jueves, 6 de septiembre de 2012

Los deberes civiles del cristiano

Creo prudente detenernos por un momento para analizar y confrontar nuestras intenciones y acciones cotidianas a la luz del evangelio de Cristo en un tema que es común a los habitantes de cualquier país: nuestros deberes civiles como ciudadanos. ¿Cómo debe abordar el creyente los temas temporales que atañen a este mundo?

Ya apuntaba desde la primera parte del siglo veinte Pío XI en una de sus encíclicas:

Es en verdad lamentable que haya habido, y aún ahora haya, quienes llamándose católicos apenas se acuerdan de la sublime ley de la justicia y de la caridad en virtud de la cual nos está mandado no sólo dar a cada uno lo que le pertenece, sino también socorrer a nuestros hermanos necesitados como al mismo Cristo. Ésos, y esto es lo más grave, no temen oprimir a los obreros por espíritu de lucro.”

El bien común
Que interesante expresión: -dar a cada uno lo que le pertenece- ¿de donde hemos de dárselo entonces? Para empezar, podríamos explorar el concepto de bien común, del cual, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que comporta tres elementos esenciales:

  1. El respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona;
  2. la prosperidad o el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad;
  3. y la paz y la seguridad del grupo y de sus miembros”.
Dijo Juan Pablo II en una visita a Brasil: “El bien común de una sociedad exige que esa sociedad sea justa. Donde falta la justicia, la sociedad está amenazada desde dentro.”

La justicia social
Con lo anterior podemos afirmar que deberíamos incorporar como algo esencial en nuestras vidas el valor de la justicia social. Esto significa que en correspondencia al llamado que el mismo Jesucristo nos hace de amarnos los unos a los otros, la igual dignidad de las personas humanas exige nuestro esfuerzo para reducir las excesivas desigualdades sociales y económicas de nuestro tiempo, muchas de ellas desigualdades perversas.

La dignidad humana
Como bien sabemos, el sistema económico occidental ha terminado por imponerse de tal forma que el libre mercado es la base del actual sistema capitalista. Ciertamente el Papa Pío XI dijo que el capitalismo, en sí, no es malo; pues es necesario para dar trabajo. Pero hemos de aceptar sin tapujos que dicho sistema viola el recto orden de la justicia cuando esclaviza al trabajador despreciando su dignidad humana. Y esto último lo podemos ver a diario y por todo el mundo. Por eso la Iglesia nos señala que los responsables de las empresas están obligados a considerar el bien de las personas, y no solamente el aumento de las ganancias.

Nuestra vocación exige participación y compromiso
Ante ello, los seglares, los laicos, estamos llamados a colaborar activamente con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de una sociedad más justa. Y nos corresponde por lo tanto intervenir directamente en la actividad política y en la organización de la vida social. Es una tarea que forma parte de nuestra propia vocación de seglares.

Derivado de las reflexiones del Concilio Vaticano II la Iglesia nos recuerda:

El plan de Dios y el Evangelio dicen que el hombre es responsable de su desarrollo lo mismo que de su salvación. El cristianismo enseña que la importancia de las tareas terrenas no es disminuida por la esperanza del más allá. Por el contrario, obliga a los hombres aún más a realizar estas actividades. La obra redentora de Cristo, aunque de suyo se refiere a la salvación de los hombres, se propone también la restauración de todo el orden temporal”.

Es así como toma significado el evangelio en nuestros días, trayendo a nuestra vida diaria la enseñanza de Jesús. El Vaticano II ahonda más al respecto:

 Se equivocan los cristianos que consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno”. “El plan de Dios sobre el mundo es que los hombres instauren con espíritu de concordia el orden temporal y lo perfeccionen sin cesar”.

Así, los seglares no podemos limitarnos a trabajar por la edificación del Pueblo de Dios o la salvación de nuestras almas, sino que hemos de empeñarnos en la instauración cristiana del orden temporal. Por nuestra situación en el mundo, los seglares somos los responsables directos de la presencia eficaz de la Iglesia en cuanto a la organización de la sociedad en conformidad con el espíritu del Evangelio.

Los sistemas de organización
Sin pretender juzgar los diferentes regímenes políticos o sistemas económicos ya que la misma Iglesia ha señalado que la diversidad es legítima con tal que promueva el bien de la comunidad; hemos de señalar siempre que la autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. En ese sentido el magisterio de la Iglesia nos señala que si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia.

Para señalarlo más claramente: “El ciudadano tiene obligación, en conciencia, de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio, pues dice la Biblia en Hechos 5, 29 que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres»”

“cuando la autoridad pública, rebasando su competencia, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rehuir las exigencias objetivas del bien común; les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de tal autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica”. (Catecismo de la Iglesia Católica)

El justo medio

“…guardando los límites que señala la ley natural y evangélica” dice sabiamente al final del párrafo anterior.

Que no se nos olvide que ante todo está el amor a Dios y al prójimo y que por ello el fin no justifica los medios. No podríamos tampoco en aras de un fin bueno utilizar un medio moralmente ilícito.

No se trata del revolucionario ojo por ojo sino de buscar que Dios ilumine nuestros pasos disponiéndonos dócilmente a dejarnos guiar por su enseñanza evangélica y al mismo tiempo orar para que podamos encontrar para nosotros, para nuestras familias, para la sociedad y en sí para la humanidad entera, el bienestar justo y prudente mientras peregrinamos en este mundo en espera de la patria prometida.

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