domingo, 9 de septiembre de 2012

Fe y Obras

Tomado del artículo de Joseph Pohle, Justification,“The Catholic Encyclopedia”, vol. VIII
 
La Iglesia enseña la necesidad de las obras, pero también lo enseñan las Escrituras. Aún así, la Iglesia rechaza la noción de que la salvación se puede alcanzar ‘sólo por las obras’. De la misma forma, la doctrina católica sostiene –como doctrina revelada– que no basta la fe para la salvación, ya que sólo por la caridad la fe tiene la perfección de unirnos a Cristo y ser vida del alma, siendo meritoria de vida eterna.

El Concilio de Trento expresamente enseña que “la fe, si no se le añade la esperanza y la caridad, ni une perfectamente con Cristo, ni hace miembro vivo de su Cuerpo. Por cuya razón se dice, con toda verdad, que la fe sin las obras está muerta (St 2,17ss) y ociosa”.
 
Esta doctrina está expresamente enseñada en la Sagrada Escritura, pues si bien es cierto que hay muchos textos –especialmente paulinos– que hablan de un papel fundamental de la fe en la justificación como por ejemplo:

le respondieron: Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa’ (Hch 16,31);
el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley’ (Rom 3,28);
Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación’ (Rom 5,1);
y otras citas semejantes en: Hch 26,18; Rom 10,9; Ef 2,8-9; Gal 2,16; 2,21; 3,1-3. 9-14. 21-25.

También es claro que hay muchos otros textos, tanto del mismo Pablo como de otros autores inspirados, que hablan de la ineficacia de la fe sin las obras, y en particular sin la caridad:
 
'la fe sin obras es muerta' (St 2,17);
'el que no tiene caridad –se entiende que está hablando de quien tiene fe– permanece en la muerte' (1Jn 3,14);
'si tuviere tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada' (1Co 13,2);
'en Cristo ni vale la circuncisión ni vale el prepucio, sino la fe, que actúa por la caridad (Gal 5,6; cf. 4,15).

Por tanto, es necesario armonizar las afirmaciones en que se atribuyen los efectos salvíficos a la fe, con aquéllos en que los mismos efectos son, no sólo atribuidos a la caridad, sino que se niega que puedan ser alcanzados por la fe sin la caridad y las obras de la caridad (pues al hablar de caridad se sobreentienden sus obras, como queda patente por las palabras del Señor en el Evangelio de San Juan (cf. Jn 15,10): el que me ama guardará mis palabras [= mandamientos]).

Mala práctica exegética es negar los textos que crean dificultad, tanto por una parte (negando el papel clave que juega la fe en la justificación y la doctrina paulina de la exclusión de las obras de la Ley; sea negando el papel de las obras de la caridad).

De aquí que haya que afirmar que los textos en que se habla de la fe, deben ser entendidos de la fe “perfeccionada” por la caridad (porque mientras los textos referidos a la fe salfívica, si fuesen entendidos de la fe al margen de la caridad, quedarían en oposición a los textos que hablan de la necesidad de la caridad para salvarse, por el contrario, entendidos de la fe perfeccionada por la caridad, se entienden tanto unos como otros).

Teológicamente, esta relación perfectiva de la caridad ha sido expresada con el concepto de “forma”: la caridad es la forma de todas las virtudes, ya que la caridad mueve e impera los actos de fe y de las demás virtudes al fin último (Dios), imprimiendo en ellos la cualidad de actos meritorios.
De este modo eleva los actos de la fe al orden virtuoso y perfecto. En este sentido, la fe recibe de la caridad la orientación al fin último que es el bien divino, (objeto de la caridad)

Afirmamos entonces que de ninguna manera puede decirse que la Iglesia católica quite valor al sacrificio de Jesús. Su valor es infinito y una gota de sangre puede salvar el universo. Lo que enseña la Iglesia, siguiendo al mismo Jesucristo, es que Dios no nos salvará (nos salva Dios, no nosotros) sin nosotros, es decir, sin que su sangre se convierta en fruto en nosotros. Y esto se pone de manifiesto en las obras (que si bien las hace Dios en nosotros, se hacen, existen).

Por eso, Jesucristo al joven rico que quería salvarse le dice que haga obras: ¿Qué tengo que hacer para salvarme? Cumple los mandamientos, y le nombra los principales. Eso es lo mismo que enseña la Iglesia. Las obras son totalmente nuestras y totalmente de Dios que las hace en nosotros.

San Pablo dice en 1Co 3,9 que somos colaboradores de Dios. También San Pablo exclama con toda fuerza: 'De él (Dios) somos hechura, creados en Cristo Jesús a base de obras buenas, que de antemano dispuso Dios para que nos ejercitemos en ellas' Ef 2,10.

No puede pensarse nada más lejos de una fe desencarnada del obrar. Y por el mismo motivo, Nuestro Señor nos recuerda que no basta el conocimiento para la salvación, cuando, tras lavar los pies de sus discípulos y recordarles la necesidad de “obrar” según su ejemplo:

'para que así como yo hice con vosotros, vosotros también hagáis' Jn 13, 15
'Si sabéis esto, bienaventurados seréis si lo hiciérais' Jn 13,17

No basta saber; es necesario hacer, obrar.

Jesús murió por todos los hombres, pero el buen ladrón aceptó a Cristo y el mal ladrón murió blasfemando. Eso quiere decir que la salvación no es algo automático.
 


Jesús ha ganado los méritos para nuestra salvación, pero cada uno de nosotros debe hacer el trabajo de “aplicárselos” a sí mismo, mediante la santificación diaria y los sacramentos.
 
Aun así, los católicos sabemos y profesamos:
Que esta misma aplicación no es sólo obra nuestra, sino al mismo tiempo toda nuestra y toda de Dios.
Que nada nos puede salvar, ni la fe ni las obras, sin la gracia de Dios.
Que las acciones meritorias que llevamos a cabo son obras inspiradas por la gracia de Dios.

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