Cuando te enfrentas a ti mismo; cuando te atreves a hacerlo. Ahí está la mano de Dios, esa presencia siempre en espera de que te encuentres con ese momento.
Cuando te das cuenta que nada es para siempre que no te sientes cómodo; es ese momento de gracia que te hace salir de tu estado de confort.
Cuando ese momento llega, el vacío se hace presente, tu corazón no encuentra quietud. La realidad te golpea y te deja mareado. No era así como lo había pensado, yo preferiría conseguir lo mío y vivir en paz sin importar lo que los demás hagan o dejen de hacer. Pero cuando ese momento llega, no queda si no reconocer que hay muchos que ni vida tienen, o quizá otros se las hemos robado, o están ahí en espera de que se las llevemos.
Y no es posible que pueda vivir tan tranquilo sin reconocer que el llamado es real; que los talentos recibidos son una responsabilidad y son para ponerlos en práctica. Que Cristo no murió en vano y que está en espera de que imite su proceder. Alguien me enseñó y hoy lo recuerdo: ¿Qué haría Jesús en mi lugar?
Pero mientras, me lamento por lo que hice o deje de hacer, me preocupa más mi orgullo herido que otra cosa.
Cuando ese momento llega, el corazón se siente afligido y literalmente duele el interior. No era así como lo planeé. Así no debía haber pasado. No debí haber aceptado entrar a ese callejón sin salida.
Cuando ese momento llega, Dios mismo se hace presente para llamar a la puerta y hacerte reflexionar. Y te señala, porque un amigo es transparente y sabe decirte tus verdades.
Cuando ese momento llega... es momento de volver a empezar. De retomar el rumbo, de buscar la paz verdadera y saborear las mieles del Amor que solo en Dios mismo se encuentran.
Es doloroso cuando ese momento llega, pero agradezco a Dios que llegó
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