Hay un gran supuesto que subyace a las críticas de la astrofísica moderna a la religión. Ese supuesto es que cuando la Biblia habla de "la tierra" se refiere a este planeta, el tercero en la lista del Sistema Solar, después de Mercurio y Venus, y antes de Marte y el gigantón, Júpiter.
Pero, ¿es así? ¿Habla la Biblia algo especial de este planeta? Primera sorpresa: no. La Biblia no conoce la noción de "planeta". Eso no tiene nada de extraño, por lo demás. ¿Se suponía que la Biblia debía tener todas las nociones o conceptos de la ciencia? A ver, busquemos qué dice la Biblia sobre procesos enzimáticos: ¿algún versículo al respecto? Investiguemos las teorías de la Biblia sobre ecuaciones diferenciales. ¿No suena ridículo? Pues, lo mismo: ¿por qué hemos supuesto que la Biblia contenía la noción de "planeta"?
Alguien dirá: "La Biblia habla de "los
cielos", y por ello habla también de planetas, así como habla de
estrellas." No es cierto. La Biblia habla de alimento pero no por eso
tiene el concepto técnico de "enzima". La Biblia habla de números
pero eso no quiere decir que tenga una noción --si quiera embrionaria-- de lo
que es una ecuación diferencial. Lo que es un "planeta", lo que
entendemos por "planeta" sólo podía ser comprensible después de
muchas sesiones de telescopio y de matemáticas avanzadas.
Es verdad que el nombre "planeta" es muy antiguo.
Viene del griego y significa "errante". La razón para aplicar ese
nombre a los planetas del sistema solar es que en las observaciones nocturnas
se nota que la luz que los planetas reflejan se "mueve" de una noche
a otra, hoy sabemos que en virtud de la rotación de estas inmensas masas en
orbita elíptica en torno al sol. Las "estrellas" no parecen moverse
unas con respecto a otras y por eso, comparados con ellas, los planetas son
unos "vagabundos" o "errantes".
Estas observaciones de los antiguos están en la base de lo
que luego hizo que hombres como Galileo dirigieran los primeros
telescopios hacia esos vagabundos. Para su propia sorpresa, Galileo descubrió
que Júpiter tenía lunas que giraban en torno a él, como nuestra propia luna
gira en torno a la tierra. Así pudo nacer la idea, el concepto de un algo
semejante a la tierra pero distante de la tierra. Así nació el concepto de
planeta como ha venido poco menos hasta hoy.
Luego vendrían otros pasos. Había que descubrir que esos
planetas no tenían luz propia, que algunos eran de textura más bien gaseosa,
aunque quizá con un núcleo rocoso y que algunos podían tener atmósfera mientras
que otros decididamente carecían de ella.
Ahora bien, todo este proceso de enriquecimiento de
conocimientos y depuración de nociones es ajeno a la Biblia. No es contrario a
la Biblia pero sí ajeno a ella. Lo cual implica que no podemos trasladar nuestros
conceptos científicos depurados a los tiempos bíblicos y decir: "la Biblia
enseña que este planeta...", sencillamente porque la Biblia no conoce la
noción de planeta.
"Mas la Biblia sí habla de tierra y de
mundo", puede decir alguien, y es cierto. Pero si la Biblia no conoce la
noción de planeta tampoco puede decirnos con su término "tierra" o
con su término "mundo" algo sobre este planeta que habitamos, en
cuanto planeta.
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