lunes, 17 de diciembre de 2007

La vida es un desierto

Autor: Fray Nelson Medina

Josué 3,7-10a.11.13-17

Esta lectura nos presenta la entrada en la tierra prometida. Una entrada que sucede con agua que se parte por medio, con una división de agua.

El agua que se parte por medio es un tema que está varias veces en la Sagrada Escritura. Seguramente recordamos que al salir de Egipto, los israelitas también pasaron por un mar; el mar Rojo que en otras veces se identifica con el mar de las cañas. Pasaron ahí cuando el Faraón los iba persiguiendo. El agua se esparció por mitad y los israelitas pasaron por en medio del agua, ¿pero qué encontraron al salir de Egipto? No llegaron a una tierra que mana leche y miel sino que llegaron al desierto. El agua en ese caso sirvió de puerta para el desierto.

Pero resulta que hay otra división de aguas que está en la Sagrada Escritura, antes incluso que lo que sucedió cuando salieron de Egipto. Recordemos como imaginaban el mundo los hebreos: para ellos había agua debajo y agua arriba. En la creación, si leemos en la Sagrada Escritura, dice que Dios separó las aguas superiores de las aguas inferiores. Los israelitas tenían un conocimiento del mundo y de la tierra evidentemente lejano de lo que sabemos hoy por la ciencia, y desde su mentalidad pre científica cuentan las cosas. Lo más importante ahí no es el cuadro pre científico sino la enseñanza de salvación que nos ofrecen.

Para ellos, el hecho de que cuando uno excava un pozo, sale agua, era como una señal de que había bastante agua debajo. Ellos se imaginaban a la tierra como una inmensa balsa o como estas construcciones que se llaman “palacitos” en algunas culturas, es decir, como tarimas que son afianzadas por pilotes en medio del agua. Para ellos la tierra firme era como palacitos, era como una balsa afianzada con pilotes, pero había muchísima agua debajo y muchísima agua arriba.

Como ya hemos comentado alguna vez hablando del diluvio, ellos imaginaban el diluvio, no como nosotros lo imaginamos, un aguacero largo, largo, sino agua que caía y agua que salía de la tierra. Como quien dice, ellos imaginan que hay agua, o imaginaban que había agua abajo, agua arriba, la tierra como una especie de balsa pero con pilotes afianzados y aquí un espacio de aire, es decir, la tierra habitable es un sándwich que está en medio de mucho agua arriba y mucho agua abajo.

¿Y quién fue que abrió esas aguas para que quedara un espacio para la vida? Esa primera división de las aguas la hizo Dios. Por eso se nos cuenta en el libro del Génesis que Dios separó las aguas superiores de las inferiores.

Los israelitas miraban el agua como una imagen de la confusión y del caos original. El poder del agua, el poder bárbaro, cruel, del agua que arrasa, ellos lo tenían muy presente y para ellos la obra de Dios se podía expresar como abrir en medio del caos, en medio de las aguas, un espacio de vida. Ellos sentían que la tierra estaba sostenida por pilotes y que el cielo era como una bóveda que contenía las aguas que estaban allá arriba, o sea, ellos se sentían como presionados por agua. Como imagen científica esto nos hace reír, nos puede parecer anecdótico o gracioso, pero como contenido existencial, hay aquí una enseñanza profunda para nosotros.

Para ellos el agua es imagen de lo que significa el caos, de lo que significa el poder de la muerte, un poder que no respeta a nadie, que arrasa con todo, que acaba con todo. Ellos pensaban y enseñaban y creían que agua era igual a barbarie, a muerte, a destrucción. Claro que si no hay agua, también hay muerte. Entonces el agua es igual a caos.

Sin embargo, para ellos Dios es capaz de hacer una burbuja en medio del caos; y ellos sentían que la creación misma era como una burbuja en medio del caos.

Quisiera que tomáramos esa imagen y que la apliquemos a nuestra vida. El israelita no se extraña de que haya caos, se maravilla de que en medio del caos haya una burbuja. Son dos posiciones vitales distintas, que corresponden a dos clases de personas.

Hay personas que creen que el mundo debería ser bueno y entonces se extrañan del mal y hay personas que saben que el mundo es malo y entonces tienen admiración por el bien.

¿Cuál de los dos quieres ser tú? ¿Cuál de las dos posiciones quieres tomar?

Lo que estoy diciendo es que la Biblia toma la segunda posición. Lo repito: hay personas que piensan que las cosas deberían ser buenas, que todo debería funcionar bien. Obviamente, cuando algo funciona mal, lo que sienten es que en un mundo bueno han entrado desórdenes malos, ha entrado el desorden del mal, y cuantos más males de todo orden, biológico, físico, social, laboral, mayor disgusto, mayor fastidio.

“¿Por qué hay este desorden aquí?” Esa persona que habla así, tiene como punto de partida en su mente que todo debería ser bueno. Esa no es la mente de la Biblia.

Me he dado cuenta que todas las personas que conozco que tienen ese modo de pensar, son personas ajenas a la Biblia, son personas que no entienden la Biblia y he llegado a creer que el principal obstáculo para entender la Sagrada Escritura, es creer uno que todo debería ser bueno, y por lo tanto, extrañarse y fastidiarse de las cosas malas que encuentra.

La mentalidad de la Biblia es precisamente la contraria, no es creer que el mundo tiene que ser bueno para luego extrañarse, maldecir, renegar, protestar, pero mal. Más bien es saber que el mundo es todo caótico, es aplastante, es bárbaro y la vida es frágil, es como una burbuja.

El pensamiento hebreo no parte de la afirmación de que el mundo es bueno ni de que las cosas tendrían que ser buenas. Parte de la realidad y la realidad es lo que aparentemente descubren algunos filósofos. Decía Thomas Hobbes: “homo homini lupus”, el hombre es lobo para el hombre. ¡Descubrió la gran maravilla!

Lea la Biblia, hermano, y se dará cuenta que desde el principio la Biblia parte de eso, de que el mundo desde el primer desorden del pecado es inhabitable, es espantoso, es irrespirable, esa es la condición del mundo y lo maravilloso es que Dios abre burbujas, burbujas, momentos en que no nos aplastan las miles de toneladas de encima, eso es lo maravilloso.

Por eso la lectura de hoy nos invita a que tomemos una decisión: o sigues maldiciendo al mundo porque tiene mal, o empiezas a admirarte de Dios porque ha puesto bienes en este mundo de males. Tienes que escoger.

He visto que las personas que toman la primera postura, es decir, imaginar que el mundo tendría que ser bueno para luego entrar a renegar, protestar, amargarse de todos los males del mundo, y entonces las personas que toman esa postura, cuando se acercan a la Biblia, no entienden nada.

Cuando uno empieza al contrario, por reconocer, como lo muestra la misma Biblia, que desde el principio, incluso antes de la creación visible, porque Satanás está desde antes de la creación visible, hay esa dimensión de desorden en el mundo, y cuando uno siente que, efectivamente, esta vida es con miles de toneladas encima, lo que uno piensa más bien es: ¿Cómo es que yo logro sobrevivir? Y empieza uno a crecer en la autoestima y empieza uno a decir: "¡Qué maravilla que haya oasis!"

Fíjate que lo que estamos diciendo de esa presión de las miles de toneladas de agua y del sándwich de tierra en medio de agua, es lo mismo que pasa en el desierto.
Cuando una persona lo tiene todo, por ejemplo la mayoría de nosotros que estamos en una ciudad como esta, en donde todo se puede conseguir con relativa facilidad, nos volvemos consentidos, creemos que todo debería funcionar. La persona que ha estado siempre en la ciudad y que sólo le gusta la ciudad y la vida de la ciudad, es persona que le gusta que todo funcione, todo tiene que funcionar, todo tiene que salir bien y es una persona que no soporta que uno falle.

Ahora vámonos para el desierto: la persona que está en el desierto está acostumbrada a que nada funciona, nada. Te imaginas tú parado por allá en una duna en el desierto: "Bueno, va a oscurecer, enciendan la luz", no hay luz que encender, no hay teléfono al cual acudir; "quisiera como darme un bañito", "pues no hay manera de su bañito, señor"; "me gustaría, no sé si una hamburguesa o un tamal", "ni hamburguesa ni tamal; si quiere, se come el último camello que se nos murió; no hay comida, no hay nada".

El desierto lo acostumbra a uno a una realidad profunda: no hay. Cuando uno está acostumbrado al desierto, lo que es noticia es el oasis. Cuando uno está en la ciudad, lo que es noticia es que algo no funciona. El desierto nos acostumbra a que nada sirve, nada funciona, la muerte reina, de pronto apareció un oasis, gran noticia.

Nosotros los cristianos tenemos que aprender a vivir en una de esas Dios mentalidades. O vives en la mentalidad de que el mundo debería ser, y qué bonito fuera, qué bonito que todos me quisieran, que nadie me malinterpretara, que todos me aceptaran y que así, tomados de la mano, unidos avanzáramos; pues resulta que no hay tal.

Tengo que partir de la base de que esta vida es un desierto. Mi propia vida es un desierto. Lo mejor que le puedo hacer a mi vida es llamarla desierto. Lo mejor que le puedo hacer a mi vida es llamarla valle de lágrimas.

El que sabe que pesan miles de toneladas encima del planeta, el que sabe que la vida es frágil, el que sabe cuántas cosas amenazan nuestra salud y nuestra estabilidad física y psíquica, el que sabe qué intereses tan espantosos se mueven en la sociedad humana, el que sabe que esto es un desierto, siempre tendrá una cuota de alegría cuando encuentre el oasis, siempre, y así vivirá alegre.

Esa es la raíz de la alegría, fórmula para ser feliz: saber que esto es un desierto. Fórmula para vivir amargado: afirmar que esto tendría que ser un paraíso; todo tendría que funcionar, la gente tendría que marchar, y además me deberían aceptar, me deberían querer, me deberían entender.

Por lo menos mi experiencia es que muchísimas cosas nadie las va a entender nunca, nunca. Y uno será malinterpretado en muchas cosas y será herido justamente en muchas cosas y uno ha herido a muchas personas y uno ya no tiene cómo encontrar y cómo recoger a todas las personas a las que uno alguna vez hirió, uno ya no tiene esa opción, uno ya no puede desandar muchos de los pasos que ha caminado, ya no puede hacerlo.

Por eso las aguas y la división de las aguas es algo tan hermoso en la Biblia. En el próximo bautismo al que asistan o la próxima vez que utilicen agua bendita, recuerden lo que eso significa, aunque sean solo unas gotas que humedecen nuestros dedos, con la señal de la Cruz y con el recordatorio del desierto, digámosle a Dios nuestro Señor: "Gracias por cada bien que recibo, gracias, gracias".

Dame, Señor, la alegría del oasis o pereceré en el desierto de las maldiciones; dame, Señor, la alegría del agua, que no me la debían, o me moriré, Señor, criticando la sequedad la aridez de esta tierra y de esta historia. Que Dios nos convierta, este es un cambio de mentalidad, que Dios nos convierta, que Dios transforme nuestra existencia, y que le agraden nuestros pensamientos para su gloria. Amén.

No hay comentarios: