Tomado del libro "Muéstrame tu rostro" de Ignacio Larrañaga
Al abrir la Biblia y contemplar la marcha del Pueblo hacia Dios en la profundización, esclarecimiento y purificación de su fe, llegamos a experimentar vivamente ¡qué difícil es esta ruta que conduce al misterio de Dios, la ruta de la fe! Y no sólo para Israel; sino para nosotros. Cada día estamos viendo que el desaliento, la inconstancia y las crisis nos esperan en cualquier esquina. Y esto, sin olvidar que la fe, en sí misma, es oscuridad e incertidumbre...
En distintos momentos, el Concilio presenta la vivencia de la fe como una peregrinación. Más aún, nos la presenta en un nivel paralelo a la travesía de Israel por el desierto. Ciertamente aquella marcha constituyó la prueba de fuego para la fe de Israel en su Dios. Sin embargo, aunque es verdad que de esa prueba salió fortalecida la fe de Israel, aquella peregrinación estuvo cuajada de adoración y blasfemia, rebeldía y sumisión, fidelidad y deserción, aclamación y protesta.
Todo ello es un símbolo real de nuestras relaciones con Dios mientras estamos 'en camino' y, sobre todo, y esto es lo que aquí nos interesa destacar, es un símbolo de las vacilaciones y perplejidades que sufre toda alma en su ascensión hacia Dios, más concretamente en su vida de fe. Pocos hombres, quizá nadie, se han visto libres de tales desfallecimientos...
Si siempre fue áspera y difícil la ruta de la fe, en nuestros días han aumentado las dificultades. Hoy la iglesia está atravesando un nuevo desierto. Las amenazas que acechan a los peregrinos son las mismas de antaño: desalientos por eclipses de Dios, la aparición de nuevos 'dioses' que reclaman adoración, y la tentación de detener la dura marcha de la fe para regresar al confortable y 'fértil Egipto'.
Vivimos en el nuevo desierto. El camino de Dios está erizado de dificultades. Las tentaciones cambian de nombre. Antaño las tentaciones se llamaban las ollas repletas, el pescado frito, la carne asada, las cebollas y sandías de Egipto. Hoy día las tentaciones se llaman el horizontalismo, el secularismo, el hedonismo, el subjetivismo, la espontaneidad, la frivolidad.
¿Cuántos de los peregrinos llegarán a la Tierra Prometida? ¿cuántos abandonaran la dura marcha de la fe? ¿Tendremos que hacernos a la idea, también nosotros, de que sólo un 'pequeño resto' habrá de llegar a la fidelidad total a Dios? ¿Cuál es y dónde está el Jordán que habremos de atravesar para entrar en la zona de la libertad? Una vez más el horizonte se nos puebla de preguntas, silencio y oscuridad. Es el precio de la fe.
Estamos en un proceso de decantación. La fe es un río que avanza. Las impurezas se posan en el lecho del río, pero la corriente sigue".
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