miércoles, 7 de noviembre de 2012

El sentido de la vida

Ahora que celebramos el año de la Fe, es importante hacer un alto y meditar sobre el sentido de la vida, de nuestra propia vida. Y es que hay preguntas que en primera instancia quedan sin respuesta, y solo a través de la fe es como se abre el camino para responderlas y darle un sentido a nuestra existencia.

Para ello, me tomé la libertad de adaptar algunas frases que Ignacio Larrañaga, el conocido sacerdote español creador de los Talleres de Oración y Vida (TOV), describe atinadamente en sus escritos para ayudarnos en este ejercicio de introspección, en búsqueda de nuestra propia felicidad.

LA FE

¿Qué es creer?
Empezaremos por tratar de entender un poco más qué es tener Fe, qué es creer. El padre Larrañaga dice: creer es un eterno caminar por las calles oscuras y casi siempre vacías, porque el Padre está siempre entre sombras espesas. Casi todos lo hemos experimentado, la Fe es así. Por eso el obstáculo más temible en el camino de la Fe, es El silencio de Dios.

Pero precisamente a eso estamos invitados: a creer. Creer es confiar. Creer es permitir. Creer, sobre todo es adherirse, entregarse. En una palabra, creer es amar.

Así, hemos de afirmar que felices los que, en medio de la oscuridad de una noche, creyeron en el resplandor de la luz. Porque cuando el corazón es luz, todo se viste de luz. De las altas cumbres no bajan aguas turbias, sino transparentes. Hay que hacer el esfuerzo entonces por elevar nuestro corazón hacia el encuentro con Dios mismo.

¿Dónde me encuentro y puedo hablar con Dios?
Ese "hueco" que sentimos no se llena con nada, es la sed de Dios que nunca nos deja en paz aunque siempre nos deja la paz.
¿Cómo es eso? Los que ya han recorrido el camino nos enseñan que a Dios se le encuentra en la interioridad, por ello, los que siempre se mueven en la superficie jamás sospecharán los prodigios que se esconden en las raíces.

Diariamente nos movemos en esa superficie, es decir, vivimos superficialmente, y es entonces que nos sentimos solos o angustiados al no poder ver a Dios por ningún lado. Pero sepamos que el Señor será el vencedor de la soledad y el liberador de las angustias en la medida que sea el Dios viviente en el fondo de la interioridad.

Y cuando decimos hablar con Dios, no significa intercambiar palabras sino interioridades. Imitemos a Jesús, en Nazaret, que hizo del silencio su música y del anonimato su domicilio. Porque todo lo definitivo se consuma en el silencio.

LA CARIDAD

Dios nos transforma en servidores
Así, mediante la oración, uno profundiza, se desenmascara e interioriza con Dios, y entonces él nos transforma: a tanta profundidad, tanta altura, a tanta humildad tanto amor, y a tanto desprendimiento, tanto servicio.

En ese encuentro profundo, uno experimenta vivamente que Dios es "mi Padre" a la vez que se experimenta también que el prójimo que está a mi lado es mi hermano.

No podría ser de otra manera, Jesús mismo a través de su evangelio nos sigue diciendo hoy en día: ‘Si alguno de vosotros quiere ser grande, hágase como el que está a los pies de los demás, para lavarles los pies y servirlos en la mesa’.

Por eso, aquellos que sentimos el llamado a realizar obras de piedad, que nos gustaría servir a los demás, nunca olvidemos que el apostolado sin silencio (es decir, sin oración), es alienación; y el silencio, sin apostolado, es comodidad.

La misericordia divina
Y en este caminar, muchas veces nos encontramos haciendo lo que no queremos, o no deberíamos hacer. Inclusive, sin poder retomar el camino, sin poder levantarnos, por nuestra propia desaprobación.

Pero ¿Dios que dice? ¿No acaso perdonó a la mujer pecadora, al ladrón crucificado junto a él, a la mujer adúltera? ¿No acaso nos perdona cada día y nos regala una nueva oportunidad cada mañana? ¿No envío nuestro Padre a su hijo Jesucristo para salvación nuestra?

De esta manera, nos quedará claro que la máxima grandeza del Padre es la compasión. En su diccionario no existe la palabra castigo. Es justo y misericordioso a la vez. ¿Por qué no aplicar lo mismo en nuestras vidas? Si supiéramos comprender, no haría falta perdonar, por eso Dios más que perdonar; siempre comprende.

Jesús, pueda yo ser como Tú, sensible y misericordioso, paciente, manso y humilde, sincero y veraz. Tus predilectos, los pobres sean mis predilectos, tus objetivos mis objetivos.
Salgo a la calle y tu me acompañas, me enfrasco en el trabajo y quedas a mi lado, en la agonía y más allá me dices: aquí estoy contigo voy.
Dios mío, sobre las cenizas muertas de mi voluntad enciende Tú la llama viva de la redención.

LA ESPERANZA

¿Qué es ser feliz?
Ser felíz, consiste en una progresiva superación del sufrimiento humano para avanzar hacia una paulatina conquista de la tranquilidad mental, la serenidad nerviosa y la paz del alma. Siempre de la mano de Jesucristo nuestro redentor, quien es el camino la verdad y la vida.

La oración, los sacramentos, la práctica de las virtudes cristianas, son medios a través de los cuales Dios mismo nos enseña a reconocernos tal cual somos, nos da el don de la humildad. Por ello, el humilde no se avergüenza de sí ni se entristece. No conoce complejos de culpa ni mendiga compasión, no se perturba ni se entristece.

Así, la tranquilidad mental conseguida a base de interiorizar con Dios, es un estado en el que el hombre deja de adherirse a esa imagen ilusoria de sí. De esta manera, la liberación consiste en vaciarse de si mismo para impulsado por el Espíritu Santo ser como Cristo.

La fuerza nace de la debilidad, la vida de la muerte, la consolación de la desolación, la madurez de las pruebas.

Solo entonces, felices podremos realmente constatar que vivir es sumergirse en la gran corriente de la vida, participar de alguna manera del pulso del mundo, sentir reverencia y gratitud por todas las criaturas. Experimentar !La ternura de la vida!: don divino que permite contemplar las fuentes de la vida en su frescor original.

La perfecta alegría
Esta vida es siempre una partida. Siempre un desprendimiento y una ofrenda. Siempre un tránsito y una pascua. Hasta que llegue el Tránsito definitivo, la Pascua consumada. La biblia nos lo recuerda de muchas maneras, solo quien muere bajo la nieve verá el estallido de la primavera.

El Padre nos espera en su casa con una mesa adornada con flores de manzano, y nos reconocerá, nos dará la mano, nos hará sentar a la mesa, y comenzará la fiesta, una fiesta que no tendrá fin. Por fin vamos a saber dónde está el secreto de la perfecta alegría.

En tanto, nos queda ser fieles, sabiendo que la fidelidad es un duelo entre la gracia y la libertad. Dios me da la gracia, sin su favor no puedo alcanzarle, la fe misma es un don, un regalo. Pero al mismo tiempo, tengo plena libertad de aceptar o negarme a recibir su amor, su redención. Y ese es el llamado, a sostener a ejemplo de María santísima, nuestro ‘sí acepto’, todos los días, a toda hora.

Maria, envuélvenos en el manto de tu silencio, y comunícanos la fortaleza de tu Fe, la altura de tu esperanza y la profundidad de tu Amor.

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