Un
Dios que tapa agujeros, un Dios mentolatum, al que acudo solamente en
momentos difíciles. Es un Dios milagrero si cumplimos mandas y promesas o
peregrinaciones. Dios puede hacer milagros, pero normalmente deja que las leyes
de la naturaleza sigan su propio curso. Dios promete ayudarnos “si pedimos el
Espíritu”, pero no nos ahorra la dificultad y limitaciones de la vida humana.
Un
Dios que es controlador como el aparato ese que se pone a la entrada de las
empresas para fichar la hora de entrada y salida. Y es controlador porque lo
conoce y sabe todo. Quien cree en un Dios así, construye su relación con El
desde la Ley: es como el fariseo que cumple la Torah. Nunca puede sentir cariño
por Dios, sentirá sólo la frialdad de cumplir leyes.
Un
Dios castigador “que premia a los buenos y castiga a los malos”. No se
parece al Cristo de la Cruz que perdonó al ladrón. Ante ese Dios se siente
miedo más que amor. Es lo que le ocurre al de la parábola de los talentos que
no puede crecer porque siente miedo ante Dios. Y por eso escondió el talento
que se le dio. Ante el miedo, uno se bloquea ante Dios. Como Adán y Eva que se
esconden por miedo de Dios.
Otra idea
frecuente es un Dios que ya no tiene novedad para mí, es como una
película ya conocida, ya vista que nunca me puede sorprender porque ya sé su
final. Es un Dios memorizado pero nunca experimentado. No lo dejo que me
sorprenda. Ante ese Dios solemos usar el nombre de Dios en vano, usamos el
Templo y lo religioso para nuestro propio provecho personal, manipulamos a Dios
pero no nos dejamos tocar por Dios, no dejamos que Dios entre en su templo.
Otra
idea en circulación frecuente es la de un Dios que nos pide continuamente
obras, como que nos dice “obras son amores y no buenas razones”. Se nos
medirá por las obras. Frente a ese Dios surge el activista ante Dios: Marta,
Marta, ¿por qué te afanas? Como que uno tiende a creer que al fin de nuestra
vida se nos va a pedir cuenta de lo que hacemos mas que de lo que somos.
También
es frecuente entre la gente joven sentir a un Dios como el enemigo de mi
libertad. Lo que Dios me pide suele ser lo contrario de lo que me produce
placer o felicidad aunque sea pasajera. Es como un Dios anti-felicidad que sólo
busca que me acomode a un código preestablecido de lo que es felicidad. Siempre
que pienso en él se me viene a la mente palabras como “no se puede, no es
lícito, no es correcto, no está bien...” Dios se me convierte en un inmenso
código de prohibiciones que van contra mi felicidad sexual, afectiva, en contra
de mi personalidad, de mis relacione y de mi independencia. Al fin siento una
contradicción entre mi libertad que Dios me dio y el uso de ella.
Otra
imagen típica de Dios es la que requiere que uno se presente ante El siendo
perfecto, limpio, sin mancha ni tachadura y no acepta que la hierba buena
convive con la mala y Dios lo asume. No entiendo que Cristo ha venido a buscar
a los pecadores.
Una última idea es la de un Dios ancianito que ni ve lo que pasa,
una especie de abuelito que ni se entera de lo que ocurre alrededor de El y al
que se puede calmar con algunas oraciones o prácticas religiosas. Dios no es
ajeno ni distante, es Verdad.
Frente a todas estas imágenes lo único que nos dice
la Escritura es que la imagen de Dios de la que Jesús habló es la del Abbá, el
papito, el Padre que es capaz de un amor incondicional.
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