miércoles, 9 de abril de 2008

Verdades y mentiras de la historia

Por Luis Fernández Cuervo www.arvo.net

Luis Fernández Cuervo escribe en El Diario de Hoy (El Salvador), sobre el tratamiento de la Iglesia que hace el conocido escritor Mario Vargas Llosa con ocasión de la enseñanza del Magisterio sobre la sexualidad y más en concreto sobre la homosexualidad. Siempre resulta interesante conocer las ideas de fondo de los famosos y sobre todo el grado de consistencia (o inconsistencia) de las mismas.


El artículo “El pecado nefando”, del novelista Mario Vargas Llosa, publicado en este mismo periódico el domingo 24 de agosto, merece una respuesta serena, no en el tono exaltado y panfletario que utiliza el célebre escritor, sino con la mesura y objetividad que requiere tratar un tema importante y delicado que Vargas Llosa se encarga de tergiversar y oscurecer. He demorado la respuesta hasta poder leer el documento que tanto le enfurece a ese escritor.

Se trata de un reciente documento del Vaticano, donde se advierte que “las presentes consideraciones no contienen nuevos elementos doctrinales, sino que pretenden recordar los puntos esenciales inherentes al problema y presentar algunas argumentaciones” (…) “para proteger y promover la dignidad del matrimonio, fundamento de la familia, y la solidez de la sociedad, de la cual esta institución es parte constitutiva”.

El problema, según el documento, es la homosexualidad, “fenómeno moral y social inquietante”, y el hecho de que se le esté dando en varios países una equiparación legal con el matrimonio y, en algunos casos, incluso el derecho legal de adoptar hijos. El documento tiene también la finalidad de “iluminar la actividad de los políticos católicos, a quienes se indican las líneas de conducta coherentes con la conciencia cristiana”. El documento lo ofrecen “no solamente a los creyentes, sino también a todas las personas comprometidas en la promoción y la defensa del bien común de la sociedad”. ¿Por qué esto último? Sencillamente, porque el matrimonio, sus deberes y derechos, son también un asunto de “ley moral natural” que no necesita de la fe católica, sino, simplemente, de una mente honesta, abierta a los argumentos morales inherentes a la naturaleza humana y al sentido jurídico más elemental.

Vargas Llosa dice que lo que más le sorprende no es la doctrina católica en este documento, sino “la vehemencia con la que en él se exhorta a los parlamentarios y funcionarios católicos a actuar”. Vehemencia, según el diccionario, es algo que supone “ímpetu y violencia”.

Nada de eso hay en el documento denostado. No puede decirse lo mismo del libelo panfletario de Vargas Llosa, donde se emplean contra la Iglesia Católica, su doctrina de siempre y su documento actual, las siguientes lindezas: “feroces diatribas”, “doctrina rígida y cavernícola”, “empecinamiento dogmático”, “filípica anti-homosexual”, “doctrina homofóbica anacrónica”, “viril brutalidad” y donde se usa y abusa del verbo “fulminar”. Dado que el verbo fulminar siempre, según el diccionario, significa, en general, “aniquilar”, “deshacer por completo”, “pulverizar” o, más en concreto, “aniquilar mediante rayos o corriente eléctrica”, no se ve nada de eso en el documento vaticano. En cambio, sí se observa un tono un tanto fulminante en los insultos del escritor.

En el documento papal se dice que: “los hombres y mujeres con tendencias homosexuales ‘deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta’. Tales personas están llamadas, como los demás cristianos, a vivir la castidad. Pero la inclinación homosexual es ‘objetivamente desordenada’, y las prácticas homosexuales ‘son pecados gravemente contrarios a la castidad’”.

Cuando la Iglesia se opone a que a una pareja de homosexuales se les equipare legalmente con un matrimonio, tiene toda la razón y no hacen falta argumentos de fe religiosa, sino simplemente de sentido común y de sentido jurídico. Con esa equiparación, la injusticia no es para las parejas homosexuales, sino para el matrimonio, sus derechos y su importante rol en la sociedad, ya que matrimonio es la unión de un hombre y una mujer que, por la mutua donación, propia y exclusiva de ellos, se complementan y se perfeccionan y, normalmente, procrean, crían y educan a los hijos nacidos de su unión conyugal, contribuyendo con eso a ser base insustituible de la sociedad, de su estabilidad y bondad y de su prolongación a través de los tiempos.

Nada de eso puede decirse de la convivencia de dos homosexuales. Como comentaba a este respecto un abogado y profesor universitario español, “a nadie se ofende si se trata de modo jurídicamente desigual lo que es distinto; al contrario, se ofendería a la justicia tratando igual lo desigual. Pero el sentido común percibe a simple vista que una unión entre dos personas del mismo sexo no es matrimonio, como no lo es una unión de cinco personas, o de una persona sola (recientemente se publicó un suelto sobre una artista que celebró su boda consigo misma, prometiéndose perpetua e indisoluble fidelidad)”.


Vargas Llosa pretende apoyarse para sus ataques en la autoridad de Sigmund Freud, ignorando tal vez que el creador del psicoanálisis calificaba de perversa “toda actividad sexual que, habiendo renunciado a la procreación, busca el placer como un fin independiente de ella”. Después suscribe la declaración del senador Edward Kennedy, diciendo que “la Iglesia Católica debe ocuparse de religión y no de tomas de posición políticas”. Es decir, que tanto Kennedy como Vargas Llosa pretenden que la Iglesia traicione su mandato divino de difundir su doctrina por toda la sociedad, que reniegue de la autoridad que Jesucristo le dio sobre fe y costumbres, y que se recluya en el interior de las conciencias y de los templos: típica mentalidad del oscurantismo anticristiano del Siglo XVIII.

Vivimos unos tiempos en donde, con la complicidad de algunos periodistas ayunos de verdaderas noticias, personajes que tienen prestigio por su competencia en algún campo cultural (la canción, el fútbol, la escena o la literatura) se atreven a opinar con gran desparpajo y solemnidad sobre asuntos sobre los que no tienen suficientemente conocimiento intelectual y/o poca o nula autoridad moral. Vargas Llosa es un ejemplo.

Que escribe bien, es indudable. Que entiende de literatura, también. Pero en este artículo y en otros anteriores, demuestra un conocimiento muy sectario y erróneo de la historia universal, y una verdadera fobia, difícil de explicar, contra el cristianismo en general y contra la Iglesia Católica en particular. Trataré de mostrárselo a los lectores en mi próximo artículo.

Lunes, 1 de septiembre 2003.

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