Por Arturo Guerra, LC www.fluvium.org
Si caminaste 200 pasos más de lo acostumbrado porque fuera de tu oficina están
instalando un semáforo y por lo mismo te has visto obligado a estacionar más
lejos, ya estás estresado. Si el jefe te levantó la voz un decibel más de lo
habitual, ya estás estresado. Si tu perro profirió cuatro ladridos y un aullido
a media noche, estás estresado.
Si mañana presentas un examen en la universidad,
esta noche será de estrés acentuado. Si uno de tus amigos olvidó felicitarte en
tu cumpleaños, te viene una depresión. Si la planta que regabas cada mañana
comienza a palidecer, ello te produce estrés. Si a tu mamá se le ocurre pedirte
el favor de ir al súper a comprar un litro de leche, ya estás estresado. Si te
has entretenido cinco minutos más en el embotellamiento cotidiano, a casa llegas
estresado. Si al doblar una esquina con tu vehículo, otro conductor te grita una
que otra palabra, te indignas y tu nivel de estrés pega un salto (no importa que
la causa haya sido que ignoraste un letrero de alto).
Y no digamos si
finalmente no prosperó aquella nueva oferta de trabajo tan prometedora o si
afrontas el dilema de llevar adelante o no un embarazo o si un amigo sufre un
accidente.
Cada cierto tiempo
la prensa nos comparte un nuevo hallazgo del siguiente tenor: "Los científicos
Anderson-Hyde han descubierto que las personas que poseen un gato en casa sufren
más estrés que quienes eligen un perro" o "una compañía neozelandesa ha
realizado un estudio donde se demuestra que ver un pordiosero por la calle puede
producir considerables porcentajes de estrés en un infante" o "una empresa
cervecera ha publicado los resultados de una investigación que prueba
científicamente que quien bebe un refresco cualquiera a partir de las diez de la
noche sufre más estrés que quien ingiere cerveza a la misma hora" (el hecho de
que la compañía auspiciadora del estudio sea vendedora de cervezas, es un dato
periférico, una mera coincidencia).
Las recomendaciones
se desprenden con claridad: antes de comprarte un gato piénsatelo bien, bebe una
cerveza después de las diez (en vez de tu habitual refresco), no permitas que tu
hijo vea un pordiosero por la calle (mucho menos se te ocurra abrir la
ventanilla de tu coche...).
Casi todo causa
estrés. Es una palabra barril: puedes meter ahí todo lo negativo, lo que implica
contratiempo, lo doloroso, lo imprevisto, lo que rompe mis planes, lo que me
compromete, lo que me exige, lo que me obliga, lo no deseado, lo que agobia, lo
que no esperaba, lo que no entiendo por qué diantres se mete en mi vida...
Negamos, de entrada, que algo bueno pueda salir de ahí...
Stress... palabra
mágica... Y quizá también pretexto mágico... parapeto mágico tras el que
escondemos algo... Tal vez... el miedo a la aventura de la vida que es
donación...
Un principio
intocable yace en el fondo de nuestra estresfobia: no permitas por ningún motivo
que el estrés entre en tu vida, huye de él como huirías del coco o del hombre
lobo o de lord Voldemort (si eres aficionado de Harry Potter), evita todas las
circunstancias que te orillen a estresarte. Cambia de jefe si te grita demasiado
(bueno, si logras conseguir otro). Demanda a la compañía instaladora de
semáforos, di formalmente a las autoridades incompetentes que ese tipo de
trabajos deberían realizarlo de noche, para evitar que respetuosos ciudadanos
como tú tengan que caminar 200 pasos más de lo prescrito, y explícales todas las
consecuencias que esos metros de más pueden acarrear a la salud y equilibrio
psicosomático del conductor que no puede estacionarse donde siempre. Lucha unido
para que el profesor renuncie a tanto examen. Deja de hablar al amigo que tuvo
la osadía de no felicitarte. Dile a tu mamá que no vas, que siempre te manda a
ti, que porqué no envía a tu hermano que no hace nada. Ya no cultives plantas,
mejor practica un hobby menos estresante, como el de coleccionar jabones de
hotel. Antes de llevar adelante un embarazo piénsatelo dos y tres veces,
considera que el estrés que te produzca traer un niño al mundo equivaldrá a que
tu salud y esperanza de vida sufran menoscabo, que quizá en vez de que puedas
vivir ochenta años vivirás por culpa de ese embarazo sólo 79...
Escribimos libros
enteros, los psicólogos nos dan cursos para combatir el estrés. Los farmacólogos
inventan semanalmente por fin el medicamento más útil contra el estrés. Al
hojear una revista te topas pronto con un artículo titulado en letras muy
grandes de color verde: Nuevas técnicas para combatir el estrés. Ah, por fin la
solución. Ah, por fin dominaré el estrés. Bastará aplicar fidelísimamente
técnica por técnica...
Como si la vida
fuese la ciencia de esconderse del estrés: estúdiate unos métodos, entrena su
aplicación, léete un libro especializado, compra la última pastilla y tu vida
cambiará, desaparecerá el estrés y entonces por fin comenzarás a ser realmente
feliz.
Desde luego que no
se trata de negar por negar un fenómeno psicofisiológico que sí existe y que
tiene una incidencia real en nuestra vida. Pero lo que podemos intentar es no
ver el estrés y los hechos que pueden causarlo como si fueran un horrible
monstruo omnipotente dispuesto a arruinar nuestra existencia.
La vida, en cuanto
aventura, necesita el riesgo, necesita el contratiempo, necesita la dificultad,
el obstáculo... La realización de la persona, llamada a entregarse a los demás,
necesita la prueba, el dolor, el sufrimiento... Es ahí donde al final los seres
humanos nos hacemos más humanos. Ya alguien decía que si al hombre y a la mujer
de hoy se les enseña a no amar, se les está enseñando a no ser seres humanos.
Ningún instructivo,
ninguna técnica, ninguna medicación podrá para siempre quitarnos el dolor, el
sufrimiento en nuestra vida. Pero sí hay algo que está en nuestras manos: la
manera de recibir ese dolor, ese sufrimiento, la manera de encontrarnos con
ellos. Se trata de una actitud allá en el fondo del corazón. Se trata de otra
manera de vivir. Se trata de empezar a preocuparse por los demás más que por uno
mismo...
Otro autor
comentaba que cuando al hombre ya no le funcionan las anestesias para acabar con
el dolor, no sabe qué hacer con él. Quizá es precisamente en ese momento donde
todo lo que para algunos es desesperadamente estresante empieza a convertirse en
moneda de purificación, maduración, forja, humanización, realización y por tanto
de felicidad...
No es más feliz
quien se topa menos con el sufrimiento sino quien construye decididamente su
vida con los ladrillos del dolor y de la alegría que se va encontrando por el
camino...
Y acaba de
publicarse una investigación donde se prueba que enfrentarse a un escrito de más
de 6786 caracteres (con espacios incluidos) eleva los niveles de estrés del
lector más paciente…
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