidades crecen día a día en las situaciones cotidianas, nace la santidad.
El Padre entregó al Hijo para que seamos sus Hijos y herederos su Su Reino. Jesús nació, vivió, murió y resucitó para mostrarnos como llegar al Padre. El Espíritu nos entrega Sus dones para que nos vistamos con las joyas de la virtud, el oro del amor, las esmeraldas de la esperanza y los resplandecientes diamantes de la fe.
No nos contentemos con la cinta adhesiva ni con el papel aluminio de este mundo. ¡Sean santos!- donde sea que estén.
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