viernes, 27 de junio de 2014

Principios y criterios éticos

Resumen de un artículo de Carlos Llano
Algunos Principios éticos relevantes
 
A. El bien debe seguirse y evitarse el mal
  • Nadie debe actuar con la conciencia de que su acto es malo.
  • Es un deber del individuo el ejercicio de una acción que en conciencia considere buena, siempre que no le impida el cumplimiento de otra acción que en conciencia considere mejor que aquélla.
  • La empresa debe mantener la conciencia expresa de la moralidad de todas sus acciones, igual que debe tener conciencia expresa del beneficio o pérdida que cada actuación comporta para la compañía.

B. No deben emplearse medios moralmente malos aunque los fines sean buenos. 
  • El fin no justifica los medios. 
  • No debe hacerse nada malo, aunque los resultados sean buenos.  
  • La excelencia de una corporación exige, como su requisito más elemental y básico, que sea moralmente intachable. 
C. No deben perseguirse fines buenos que tengan efectos resultantes desproporcionadamente malos. 
  • Es un asunto relevante ya que la potencia de las tecnologías y la amplitud y densidad de las comunicaciones ha suscitado una impresionante multiplicación de los "efectos nocivos".
  • El caso de la conciencia ecológica es el más notorio. Conocer la vulnerabilidad del medio ambiente y la escasez de los recursos naturales ha puesto fuera de juego a las dos ideologías más características del siglo pasado: el marxismo y el "capitalismo salvaje". 
D. Ha de considerarse valioso todo aquello que contribuya al desarrollo del hombre.
  • La persona humana es sujeto de dignidad y, por tanto, quien otorga valor al resto de las realidades. 
  • Esta consideración encierra implícitamente una definición de valor: se llama valor a todo aquello que contribuya al desarrollo o perfeccionamiento del hombre. 
E. Hay valores que son objetivos, válidos para toda persona y cultura. 
  • Es el principio anti-relativista. El hombre posee una naturaleza determinada, y no es fruto casual y ciego, ni un estadio perecedero de la evolución biológica. 
  • La naturaleza humana tiene un alcance trans-biológico, porque es el modo de ser de una realidad que trasciende la materia, ya que es capaz de conocimientos abstractos, de auto-reflexión y de decisiones libres. 
  • Podríamos decir que si no hay valores absolutos, todo está permitido. Lo cual equivale a mantener que -en tal caso- cualquier código de conducta que se establezca en una empresa sería una ficción convencional e, incluso, ficticia. 
 
F. El hombre debe adquirir las capacidades (o virtudes) necesarias para alcanzar una vida lograda, plena y completa. 
  • Este principio es la columna vertebral del desarrollo humano.
  • El hombre virtuoso no es el puritano ni el reprimido: es el que está capacitado para perfeccionarse. El hombre es el perfeccionador perfeccionable. 
  • La virtud y el valor son coincidentes, porque la virtud es aquella capacidad humana que permite a la persona incorporar lo valioso dentro de sí. 
  • Los valores no han perdido su valor, ya que son absolutos: sigue valiendo la nobleza frente a la hipocresía, la verdad frente a la mentira, el orden frente a la vida caótica, la generosidad frente al egoísmo. 
  • Todos estamos dispuestos a reconocer estos valores y a reflejarlos en los correspondientes códigos de conducta; pero quizá no estemos tan prestos a vivirlos. 
  • Faltan hombres y mujeres que sean nobles, veraces, ordenados, generosos... aunque todos sigan despreciando la hipocresía, la mentira, el desorden, el egoísmo (mayormente en los demás, no tanto en sí mismos).
G. El bien común es preferible al bien privado si ambos son del mismo orden. 
  • Es el principio comunitario, que ratifica la idea de que la dignidad de la persona humana, sostenida por la persona humana misma, no es un invento egoísta. 
  • El hombre es digno no porque yo sea hombre. Por eso precisamente el bien común ha de prevalecer sobre el bien privado. 
  • El bien común no se ha de considerar cuantitativamente, sino cualitativamente.
  • No es que mi bien sea parte del bien común, sino que el bien común es parte de mi bien.
  • En una empresa, forma parte de mi bien personal la seguridad, la limpieza, el orden, la justicia en las retribuciones, la buena marcha económica de la compañía, la facilidad de trabajar en equipo, la trasparencia y cordialidad en las relaciones humanas. Sin todos estos -y otros muchos aspectos del bien común, yo no me puedo encontrar bien en esa organización, aunque mi sueldo y mi status sean excelentes.
 
H. La persona no debe considerarse nunca sólo como medio sino siempre también como fin.
  • Es el principio personalista que no se contrapone al principio comunitario. 
  • En lugar de diseñar todo para convertir a la persona en instrumento de las cosas (máquinas, dinero, mercado), se deben diseñar todas las cosas para ser instrumentos para la persona.
  • La organización debe supeditarse al desarrollo de las personas, ya que su fin es la persona, no la organización. 
  • Dentro de la empresa la persona no debe dejar de ser ella misma, ni convertirse en un módulo funcional, que no es, sino que hace. Es necesario que la persona no se supedite a la función. 
  • Debe tener, más bien, la posibilidad de influir sobre su propia función, de imprimirle su sello, de que resulte una expresión de su personalidad o modo de ser. 
 
I. El bien no es menor porque beneficie a otro ni el mal es mayor porque me perjudique a mí.
  • Es el principio de la imparcialidad del bien. 
  • El bien es absoluto y la dignidad de la persona no admite grados (nadie es, en sí mismo, más digno que otro). 
  • El bien objetivo es el mismo para todos -e indiferente de unos y de otros- y todos, precisamente por ser personas, tenemos derecho a los mismos bienes.
  • La regla de oro del cristianismo dice "todo lo que quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacedlo vosotros a ellos"
A través de estos nueve principios podemos apreciar que no existe un dilema entre moral y libertad dentro de la empresa. Entre otras cosas, porque no podemos caer en el simplismo de creer que prohibir es malo y permitir es bueno. La ética no va en contra de la libertad, sino que se alimenta de ella y la fomenta. La ética es la "lógica de la libertad". Tampoco es cierto que la moral sea antigua o desfasada, mientras que el permisivismo sea progresista o moderno. Pensar eso es una simpleza. En rigor, el comportamiento moralmente bueno es la raíz de toda innovación. Lo ético es lo nuevo. 
 
Criterios Éticos y Operativos en la empresa
Además de los principios, la estructura ética de la persona requiere criterios. Los criterios son capacidades de discernimiento, de separación entre lo bueno y lo malo, entre lo conveniente y lo perjudicial para la persona misma. Los criterios son las habilidades vitales para aplicar los principios a las situaciones concretas de las organizaciones en las que trabajamos. Para mayor claridad, se distingue entre criterios propiamente éticos y criterios que presentan, más bien, un carácter operativo.
  
Criterios éticos: 
 
A. Criterio de extensión. Es mayor el bien que beneficia a más personas y es mayor el mal que a más personas perjudica.  
Es una regla de acción que justifica desde el punto de vista ético, y no sólo económico, los esfuerzos hechos por las empresas para maximizar su mercado, ya que de esta manera se ofrecen bienes y servicios a más personas. Pero, obviamente, no presenta un carácter absoluto. No todo vale para lograr una mayor extensión de la propia cuota de mercado: no vale engañar en el marketing, ni desprestigiar a la competencia, ni pagar comisiones ocultas a los intermediarios. Resulta, además, que -a medio y largo plazo- estos procedimientos inmorales se vuelven contra la misma organización. 
 
B. Criterio de incidencia. El bien es mejor cuanto más profundamente beneficia a la persona, y el mal es peor cuanto más profundamente las afecta.
La persona, a diferencia del objeto inerte o del animal, contiene dentro de sí diferentes niveles de profundidad. Se debe ejercitar, entonces, el criterio de incidencia, porque no apela a la extensión o número de personas, sino a la profundidad en que el bien en cuestión incide en ellas: Aunque parezca a primera vista lo contrario, el criterio de incidencia tiene precedencia -siempre que se trate de cuestiones del mismo orden- sobre el principio de extensión. 
 
C. Criterio de proximidad. Me encuentro más obligado a promover el bien y a evitar el mal de los más próximos. 
Este criterio, a diferencia de los dos anteriores, no atiende a la calidad del bien que proporciona, sino a la fuerza de la obligación que tengo en proporcionarlo. Y esto es así porque la persona es relacional, está esencialmente unida a otras personas, con diversos grados de proximidad. 
 
Tampoco en la empresa la comunicación virtual, escrita o audiovisual puede suplir la proximidad vivencial que tiene lugar en la convivencia del momento ordinario y cotidiano, propia de las comunidades de amistad, en las que se dan esas relaciones de carácter personal e insustituible. 
 
Criterios operativos: 
 
A. La colaboración es más eficaz que la competencia. 
Toda empresa tiene como meta el ganar. Pero hay que captar la diferencia entre el ganar algo y el ganarle a alguien. Si el ganar lo tomamos en el primer sentido, desembocamos en la colaboración; si lo hacemos en el segundo, en la competencia. 
La empresa actual ha resuelto este dilema optando en general por la competencia. Y de los dos sentidos que en castellano tiene la palabra competencia se ha elegido el menos valioso -el de ser competitivo o competidor- concediendo menos atención al significado más noble: ser competente.  
 
Es evidente que el ser competentes, e incluso competitivos, no excluye la actitud de colaboración. Pero también parece claro que hemos ampliado excesivamente los campos de validez de la competencia, atrofiando el sentido de la cooperación y la solidaridad, y deteriorando por otro lado la imaginación creativa que nos llevaría a proponernos objetivos conjuntivos y complementarios.  
 
La competencia no es posible entre personas, porque nadie es -como ser personal- más que nadie. Por ello la empresa tiende hoy a restar sentido competitivo a sus relaciones con el cliente, a quien sirve, y con el proveedor, que le sirve.
 
B. Cooperación y persona.
En el competidor siempre encontramos también una persona, y yo mismo no soy sólo su presunto oponente, sino que también constituyo un ser personal. De ahí que ambos competidores, en lo que tenemos de personas, encontremos más puntos de contacto para la colaboración que de distancia para la competencia.
 
A la competencia se llega sólo en aquellos puntos -pocos- en los que no cabe la conjunción y sólo se presentan objetivos disyuntivos. Pero nuestro temple de fondo, nuestro ethos, debería ser un espíritu y una actividad nuclear de conjunción, complementariedad, armonía y entendimiento en el seno mismo de las actividades de competencia. Ello sería una manifestación de que no hemos renunciado, al competir, a nuestra condición de personas.
 
Como ha dicho Fritz Schumacher, el trabajo es la mejor terapia contra el egoísmo, ya que el hombre no puede hacer nada sólo. Y, por el contrario, la actitud competitiva a ultranza es muy difícil que no sea envidiosa.
 
Los criterios que hemos analizado se nos presentan bajo la forma de dilema: en el ámbito ético, nos vemos tensionados entre la extensión y la incidencia; en el campo operativo, parece que hemos de optar entre la competencia y la colaboración.
 
Pero estas supuestas antítesis sólo son inevitables si se adopta una actitud excluyente, mientras que se pueden superar desde una actitud inclusiva. Es la diferencia entre la disyunción -el idioma del o- y la conjunción -el idioma del y-. Pues bien, ninguno de estos dilemas o paradojas se pueden resolver, por la vía de la conjunción, a base de estrategias empresariales, por sofisticadas que éstas resulten. El camino para alcanzar la conciliación y la complementariedad es la orientación personalista, estrechamente unida a la orientación comunitaria.  

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