Ahora que celebramos el año de la Fe, es
importante hacer un alto y meditar sobre el sentido de la vida, de nuestra
propia vida. Y es que hay preguntas que en primera instancia quedan sin
respuesta, y solo a través de la fe es como se abre el camino para responderlas
y darle un sentido a nuestra existencia.
Para ello, me tomé la libertad de adaptar
algunas frases que Ignacio Larrañaga, el conocido sacerdote español creador de los Talleres de Oración y Vida (TOV), describe atinadamente
en sus escritos para ayudarnos en este ejercicio de introspección, en búsqueda
de nuestra propia felicidad.
LA FE
¿Qué es creer?
Empezaremos por tratar de entender un poco más
qué es tener Fe, qué es creer. El padre Larrañaga dice: creer es un eterno caminar por las calles oscuras y casi
siempre vacías, porque el Padre está siempre entre sombras espesas. Casi todos lo hemos
experimentado, la Fe es así. Por eso el obstáculo
más temible en el camino de la Fe, es El silencio de Dios.
Pero precisamente a eso estamos invitados: a creer. Creer
es confiar. Creer es permitir. Creer, sobre todo es adherirse, entregarse. En
una palabra, creer es amar.
Así, hemos de afirmar que felices los que, en
medio de la oscuridad de una noche, creyeron en el resplandor de la luz. Porque cuando el corazón es luz, todo se viste de luz. De las altas cumbres no bajan aguas turbias,
sino transparentes. Hay que hacer el esfuerzo entonces
por elevar nuestro corazón hacia el encuentro con Dios mismo.
¿Dónde
me encuentro y puedo hablar con Dios?
Ese "hueco" que sentimos no se llena
con nada, es la sed de Dios que nunca nos deja en paz aunque siempre nos
deja la paz.
¿Cómo es eso? Los que ya han recorrido el camino nos enseñan
que a Dios se le encuentra en la interioridad, por ello, los que siempre se
mueven en la superficie jamás sospecharán los prodigios que se esconden en las
raíces.
Diariamente nos movemos en esa superficie, es
decir, vivimos superficialmente, y es entonces que nos sentimos solos o
angustiados al no poder ver a Dios por ningún lado. Pero sepamos que el
Señor será el vencedor de la soledad y el liberador de las angustias en la
medida que sea el Dios viviente en el fondo de la interioridad.
Y cuando decimos hablar con Dios, no
significa intercambiar palabras sino interioridades. Imitemos a Jesús,
en Nazaret, que hizo del silencio su música y del anonimato su domicilio. Porque
todo lo definitivo se consuma en el silencio.
LA CARIDAD
Dios
nos transforma en servidores
Así, mediante la oración, uno profundiza, se
desenmascara e interioriza con Dios, y entonces él nos transforma: a tanta
profundidad, tanta altura, a tanta humildad tanto amor, y a tanto
desprendimiento, tanto servicio.
En ese encuentro profundo, uno experimenta vivamente
que Dios es "mi Padre" a la vez que se experimenta también que el
prójimo que está a mi lado es mi hermano.
No podría ser de otra manera, Jesús mismo a
través de su evangelio nos sigue diciendo hoy en día: ‘Si alguno de vosotros
quiere ser grande, hágase como el que está a los pies de los demás, para
lavarles los pies y servirlos en la mesa’.
Por eso, aquellos que sentimos el llamado a
realizar obras de piedad, que nos gustaría servir a los demás, nunca olvidemos
que el apostolado sin silencio (es decir, sin oración), es alienación; y el
silencio, sin apostolado, es comodidad.
La misericordia divina
Y en este caminar, muchas veces nos encontramos haciendo lo que no
queremos, o no deberíamos hacer. Inclusive, sin poder retomar el camino, sin
poder levantarnos, por nuestra propia desaprobación.
Pero ¿Dios que dice? ¿No acaso
perdonó a la mujer pecadora, al ladrón crucificado junto a él, a la mujer
adúltera? ¿No acaso nos perdona cada día y nos regala una nueva oportunidad
cada mañana? ¿No envío nuestro Padre a su hijo Jesucristo para salvación nuestra?
De esta manera, nos quedará claro que la máxima grandeza del Padre
es la compasión. En su diccionario no existe la palabra castigo. Es justo y
misericordioso a la vez. ¿Por qué no aplicar lo mismo en nuestras vidas? Si supiéramos comprender, no haría falta perdonar, por eso Dios más que perdonar; siempre comprende.
Jesús, pueda yo ser como Tú, sensible y misericordioso,
paciente, manso y humilde, sincero y veraz. Tus predilectos, los pobres sean
mis predilectos, tus objetivos mis objetivos.
Salgo a la calle y tu me acompañas, me enfrasco en el
trabajo y quedas a mi lado, en la agonía y más allá me dices: aquí estoy
contigo voy.
Dios mío, sobre las cenizas muertas de mi voluntad
enciende Tú la llama viva de la redención.
LA ESPERANZA
¿Qué
es ser feliz?
Ser felíz, consiste en una progresiva superación del
sufrimiento humano para avanzar hacia una paulatina conquista de la
tranquilidad mental, la serenidad nerviosa y la paz del alma. Siempre de la mano de Jesucristo nuestro redentor,
quien es el camino la verdad y la vida.
La oración, los sacramentos, la práctica de las
virtudes cristianas, son medios a través de los cuales Dios mismo nos enseña a
reconocernos tal cual somos, nos da el don de la humildad. Por ello, el humilde no
se avergüenza de
sí ni se entristece. No conoce complejos de
culpa ni mendiga compasión, no se perturba ni se entristece.
Así, la tranquilidad mental conseguida a
base de interiorizar con Dios, es un estado en el que el hombre deja de
adherirse a esa imagen ilusoria de sí. De esta manera, la liberación
consiste en vaciarse de si mismo para impulsado por el Espíritu Santo ser
como Cristo.
La fuerza nace de la debilidad, la vida de la muerte, la
consolación de la desolación, la madurez de las pruebas.
Solo entonces, felices podremos realmente
constatar que vivir es sumergirse en la gran corriente de la vida,
participar de alguna manera del pulso del mundo, sentir reverencia y gratitud
por todas las criaturas. Experimentar !La ternura de la vida!: don
divino que permite contemplar las fuentes de la vida en su frescor original.
La
perfecta alegría
Esta vida es siempre una partida. Siempre un
desprendimiento y una ofrenda. Siempre un tránsito y una pascua. Hasta que
llegue el Tránsito definitivo, la Pascua consumada. La biblia nos lo recuerda de muchas maneras, solo quien muere bajo
la nieve verá el estallido de la primavera.
El Padre nos espera en su casa con una mesa adornada con
flores de manzano, y nos reconocerá, nos dará la mano, nos hará sentar a la
mesa, y comenzará la fiesta, una fiesta que no tendrá fin. Por fin vamos a
saber dónde está el secreto de la perfecta alegría.
En tanto, nos queda ser fieles, sabiendo que la
fidelidad es un duelo entre la gracia y la libertad. Dios me da la gracia,
sin su favor no puedo alcanzarle, la fe misma es un don, un regalo. Pero al
mismo tiempo, tengo plena libertad de aceptar o negarme a recibir su amor, su
redención. Y ese es el llamado, a sostener a ejemplo de María santísima, nuestro
‘sí acepto’, todos los días, a toda hora.
Maria, envuélvenos en el manto de tu silencio, y
comunícanos la fortaleza de tu Fe, la altura de tu esperanza y la profundidad
de tu Amor.
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