sábado, 22 de septiembre de 2012

Admiración por el perdón de Dios

Tomado de www.fraynelson.com

Si leemos el evangelio según San Mateo capítulo 18 versículo 20 y siguientes, es tan hermosa y tan clara la pedagogía de Jesucristo, que logra que sus imágenes queden muy bien impresas en nuestro corazón; nos parece estar mirando estas escenas, ver a ese primer empleado que se postra, que gime, que llora, y dice: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”

Y luego la misma escena repetida, pero con un resultado muy distinto; si en el primer caso esa paciencia se volvió misericordia; en el otro caso la súplica no fue escuchada; y podemos leer el desenlace de la parábola.

Esa claridad, sin embargo, no debe llevarnos a descuidar los detalles, como tantas veces hemos dicho, son estos detalles los que muestran la exquisita y acabada maestría de Jesucristo.

Él no está solamente contando una historia para que quede grabada en nuestra memoria; está enseñando y esta enseñanza es profunda, por ejemplo, hemos notado la diferencia entre lo que pide el empleado y lo que le concede el Señor, el empleado dice: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”

Una suma de diez talentos es una suma exorbitante que equivaldría, probablemente, a cientos, o a miles de millones de pesos actuales, es una suma descomunal para una persona natural. El pago de una suma de ese tamaño, de miles de millones de pesos, eso es imposible; lo que está prometiendo este empleado es imposible, “te lo pagaré todo”, no iba a poder pagarlo todo, por eso la respuesta del Señor no es: “Bueno, entonces te dejo y págamelo”.

Éste pedía tiempo, y lo lo que recibió fue misericordia. El tiempo que él pedía era un tiempo irreal; hubiera tenido que vivir trescientos o quinientos años para poder pagar, en condiciones normales, lo que debía. Además, aquí se presenta como empleado, y el sueldo típico por lo que sabemos de otras parábolas, era de un denario al día; a ese régimen, tendría que vivir cientos de años este empleado, para poder pagarle a su señor los diez mil talentos que le debía.

De manera que el empleado pide tiempo y obtiene misericordia; pide tiempo irreal y obtiene una misericordia real; el señor tuvo lástima de aquel empleado y le dejó marchar perdonándole la deuda.
Es decir, este señor que indudablemente representa a Dios, este señor es consciente de que el otro lo que pide no lo va a poder cumplir; tampoco lo que hace este señor, es hacer un negocio con el empleado.

El empleado está pidiendo que le renegocien la deuda con unas cuotas, “para que nosotros podamos arreglarnos, y para que yo te lo pague todo”; el señor, que conoce más de economía que un empleado, sabe que necesitaría cientos de años para pagarle la deuda, y por eso no establece con él un negocio.

La misericordia empieza cuando ya no se hace el negocio. De esa lástima, de esa compasión, de esa misericordia, nace el perdón.

El otro trabajador, el empleado número dos, debía cien denarios; si un denario es algún dinero, cien denarios puede ser algo así como cuatro meses de trabajo, a un régimen de un denario por día. O sea que lo que estaba pidiendo el segundo que utiliza las mismas palabras del primero, eso sí era real.

“Ten paciencia conmigo” dice en el versículo 29 y no era una paciencia de cientos de años, era una paciencia de unos meses. Es decir que hay una desproporción de escala entre las dos peticiones: la primera es irreal, y obtiene misericordia. La segunda es real, es algo que se podía, y, sin embargo, lamentablemente nos encontramos con la respuesta que da: Se negó, y lo metió en la cárcel. Por eso se dice en el versículo 33 "No debías tú, también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti”.

Al cerrarse este empleado a la compasión, le sucede lo mismo que un tubo que está abierto por ambos lados. Si a un tubo le tapamos por un lado, ya no es un tubo; es un vaso largo, y una vez que le tapamos por aquí, ya no le puede entrar más agua por ese lado.

Nosotros somos como ese tubo, por un lado llega la misericordia de Dios, y por otro lado sale la misericordia hacia los hermanos. Si cerramos cualquiera de los dos extremos, se acabó el tubo. Si nos cerramos a la misericordia de Dios, el poquito de agua que queda en el tubo, ese va a ser el poquito de compasión que vamos a tener por las personas, y se nos va acabar pronto.

El que no viva en la conciencia de que Dios le ha tenido paciencia y misericordia, rápido se le acaba la paciencia con sus hermanos, con sus hermanas, y si cerramos el tubo por el lado de la compasión a los hermanos, entonces, todavía puede entrar un poquito de la misericordia de Dios, hasta que se llena el tubo y ahí, se cerró y se acabó.

La única manera de que el tubo siga siendo tubo, de que pueda recibir misericordia, es que permita fluir misericordia. Este señor no tuvo misericordia. Por eso, dice el evangelio, “El señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda”. Y esto es cadena perpetua, porque no podía pagarlo en el tiempo de una vida; hasta que pagara toda la deuda.

Es decir, “cerraste la misericordia con tu hermano, se acabó la misericordia contigo”.

Nuestras peticiones a Dios son muy semejantes a la primera que hizo este empleado, a veces, nosotros queremos establecer nuestras peticiones como negocios. Este hombre no comprendió que Dios había hecho con él algo mejor que un negocio, algo más maravilloso que un negocio; o tal vez, había pensado que había hecho el negocio de la vida, "¡hice el negociazo! Un poquito de lágrimas, un poquito de gritos, de gemidos, de postrarme, una humillación; pero saqué lo que quería".

No entendió la misericordia, se quedó mirando su ganancia: "¡Me gané dos mil talentos, me economicé!" Miró su ganancia, miró su negocio, no miró las manos generosas de ese señor que le había perdonado la deuda; si hubiera visto esa generosidad, hubieras comprendido también la compasión que le había tenido.

¡Cuidado, nosotros también! No sea que cuando Dios nos otorga grandes gracias, nos quedemos mirando el negociazo que hemos hecho, porque entonces obraríamos como ese señor, creyéndonos muy astutos para los negocios.

También podría pasar que cuando llegue alguien a pedirnos cualquier cosa, pensemos: "Voy a perder mucho, entonces mejor no doy nada", y ahí sí que haríamos el peor negocio de nuestra vida, porque cerrando el tubo por un lado, se acabó la misericordia por otro lado, y entonces nos quedamos sin nada.

Deberíamos mejor entrar en la lógica del regalo y de la gracia; entrar en la lógica de la misericordia; pedir al Señor, como dice el salmo: “Con los ojos puestos en sus manos generosas”, no tanto en lo que nos llegue, sino en lo que venga de Él.

Porque el verdadero negocio está, no en lo que nosotros recibimos, sino en ser amigos, siervos amorosos, hijos de ese Señor que con su generosidad nos construye, nos conserva, y nos cuida

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