martes, 24 de junio de 2014

Consejos para el evangelizador

Resumen tomado de P. Eduardo María Volpacchio. Fuente: http://algunasrespuestas.wordpress.com 

1. Ayudar al otro, con su libertad, no a empujones ni a fuerza.
 
Sólo se puede amar a Dios libremente. Sólo se puede aceptar el mensaje de salvación voluntariamente. La libertad necesita del conocimiento: cuanto más conozco, más libre puedo ser. El apostolado es una ayuda a la libertad del prójimo: procuramos mostrarle, animarlo, consolarlo, motivarlo, etc., a buscar el bien y seguirlo. En el mayor respeto de la libertad.

Respetar la libertad, no quiere decir abstenerse de ayudar a ser mejores, ni significa ser indiferentes a su destino eterno. Nos importa y mucho, los queremos y queremos lo mejor para ellos. Hacer apostolado es ayudar a otros a descubrir lo que les llenará la vida, y a vivir de acuerdo a eso; no es empujar a la gente a hacer cosas que no quiere hacer. Procuramos transmitir la seguridad en la fe que tenemos, algo bien distinto de la intolerancia. Se trata de iluminar, encender, animar. Hacer que el alma quiera.
 
Queremos que sean santos: porque queremos lo mejor para ellos. Obvio. Pero, tienen que encontrarse ellos con Dios. Nosotros podemos ayudarlos, queremos hacerlo, pero su voluntad es imprescindible. No sólo por respeto, sino porque sin libertad no es posible amar a Dios.
 
Hay ámbitos en los que tenemos que exigir, pero no se trata de un empujón material, sino de abundancia de luz, de la ayuda de nuestra oración y mortificación, del ejemplo que hace atractiva la enseñanza, la sonrisa que hace amable el esfuerzo… No es un atentado a la libertad, sino una ayuda necesaria. Y se debe tener paciencia, frenar los apuros: tienen que asimilarlo y entenderlo solos.
 
Vivimos en una cultura que aprecia con primacía la libertad. La gente tiene una gran sensibilidad, y con facilidad –exagerando muchas veces– siente rechazo hacia lo que percibe como una imposición.
 
En la familia, es lógico que en los primeros años de vida se lleve a los chicos por un carril estrecho, así como van a la escuela (y no esperamos que den su consentimiento para inscribirles), lo mismo pasa con la Misa de los domingos, etc. Y con los hijos más grandes, no confundir el respeto a la libertad con la cooperación al mal: una cosa es respetar, con dolor, que tengan comportamientos que no comparto, y otra muy distinta es contribuir en esa acción mala: respeto es distinto de apoyo.

2. Poner el foco en el bien, en la verdad, no en el mal o el pecado

Difundir la doctrina del cristianismo, que es superpositiva: el mandamiento del amor a Dios, a los demás, la cercanía de Dios, su misericordia, la maravilla de la familia, etc. No buscamos solamente que el prójimo salga del pecado: queremos que viva una vida divina. No queremos aguarles la fiesta, queremos que participen de una fiesta que es mucho mejor. El pecado en el que viven les atrae, habrá que ofrecerles algo que les atraiga más. Criticando su estilo de vida, sólo lograremos que se cierren más. Al que está en el mal camino, más que criticarle el suyo, hay que hacerle desear el nuestro.
 
San Juan de la Cruz escribió “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor

Somos cristianos, queremos que la gente descubra el amor de Dios por ellos. No somos anticomunistas, ni antirelativistas, no antihedonistas, ni antipornografía, ni antimatrimonio homosexual, ni antiaborto… ni antinada. Nuestra misión no es atacar el mal, sino sembrar el bien. Además, el planteo anti–algo no acerca a nadie a Dios, ni consigue apartar a nadie del mal. Es sólo defensivo: sirve para afirmar a los que ya piensan como uno. A los ya convertidos.

3. Comunicar la fe dialogando no discutiendo
 
Trato personal de amistad con el prójimo, dar razones. No dedicarse a demostrar a los demás que están equivocados. No queremos vencer discusiones, queremos llevar la gente a Dios, darles lo mejor que tenemos. Mostrar lo lindo que es ser cristiano, encontrar a Dios. Explicar el sentido de las cosas. Queremos charlar amigablemente. Si una persona no tiene esas disposiciones, quizá es mejor no perder el tiempo (no es posible un cambio afectuoso de pareceres).

Ante una persona agresiva, basta con aclarar nuestra posición y nada más, aclarándoles que no nos interesa discutir. No pretender demostrar, convencer, sino mostrar: la verdad convence sola. Procurar abrir horizontes, mostrar caminos, que nuestros amigos tendrán que recorrer.

Testimoniar la propia vida. Contar las cosas que nos gustan, nos llenan (no sólo los deberes): un libro, artículo, plan, linda que es una casa de retiros, una imagen… Lo bien que nos hace, cómo nos alegra, hace sentir bien, etc. Trasmitir la alegría de la fe. Las explicaciones, cuanto más sencillas, mejor. Paciencia con gente alejada de la fe: ni darla por muerta y condenada, ni vivir como si lo suyo fuera normal y bueno. Ni volverla loca con temas religiosos, ni ocultar nuestra fe y nunca hablar del tema.

Evitar discutir, polemizar. La discusión, es un combate dialéctico. Cada uno defiende su posición y busca atacar la contraria. Las discusiones se ganan o se pierden. Y se discute para ganar. Pero nosotros no queremos ganarle una discusión a nadie. Cuanto más se discute, más se cierran las posiciones. Menos se piensa en lo que el otro ha dicho (si es razonable o no), sino que sólo se piensa en cómo responderle. Mal camino para convertir a alguien. La discusión lleva a enojos, empecinamientos, levantar la voz, distanciarse del otro… no parece método apostólico válido y efectivo. ¿Alguien podrá convertirse por perder una discusión?

Nos interesa que los demás descubran la verdad que le dará sentido a sus vida y les hará feliz. Nos interesa que juntos lleguemos a la verdad. No defendemos una doctrina propia, queremos ver qué enseña la Iglesia.

4. Generar un clima humano de amistad y cordialidad, no de enojos o polémicas

Clima amable, que transmita paz, serenidad, racionalidad, cariño. La violencia no convence. No recordarán lo que les dijimos, recordarán cómo se los dijimos, cómo se sintieron con nosotros (alegres, con paz o molestos). La cordialidad abre la inteligencia y los corazones. Ser misericordiosos y que se note.

No combatimos a quienes no comparten la fe. No somos enemigos de los divorciados, ni de los homosexuales; los queremos y queremos que se salven. Que enseñemos que el comportamiento homosexual es ilícito, no es ofensivo para con ellos, ni los descalifica. Nadie se ofende porque digamos que hay que amar a Dios, y eso no supone un ataque a los que no lo aman. Estamos convencidos que serían mucho más felices y realizarían sus vidas si vivieran de acuerdo a la ley de Dios, viviendo de su amor. Por eso hacemos apostolado.

El apóstol no se enoja, agrede, insulta, ironiza o ridiculiza. No es polémico ni discutidor. Cuando la conversación se desarrolla en un clima tenso, incómodo, irascible; se hace imposible el apostolado: bueno para la polémica, pero no para búsqueda de la verdad. El peor de los argumentos es la descalificación del oponente por motivos que nada tienen que ver con el tema de la discusión. El enojo además nos quita racionabilidad (enojados pensamos menos).

No levantar la voz (tampoco dejar que la levante el otro). Si nos maltratan, no enojarse, responder con cariño y simpatía. Es mejor ser la víctima que el victimario. Sonreír. No ser despectivos. La ironía es muy útil para humillar, pero no para convencer. Lo mismo burlarse. No son sistemas válidos para el apostolado. Con cariño y una sonrisa, pero con firmeza, no permitir tampoco ofensas gratuitas: sin enojarse ni ofenderse, siempre calmos y con una sonrisa, responder: amigo, me parece que te pasaste…

Por lo anterior, no permitir ataques a la Iglesia. Normalmente no tienen fundamento, se repiten lugares comunes sin la menor base. En todo caso, mostrar que esas afirmaciones no tienen un fundamento sólido, faltan fuentes, etc.; que las afirmaciones genéricas no demuestran nada. Muchas veces acusaciones contra la Iglesia, están construidas sobre algún hecho cierto, que se saca de contexto, se generaliza, etc. Habrá que ayudar a matizar esas afirmaciones.

Al contrario, mostrar la cara maravillosa de la Iglesia que nadie puede negar (santidad –quién puede no conmoverse ante un Juan Pablo II o una Madre Teresa de Calcuta-, asistencia a necesitados, familias, etc.). Sin entrar a discusión, cortar con datos claros irrebatibles.

5. Motivar al otro, animarlo al bien, no asustarlo con el mal

Animar, ilusionar, abrir horizontes. Mostrar las maravillas que Dios nos tiene preparadas, la grandeza de su misericordia (no el asco que produce el pecado). El desafío de tantas cosas buenas que a todos nos interesan.

Es verdad que el mal hace mucho mal, pero para salir del mal, es necesario sentir la atracción del bien. El fin es santificar el trabajo, la familia, intimidad con Dios…, llenar la vida y el mundo de amor. El problema de muchos no es que no sepan qué es bueno y qué es malo, sino que piensan que el bien es imposible para ellos. Para mejorar no se necesitan reproches, sino ánimo.

Evitar la amenaza. No Asustar o sembrar miedo ni profetizar desgracias. El apostolado no consiste en amenazar a la gente con las cosas malas que pueden pasarle si no nos hacen caso… Con el infierno o el fin del mundo, por ejemplo. La meta no es conseguir que huyan del infierno sino que quieran ir al cielo, no de dejar de pecar sino de crecer en el amor, y entonces dejarán de pecar.

6. Brindar la dosis de a poco, no abrumar. Llevarlos por un plano inclinado

En el apostolado procuramos ayudar a avanzar por un plano inclinado: de a poco, mejor casi no plantear cosas que una persona no está en condiciones de hacer. Pensar qué le puedo plantear, qué paso puede dar, con la mirada ilusionada en la meta positiva. Cuanto más lejos esté de Dios, más chico será el paso. Lo importante es ayudarlo a avanzar en la dirección correcta.

Ayudarlos a dar el paso que ahora pueden dar. Habrá que estudiar qué proponer, qué decir. En principio no proponer cosas que estamos seguros que va a decir que no (atentos a no decir que no por ellos…). Se puede hacer con delicadeza. No quejarse de que no me entiende: hacer el esfuerzo de hacérselo entendible.

Otra tentación es la de pretender que una persona cambie de un día para otro, en todos los aspectos que necesita mejorar. Hacer apostolado no consiste en llenar a la gente de obligaciones (cuantas más mejor, no vaya a ser que se condene porque no le dijimos algo en la primera conversación…). No se trata de ocultar obligaciones o principios morales, pero insistir en los pasos positivos que hoy están en condiciones de dar.

No ser monotemáticos. Nos interesa su alma, pero no sólo su alma. Si cada vez que vemos a alguien, lo primero que hacemos es hablarle de Dios o invitarlo a algo… Variedad temática. Si enviamos veinticinco mails por día, no los leerán… Treinta preguntas cada domingo sobre la Misa… no ayudan a que asistan… La dosis de una medicina depende de la capacidad del receptor. Los remedios se toman cada 8 horas, o cada 12 o 24, no todas las pastillas de golpe: esto no curaría, sino que enfermaría más.

7. Con creatividad, no ser repetitivo. Mismo plato, distinta presentación.

Entonces, ¿es malo insistir? Depende, muchas personas sí necesitan que les insistan. Si lo ve como una ayuda, insistir, lo necesita. Si lo ve como una molestia, no insistir. Rezar y esperar alguna ocasión de algo distinto.

En muchos casos ayudará despertar interés. Está lo que se podría llamar el apostolado de la curiosidad: dejar funcionar nuestra curiosidad y despertar la del otro. Presentar las cosas –que son maravillosas de por sí- de modo atractivo.

Explicar las razones. No a la insistencia voluntarista: tienes que ir, tienes que ir. Argumentos: por qué le interesa, por qué lo necesita, por qué le va a gustar. Pará que le va a servir. Se trata de mostrar, animar, sostener, facilitar, sugerir, invitar, desafiar, invitar. Mostrando el modo inteligente y el tonto de vivir.

La teoría del disco rayado –repetir veinte veces la misma cosa- sirve para que chicos de pocos años hagan algo que se resisten a hacer, pero no para ayudar a que una persona madura entienda. Decir lo mismo, de la misma manera, incluso puede ser contraproducente: crea cayo en quien escucha, produce un efecto similar a la resistencia a la penicilina, hace que le resbale y le moleste el tema.

Hay otra gente no puede defender lo indefendible, de manera que evitará absolutamente todo diálogo. Mientras no cambien las disposiciones, no querrán que les hablemos del asunto, ya que no quieren pensar en eso, que la propia razón les grita que deberían hacer. Orar por ellos y construir en positivo: con una estrategia, de a poco, dando vueltas… No se trata de no hablar del asunto, pero espaciarlo en el tiempo, con planeos distintos, sin tocarlo frontalmente; de otro modo el rechazo está garantizado. Buscar quién o qué puede ayudar: algún amigo, alguna lectura indirecta.

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