Tomado del Catecismo de la Iglesia Católica
El deseo de Dios
El deseo de Dios
está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios
y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios
encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar.
El ser humano tiene un llamado a la comunión con Dios y es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino por amor de Dios, es conservado siempre por ese amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador.
De múltiples
maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su
búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos
(oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las
ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales
que se puede llamar al hombre un ser religioso. Así lo expresa la escritura:
Dios «creó [...], de un solo
principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la
tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían
de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban
y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues
en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,
26-28).
Pero esta unión
íntima y vital con Dios puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el
hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos:
- La rebelión contra el mal en el mundo
- La ignorancia o la indiferencia religiosas
- Los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13,22)
- El mal ejemplo de los creyentes
- Las corrientes del pensamiento hostiles a la religión,
- y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3).
"Alégrese el corazón
de los que buscan a Dios" (Sal 105,3).
Si el hombre puede olvidar o
rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y
encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su
inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el
testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Las vías de acceso al conocimiento de Dios
Creado a imagen de
Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre
ciertas "vías" para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también
"pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de
las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos convergentes y
convincentes" que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas "vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida la
creación: el mundo material y la persona humana.
a) El mundo: A partir del movimiento y del devenir,
de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios
como origen y fin del universo. San Pablo afirma refiriéndose a los paganos:
"Lo que de Dios se
puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo
invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a
través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rm 1,19-20; cf.
Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).
b) El hombre: Con su apertura a la verdad y a la
belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su
conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga
sobre la existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma
espiritual. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la
sola materia, su alma, no puede tener origen más que en Dios.
El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos
mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que
es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas "vías", el hombre
puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa
primera y el fin último de todo, "y que todos llaman Dios" (San Tomás de Aquino).
Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la
existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en la
intimidad de Él ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger
en la fe esa revelación. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios
pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón
humana.
El conocimiento de Dios según la Iglesia
La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios,
principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la
luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas. Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El
hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado "a imagen de Dios" (cf.
Gn 1,27).
Sin embargo, en las condiciones históricas en que se
encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la
sola luz de su razón. A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda
verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento
verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su
providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras
almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar
eficazmente y con fruto su poder natural.
Porque las verdades que se refieren a
Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles, y
cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre
se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes
verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así
como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en
semejantes materias los hombres se persuadan de que son falsas, o al menos
dudosas, las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas.
Por esto el hombre necesita ser iluminado por la
revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino
también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles
a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano,
conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error.
¿Cómo hablar con Dios?
Al defender la capacidad de la razón humana para conocer
a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a
todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en la base de su
diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con
los no creyentes y los ateos. Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado,
nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a
partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de
pensar.
Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con
Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las
múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza)
reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a
Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas, "pues de la grandeza y
hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor"
(Sb 13,5).
Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues,
purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de
expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios que
está por encima de todo nombre y de todo entendimiento, el invisible y fuera de
todo alcance con
nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más
acá del Misterio de Dios.
Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa
ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no
obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto,
que entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la
desemejanza entre ellos no sea mayor todavía, y
que nosotros no podemos captar de Dios lo que Él es, sino solamente lo que no
es, y cómo los otros seres se sitúan con relación a Él.
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