lunes, 7 de enero de 2013

Siendo Dios, se humilló

Tomado del libro Amigos de Dios de Josemaria Escrivá

Jamás debemos olvidar que somos muy poca cosa, que un día cualquiera nuestro cuerpo -tan lleno de vida ahora- se deshará, como la ligera nube de polvo que levantan nuestros pies al andar; se disipará como niebla acosada por los rayos del sol.

Ejemplo de Cristo
Escuchemos las palabras del Apóstol:

bien sabéis cómo ha sido la liberalidad de Nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, de modo que vosotros fueseis ricos por medio de su pobreza

Cada uno de nosotros debe identificarse con Jesucristo, que se hizo pobre por ti, por mí, y padeció, dándonos ejemplo, para que sigamos sus pisadas. ¿De qué modo llevó a término Jesucristo este derroche de amor? De nuevo se ocupa San Pablo de respondernos:

teniendo la naturaleza de Dios, (...) no obstante, se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres y reducido a la condición de hombre”.

Todo el poder, toda la majestad, toda la hermosura, toda la armonía infinita de Dios, sus grandes e inconmensurables riquezas, ¡todo un Dios!, quedó escondido en la Humanidad de Cristo para servirnos. El Omnipotente se presenta decidido a oscurecer por un tiempo su gloria, para facilitar el encuentro redentor con sus criaturas.

Jesucristo no tiene inconveniente en rebajarse, para elevarnos de la miseria a la dignidad de hijos de Dios, de hermanos suyos. Nosotros, por el contrario, con frecuencia nos enorgullecemos neciamente de los dones y talentos recibidos, hasta convertirlos en pedestal para imponernos a los demás, como si el mérito de unas acciones, acabadas con una perfección relativa, dependiera exclusivamente de nosotros:

¿qué posees tú que no hayas alcanzado de Dios? Y si lo que tienes, lo has recibido, ¿de qué te glorías como si no lo hubieses recibido?

La vanagloria, la presunción del soberbio, se revela como un pecado horrendo, precisamente porque coloca a la persona en el extremo opuesto al modelo que Jesucristo nos ha señalado con su conducta. El se humilló, siendo Dios. El hombre, engreído por su propio yo, pretende enaltecerse a toda costa, sin reconocer que está hecho de mal barro de botijo.

Si de veras deseamos seguir de cerca al Señor y prestar un servicio auténtico a Dios y a la humanidad entera, hemos de estar seriamente desprendidos de nosotros mismos: de los dones de la inteligencia, de la salud, de la honra, de las ambiciones nobles, de los triunfos, de los éxitos.

Busquemos exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad a esta norma clara y precisa: “Señor, quiero esto o aquello sólo si a Ti te agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa?” Asestamos así un golpe mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias y de paso que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa.

Por ello, para imitar a Jesucristo, el corazón ha de estar enteramente libre de apegamientos.

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Pues quien quisiera salvar su vida, la perderá; mas quien perdiere su vida por amor de mí, la encontrará. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?

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