LA
POBREZA DE CORAZÓN
El
amor a los pobres, signo de la presencia de CristoDios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo:
“A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda” Mt 5, 42. “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” Mt 10, 8.
Jesucristo -nos dice el evangelio- reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres:
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los cabritos. y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver.»” Mt 25, 31-36.
Por eso la buena
nueva anunciada a los pobres es el signo de la presencia de Cristo:
“Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los
sordos oyen, los muertos resucitan, y una Buena Nueva llega a los pobres” Mt
11, 5"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos” Lc 4, 18
El
amor cristiano por los pobres está inspirado en (1) el Evangelio de las
bienaventuranzas:
“Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices
ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes,
los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que
ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien,
los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa
del Hijo del hombre!” Lc 6, 20-22
(2) En
la pobreza de Jesús:
“Jesús le contestó: «Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos,
pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza.»” Mt 8, 20
Y (3) en su
atención a los pobres:
“Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver
cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos y daban mucho, pero
también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús
entonces llamó a sus discípulos y les dijo: «Yo les aseguro que esta viuda
pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les
sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus
recursos.»” Mc
12, 41-44.
Justicia para todos
El amor a los
pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de “hacer partícipe al que se halle en
necesidad” Ef 4, 28.
No abarca sólo la
pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y
religiosa. En este sentido, el amor a los pobres es incompatible con el amor
desordenado de las riquezas o su uso egoísta:
“Ahora bien, ustedes, ricos, lloren y den
alaridos por las desgracias que están para caer sobre ustedes. Su riqueza está
podrida y sus vestidos están apolillados; su oro y su plata están tomados de
herrumbre y su herrumbre será testimonio contra ustedes y devorará sus carnes
como fuego. Han acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Miren: el
salario que no pagaron a los obreros que segaron sus campos está gritando; y
los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos.
Han vivido sobre la tierra regaladamente y se entregaron a los placeres; han hartado
sus corazones en el día de la matanza. Condenaron y mataron al justo; él no les
resiste” (St 5, 1-6).
San
Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: “No hacer participar a los pobres de
los propios bienes es robarles y quitarles la vida; [...] lo que poseemos no
son bienes nuestros, sino los suyos. Por eso es preciso satisfacer ante todo
las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad
lo que ya se debe a título de justicia”
"Cuando
damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades
personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de
caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia” (San Gregorio Magno, Regula
pastorales).
Las obras de misericordia
Las obras
de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a
nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales
“¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas,
desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase
de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a
tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano.” Is 58, 6-7“Acuérdense de los presos como si estuvieran con ellos en la cárcel, y de los que sufren, pues ustedes también tienen cuerpo” Hb 13, 3
Instruir,
aconsejar, consolar, confortar, perdonar y sufrir con paciencia son obras
espirituales de misericordia. En cambio, las obras de misericordia corporales
consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo
tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los
muertos.
“Entonces los justos dirán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te
dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te
recibimos, o sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y
fuimos a verte? El Rey responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron
con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.»”Mt 25,37-40.
Entre
estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si
17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es
también una práctica de justicia que agrada a Dios:
“Cuando ayudes a un necesitado, no lo publiques al son de trompetas; no
imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las calles, para que los
hombres los alaben. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio. Tú, cuando
ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la
derecha: tu limosna quedará en secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te
premiará.” Mt 6,
2-4.“El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo” Lc 3, 11.
“Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros” Lc 11, 41.
“Si un hermano o una hermana están desnudos
y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: ‘id en paz,
calentaos o hartaos’, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?”
(St 2, 15-16; cf Jn 3, 17).
Bajo
sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta, enfermedades
físicas o psíquicas y, por último, la muerte-, la miseria humana es el
signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras
el primer pecado de Adán y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la
miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar
sobre sí e identificarse con los ‘más pequeños de sus hermanos’.
Jesús
exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les
propone “renunciar a todos sus bienes” por Él y por el Evangelio:
“De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo
que posee, no puede ser mi discípulo”. Lc 14, 33“Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”. Mc 8, 35.
Poco
antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de
su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir
“Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba,
pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir”. Lc 21, 4
Así,
el precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en
el Reino de los cielos. Por ello, debemos intentar orientar rectamente nuestros
deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no
nos impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor
perfecto.
“Bienaventurados los pobres en el espíritu”
dijo Jesús en Mt 5, 3.
Las
bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de
paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino:
“Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!” Lc 6, 20
En
cambio, se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia
de bienes: “Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!” Lc 6, 24.
Por
eso, debemos abandonarnos en la providencia del Padre del cielo para librarnos
de la inquietud por el mañana:
“Por eso yo les digo: No anden preocupados por su vida con problemas de
alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la
vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa? Fíjense en las aves
del cielo: no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros, y sin
embargo el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen
ustedes mucho más que las aves? ¿Quién de ustedes, por más que se preocupe,
puede añadir algo a su estatura? Y ¿por qué se preocupan tanto por la ropa?
Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero yo les
digo que ni Salomón, con todo su lujo, se pudo vestir como una de ellas. Y si
Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no
hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen! No anden tan preocupados ni
digan: ¿tendremos alimentos?, o ¿qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para
vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre
del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso. Por lo tanto, busquen
primero su reino y su justicia, y se les darán también todas esas cosas. No se
preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A
cada día le bastan sus problemas.” Mt 6, 25-34.
Y
así, poner solo nuestra confianza en Dios de manera que nos dispongamos a la
bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
EL
APEGO A LOS BIENES MATERIALES
El
destino universal y la propiedad privada de los bienes
Al
comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la
humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y
se beneficiara de sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los recursos de este
mundo están destinados pues a todo el género humano. El hombre, al servirse de
esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo
como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que puedan aprovechar
no sólo a él, sino también a los demás. Así, la propiedad de un bien hace de su
dueño un administrador de lo que Dios le ha encomendado para hacerlo
fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus próximos.
Los
bienes de producción -materiales o inmateriales- como tierras o fábricas,
profesiones o artes, requieren los cuidados de sus poseedores para que su
fecundidad aproveche al mayor número de personas. Así mismo, los poseedores de
bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor parte
al huésped, al enfermo, al pobre.
En
ese sentido, en materia económica, el respeto de la dignidad humana exige la
práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los
bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del
prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la
regla de oro y según la generosidad del Señor, que “siendo rico, por vosotros
se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Co 8,
9).
El
respeto de los bienes ajenos
Con
lo anterior, se desprende que el robo, es decir, la usurpación del bien
ajeno contra la voluntad razonable de su dueño es algo contrario al amor de
Dios y por ello se estableció como prohibido desde la ley de Moisés en el
séptimo mandamiento.
También,
son moralmente ilícitos otros actos relacionados con el robo tales como:
·
Retener deliberadamente bienes prestados u
objetos perdidos.· Defraudar en el ejercicio del comercio.
· Pagar salarios injustos.
· Elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas.
· Especular para hacer variar artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno.
· La corrupción mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar decisiones conforme a derecho.
· La apropiación y el uso privados de los bienes sociales de una empresa.
· Los trabajos mal hechos.
· El fraude fiscal.
· La falsificación de cheques y facturas.
· Los gastos excesivos.
· El despilfarro.
· Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas.
Se
desprende entonces que las promesas deben ser cumplidas, y los contratos
rigurosamente observados en la medida en que el compromiso adquirido es
moralmente justo. Igualmente todo contrato debe ser hecho y ejecutado de buena
fe.
En
este sentido, la reparación de la injusticia cometida exige la
restitución del bien robado a su propietario. Recordemos como Jesús bendijo a
Zaqueo por su resolución: “Si en algo
defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo” (Lc 19, 8).
Como
fieles seguidores de Cristo, debemos también evitar participar en, o denunciar,
los actos de personas o empresas que por una u otra razón, egoísta o
ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos,
a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos
como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos
fundamentales reducirlos por la violencia a la condición de objeto de consumo o
a una fuente de beneficio.
- Todo sistema según el cual las relaciones sociales deban estar determinadas enteramente por los factores económicos, resulta contrario a la naturaleza de la persona humana y de sus actos.
- Una teoría que haga del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable.
- Un sistema que “sacrifique los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción” es contrario a la dignidad del hombre.
- Toda práctica que reduzca a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo.
En la
actualidad, debemos rechazar en la práctica del “capitalismo” el individualismo
y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano; su
regulación únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia social,
porque existen numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por
el mercado. Por ello, es preciso promover una regulación razonable del mercado
y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con
vistas al bien común.
Aún y cuando no
podemos dejar de reconocer que la actividad económica debe ser dirigida según
sus propios métodos, no obstante, debe moverse dentro de los límites del orden
moral, según la justicia social, a fin de responder al plan de Dios sobre el
hombre.
El desarrollo de
las actividades económicas y el crecimiento de la producción deben entonces
estar destinados a satisfacer las necesidades de los seres humanos. No debe
tender solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar el lucro o el
poder; sino que debe estar ordenada ante todo al servicio de las personas, del
hombre entero y de toda la comunidad humana.
Es por
ello necesaria la solidaridad entre las naciones cuyas políticas son ya
interdependientes. Es todavía más indispensable cuando se trata de acabar con
los “mecanismos perversos” que obstaculizan el desarrollo de los países menos
avanzados. Es preciso sustituir los sistemas financieros abusivos, si no
usurarios; las relaciones comerciales inicuas entre las naciones y la carrera
de armamentos, por un esfuerzo común para movilizar los recursos hacia
objetivos de desarrollo moral, cultural y económico “redefiniendo las
prioridades y las escalas de valores”.
Las naciones
ricas tienen una responsabilidad moral grave respecto a las que no pueden
por sí mismas asegurar los medios de su desarrollo, o han sido impedidas de
realizarlo por trágicos acontecimientos históricos. Es un deber de solidaridad
y de caridad; es también una obligación de justicia si el bienestar de las
naciones ricas procede de recursos que no han sido pagados con justicia. La ayuda
directa constituye una respuesta apropiada a necesidades inmediatas, extraordinarias,
causadas por ejemplo por catástrofes naturales, epidemias, etc. Pero no basta
para reparar los graves daños que resultan de situaciones de indigencia ni para
remediar de forma duradera las necesidades. Es preciso también reformar las
instituciones económicas y financieras internacionales para que promuevan y
potencien relaciones equitativas con los países menos desarrollados.
Como
se vio líneas arriba, el apetito desordenado de dinero no deja de producir
efectos perniciosos y es una de las causas de los numerosos conflictos que
perturban el orden social. Bien lo dijo Jesús: “No podéis servir a Dios y al
dinero” (Mt 6, 24; Lc 16, 13).
LA CODICIA SOBRE LAS COSAS AJENAS
La
codicia del bien ajeno de la que se habla en el décimo mandamiento en la biblia,
se refiere a la intención del corazón y tiene su origen en la idolatría. Es a
la vez la raíz del robo, de la rapiña y del fraude, prohibidos en el séptimo
mandamiento.
Hay
que reconocer que el apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables
que no poseemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando
se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no
guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no
es nuestro y pertenece o es debido a otra persona.
La
biblia es muy clara al respecto, nos exige alejarnos en primer término de la avaricia
y del deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Su gravedad
reside en que ese deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de
las riquezas y de su poder, nos aleja de Dios. Debemos estar atentos para no
dejarnos tampoco llevar por el deseo de cometer una injusticia mediante la cual
se dañaría al prójimo en sus bienes temporales.
En
segundo lugar, cuando la escritura nos indica: No codiciarás, nos está
diciendo, en otros términos, que apartemos nuestros malos deseos de todo lo que
no nos pertenece. Un ejemplo sería aquel comerciante que desea la escasez y la
carestía de las mercancías, y no soporta que otros, además de él, compren y
vendan, porque él podría comprar más barato y vender más caro; o también peca
aquel que desea que sus semejantes estén en la miseria para enriquecerse
comprando y vendiendo. Igual podría ser el caso de un médico que deseara que
hubiera enfermos; o del abogado que anhele causas y procesos numerosos y
sustanciosos.
En
tercer término, Dios nos conmina a desterrar del corazón humano la envidia, la cual, manifiesta la tristeza experimentada
ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en
forma indebida. Cuando se desea al prójimo un mal grave se convierte en pecado
mortal.
“De
la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por
el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad” decía San Gregorio
Magno. La biblia nos revela que la envidia puede conducir a las peores
fechorías (cf Gn 4, 3-7; 1 R 21, 1-29). De hecho, la muerte entró
en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2, 24). Por ello, la
envidia es un pecado capital.
Quiero ver a Dios
Solo
si purificamos nuestros deseos y buscamos la felicidad verdadera, podremos
apartarnos del apego desordenado a los bienes de este mundo, encontrando
nuestra plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios. Nos corresponde,
por tanto, luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios
promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos mortifican sus
concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y
del poder.
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