martes, 4 de septiembre de 2012

La fe y la razón, algunas precisiones

Tomado del libro "Para salvarte" de Jorge Loring, S.I.

La fe es segura y oscura al mismo tiempo. Segura porque se basa en la palabra de Dios, y oscura por la limitación de nuestro entendimiento. Por eso decía Santa Teresita del Niño Jesús: «Señor, no te entiendo nada; pero te creo todo, porque me fío de Ti».
Lo primero que hay que decir es que las cosas son como Dios ha dicho que son, no como nos puedan parecer a nosotros. Y si Dios ha dicho que seguiremos vivos más allá de la muerte, esto es así aunque haya quien no lo acepte. Algunos piensan que por no creer en el infierno son más libres. Pero no es así. Lo que son es más inconscientes.

Cerrar los ojos ante la verdad no enriquece al hombre, lo empobrece. No basta tener dudas. Las dudas y dificultades no son argumentos probativos. Yo puedo tener dificultades sobre una cosa que es una realidad. Por el contrario, para aceptar un bien me basta una razonable probabilidad. Yo acepto una medicina con una probable esperanza de me ayudará, aunque no tenga seguridad absoluta de su eficacia.

La fe en Dios es perfectamente razonable.
La fe es aceptar lo que no entiendo porque me fío del que me lo dice. Pero la fe es razonable. Si no lo fuera, los creyentes seríamos unos necios. Sin embargo, la fe no es un salto en el vacío, a lo loco. Es muy razonable aceptar lo que no entiendo, si puedo fiarme del que entiende y me lo dice. Por eso hay que rechazar, tanto el racionalismo que sólo acepta lo que se puede demostrar (los misterios son indemostrables), como el fideísmo que desprecia la razón, y pretende que la fe sea «un salto en el vacío», sin ningún motivo de credibilidad. Si la fe no tuviera ninguna motivación de tipo racional no sería responsable ni humana. Dijo San Pablo: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras»Rom 1,20

La razón no causa la fe
Pero no se trata de convencer a nadie a base de pruebas, sino de hacer ver lo razonable que es creer. Derramar luz sobre las verdades de la fe. Sin embargo, aunque la razón me indica que hay motivos serios para creer, la razón no causa la fe. Sólo cuando el corazón humano se rinde a la gracia en un acto de humildad y sencillez es cuando nace la fe. La razón tiene que ir acompañada de la oración humilde. Es preciso tener un corazón limpio para creer en Dios. No olvidemos que la conversión no nace sólo tras haber sido convencido, sino tras una iluminación de mi entendimiento y adhesión de la voluntad a Dios, acogiendo las verdades reveladas y acomodando todo mí ser a esa iluminación. El acto de fe constituye esencialmente un asentimiento a estas verdades porque Dios las ha revelado. Y por supuesto que no basta asentir a las verdades reveladas por Dios; es preciso vivir de acuerdo con ellas.

La voluntad también interviene
Para el que tiene fe, mil objeciones no le hacen dudar; y al que no tiene fe, mil pruebas no le convencen.
Entre la clara evidencia y la fe interviene un acto voluntario, perfectamente libre. Del mismo modo que ya pueden mostrarme del modo más convincente y persuasivo que alguien merece ser amado, no por eso lo amaré. No se puede amar de mala gana, ni creer de mala gana. Es lo que ya decía San Agustín en su comentario a San Juan: "nemo credit nisi volens", es decir, nadie cree sino de buen agrado. El hombre se convence por razones, pero es la voluntad la que elige las razones que quiere que le convenzan. Por eso no basta dar razones que van sólo al entendimiento. Hay que presentar valores que mueven a la voluntad: bondad, belleza, importancia, utilidad o necesidad para el hombre en cuanto tal. La fe es razonable, pero las razones no bastan para creer. Hace falta un acto de voluntad. No es lo mismo estar convencido que convertido. Las razones van al entendimiento, pero son los valores los que mueven la voluntad.

Es necesario la gracia de Dios
Dice el Concilio Vaticano I: “Podemos conocer a Dios por la razón natural”. Es una certeza que excluye toda duda razonable, pero no se trata de una evidencia axiomática. La fe es un acto de la voluntad tras el examen, por la razón, de los motivos de credibilidad. Por eso la razón prepara la fe, no la impone. Para dar este paso al frente es necesaria la gracia de Dios. Por eso hay que pedir a Dios el don de la fe. La fe es un don en el sentido de que Dios nos ayuda para que nuestra razón no se vea entorpecida por obstáculos psíquicos, morales, culturales, ambientales, etc., que le impidan su correcto funcionamiento. Los fundamentos de la fe hacen la fe razonable. La fe complementa la razón, pero no la destruye. Dijo Juan Pablo II en su encíclica sobre la Ciencia y la Fe: «Ni fe sin razón, ni razón sin fe».

Ganarse el corazón
Es necesario dar razones al entendimiento, pero no es menos necesario ganarse el corazón. Y el corazón se gana con el atractivo personal. Si le caes bien a una persona, ya has conseguido el 50% para convencerla. Si uno considera al cristianismo como un antivalor por los sacrificios que exige, es muy difícil que crea. Pero si considera el cristianismo como un valor superior a todo sacrificio, porque garantiza una eternidad feliz, empieza a poner la base de una posible fe; si al mismo tiempo tiene la oportunidad de conocer suficientemente las razones en que se apoya la credibilidad del cristianismo avanzará más.

La posición del ateo
Un hombre que sinceramente quiere la salud acepta encantado una medicina que le ofrece garantías de curación, aunque suponga costosos sacrificios. Para tomarla basta que ofrezca esperanza razonable de curación. Pero negarse a tomarla porque no hay seguridad absoluta de su eficacia, es absurdo. El ateo es como el que está en su cuarto con la ventana cerrada, y sólo ve lo poco que alumbra la bombilla de su mesa de trabajo. Si abriera la ventana, entraría la espléndida luz del Sol, que lo ilumina todo. Es la diferencia entre el ateo y el creyente.

La ciencia no contradice la fe
No debemos deslumbrarnos con estas afirmaciones que a veces se oyen de labios poco documentados: “La Ciencia moderna contradice a la Fe”. Porque puedes tener la seguridad de que la verdadera ciencia no ha contradicho nunca, ni contradirá jamás a los dogmas de fe, porque Dios, la misma Verdad, es el Autor de la Ciencia y de la Fe; y no puede contradecirse.
Efectivamente, la Ciencia es el conocimiento de las leyes que Dios ha puesto en la Naturaleza que son la base de la Ciencia; y Fe es el conocimiento de las verdades que Dios ha revelado. Dios, Sabiduría infinita, es Autor tanto de las verdades científicas como de las verdades religiosas: luego estos principios jamás pueden ser incompatibles entre sí.

Dios no se equivoca
Cuando parezca que hay incompatibilidad, se debe a los hombres que han rebasado o mal interpretado las verdades de la Ciencia o de la Fe. Hay que tener en cuenta que no es ciencia indiscutible la hipótesis de trabajo de un científico. Así como tampoco es verdad revelada la teoría personal de un teólogo. Cuando hablo de Ciencia, hablo de ciencia indiscutible, no de la hipótesis de trabajo de un científico. Y cuando hablo de Fe hablo de verdades dogmáticas, no de una norma disciplinar de la Iglesia por citar un ejemplo.
Pero entre ciencia indiscutible y dogmas de fe jamás ha habido contradicción, ni la habrá en el futuro, por que Dios no puede equivocarse, porque es infinitamente sabio. Y no puede engañarnos porque es infinitamente bueno.

La fe no le acomoda a todos
Pero hombres a quienes estorba la religión se agarran ansiosos a estas teorías mal demostradas como si fueran dogmas de fe, para desechar los verdaderos dogmas de fe que les estorban. No porque en los dogmas de la religión haya misterios –como decíamos antes, la vida está llena de misterios, y eso a nadie extraña-; lo que ellos tienen contra la religión no son dificultades científicas, sino prejuicios y dificultades morales.
Si la Religión no obligara a tener a raya las pasiones, nadie tendría dificultades contra la religión. Y si los preceptos morales dependieran de las verdades de la física, muchos negarían la física en lugar de negar la religión. Los que niegan la existencia de Dios es porque les conviene que no exista. Y cuando el hombre no cree en Dios, cree en cualquier superstición. Dijo el Papa Juan Pablo II: “Un mundo construido sin Dios acaba por alzarse contra el hombre”.

Conclusiones
¿Admitiríamos la sinceridad del que justifica su desinterés con el pretexto de no ver claro desde el principio? En la raíz del no ver puede estar un fallo de la voluntad. Hace falta limpiar los ojos, no basta con querer ver. Se requiere disponibilidad o receptibilidad, purificación de prejuicios, purificación de sentimientos.
Si un minero, atrapado al derrumbarse la mina, a oscuras, y en trance angustioso de asfixia, ve aparecer por una grieta una luminosidad, por tenue que sea, esto le basta y le sobra para ponerse alerta por si aquello que viene del otro lado de las rocas, donde hay más luz, le anuncia una esperanza de salvación. Dará voces para comunicar su presencia a los posibles salvadores. Si se inhibiese diciendo: “esto no me basta, no hago nada hasta que tenga más luz y señales más claras”, podría quedar sepultado para siempre.

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