lunes, 10 de diciembre de 2012

¿Porqué el Adviento?

Catequesis del Papa Juan Pablo II. 13 de diciembre de 1978

En esta catequesis, el entonces papa Juan Pablo II vuelve a tocar el tema del Adviento siguiendo el ritmo de la liturgia. Nos decía: “Recordemos que la liturgia nos introduce en la vida de la Iglesia del modo más sencillo y, a la vez, más profundo. A través de ésta no sólo conocemos qué es la Iglesia, sino que experimentamos día a día de qué vive.”
La liturgia del Adviento
La Iglesia ahora está viviendo el Adviento que significa «venida». Pero ¿por qué el «Adviento»?, ¿por qué viene Dios?, ¿por qué quiere venir hasta el hombre, a la humanidad?

Busquemos respuestas adecuadas a estas preguntas en los orígenes mismos, es decir, antes de que comenzara la historia del pueblo elegido. Para ello, debemos volver a leer otra vez atentamente toda la descripción de la creación del mundo, y en particular de la creación del hombre. Es significativo cómo Dios cada uno de los días de la creación termina comprobando: «vio Dios ser bueno»; y después de la creación del hombre: «...vio ser muy bueno». En toda esta descripción está ante nosotros un Dios que se complace en la verdad y en el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Cor 13, 6).

Allí donde está la alegría que brota del bien, allí está el amor. Y sólo donde hay amor existe la alegría que procede del bien. El libro del Génesis, desde los primeros capítulos, nos revela a Dios, que es amor. Y es amor porque goza con el bien. Por consiguiente, la creación es a la vez donación auténtica: donde hay amor, hay don. Al crear el mundo visible, Dios es el donante, y el hombre es el que recibe el don, es aquel para quien Dios crea el mundo visible, aquel a quien Dios introduce desde los comienzos no sólo en el orden de la existencia, sino también en el orden de la donación.

El hecho de que el hombre es «imagen y semejanza» de Dios significa, entre otras cosas, que es capaz de recibir el don, que es sensible a este don y que es capaz de corresponder a él. Por esto precisamente establece Dios desde el principio con el hombre y sólo con él la alianza.

El libro del Génesis nos revela no sólo el orden natural de la existencia, sino también, a la vez y desde el principio, el orden sobrenatural de la gracia. De la gracia podemos hablar sólo si admitimos la realidad del don. Recordemos el catecismo: la gracia es el don sobrenatural de Dios por el que llegamos a ser hijos de Dios y herederos del cielo.

Dios Salvador
¿Qué relación tiene todo esto con el Adviento? podemos preguntarnos con razón.

El Adviento se delineó por vez primera en el horizonte de la historia del hombre cuando Dios se reveló a Sí mismo como Aquel que se complace en el bien, que ama y da. En este don al hombre, Dios no se limitó a «darle» el mundo visible —esto está claro desde el principio—, sino que al dar al hombre el mundo visible, Dios quiere darse también a Sí mismo, darse a él, admitiéndolo a la participación en sus misterios o, mejor aún, a la participación en su vida.
 
El orden de la gracia es posible sólo «en el mundo de las personas». Y se refiere al don que tiende siempre a la familiaridad con Dios, a la intimidad y amistad con Él. Dios quiere estar cercano al hombre. Quiere hacerle partícipe de sus designios. Quiere hacerle partícipe de su vida. Quiere hacerle feliz con su misma felicidad (con su mismo Ser). 
 
Y para ello, es necesaria la Venida de Dios y la expectación del hombre: la disponibilidad del hombre. Sabemos que el primer hombre, que disfrutaba de la inocencia original y de una particular cercanía de su Creador, no mostró tal disponibilidad. La primera alianza de Dios con el hombre quedó interrumpida por el pecado, sin embargo, nunca cesó de parte de Dios la voluntad de salvar al hombre. No se quebrantó el orden de la gracia, y por eso el Adviento dura siempre. Y hasta hoy, nosotros necesitamos también de su gracia para poder acoger en nuestro ser aquella salvación que Jesucristo nos ha conseguido al venir al mundo.
 
La realidad del Adviento está expresada, entre otras, en las palabras siguientes de San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4).
 
Este «Dios quiere» es justamente el Adviento y se encuentra en la base de todo adviento. 

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